¡Puede conocerse una época?
La pregunta es un eco de otra,
que se interroga por los hombres,
¿puede conocerse a un hombre?
HORACIO GONZÁLEZ | La palabra encarnada
I
¿Recuerdas Un Hilito de sangre?
Las letras que llevan emoción se dedican a los muertos, a celebrar su nombre. No hay literatura sin muertos. Las letras buscan retener nombres, espacios, ambientes (cierto paso de las horas entre variaciones de temperaturas).
El tiempo ido, las imágenes de la naturaleza que se impregnan en los recuerdos: las letras se escriben en pasado.
¿Qué letras se escriben para un autor tan querido?
II
Noche con lluvia en la ciudad desconocida. A Ruvalcaba lo visité un día en su casa, allá por Tlalpan, viajé de Oaxaca a CDMX para verlo.
Nos saludamos con afecto, entramos a un café cercano a su casa, que abre sus puertas frente a la calle empedrada. El dueño del local saluda cordialmente. Tomamos algo, quizá vodka con café negro, al salir caminamos rumbo la escuela de su mujer, Coral. La roca coral. Profesora de una primaria particular.
Ese día conozco la casa de Eusebio, la sala, el comedor, la vitrina de cristales pulidos donde guarda sus discos. No sé por qué imagino a un perro en el patio; compramos una botella de vodka, bebemos en su casa mientras se escuchaba La Muerte y la doncella, de Schubert.
__ No se puede dejar de escuchar la música –dice Eusebio.
II
Ficción y vida. Escribo esto escucho música.
Escucho a Silvestre Revueltas (Homenaje a Federico García Lorca), imagino la cabellera revuelta del músico, abultada en el copete, su cara de niño. Eusebio dijo que su padre Higinio Ruvalcaba, el violinista concertino de la Sinfónica de México, nacido en Jalisco, fue muy amigo de Silvestre Revueltas, compañeros de parranda, de los que te llevan en hombros a tu casa, de los que tocan el timbre mientras asoma a la ventana tu mujer. Los mismos amigos que te recargan a la puerta y huyen antes de que abran.
__ Así fueron Higinio y Silvestre, muy amigos.
En la tarde de aquella visita puedo ver el rostro de Eusebio.
__ A los dos músicos les gustaba cogerse a las señoras del mercado de la Merced.
Contó este relato: que Carlos Chávez, el músico, fue malo; mandó poner botellas de tequila, de las muestras, las pequeñitas, en las gavetas del escritorio de la oficina de la Sinfónica. Sabía que Silvestre bebía todo el alcohol que encontraba.
A Eusebio le brilla los ojos, alcanzo a ver las cosas que platica de aquel México de sus padres, esas historias le provocan un gran sentimiento.
Le agrada contar historias de su padre y su madre, pianista, mientras ataca con paciencia y sabiduría el vodka.
O mezcal.
O tequila.
Eusebio resulta milagroso en esta tarde citadina. ¿Cómo puedo narrar la magia de este hombre?
IV
En la Sala de Cabildos. Lo conozco en Fortín de las Flores, la población cercana a Orizaba, por el rumbo de Córdova, Veracruz.
Como en una peli lo veo sentado al frente del auditorio, en la sala de Cabildos, planta alta de un edificio colonial. Eusebio, camisa azul, manga larga, bien planchada, pantalones de mezclilla, cabellos bien peinados.
Llegó a dar una lectura en aquella población; días antes marcó al teléfono de la casa en Monte Albán, ¿te queda cerca Fortín de las Flores?
Eusebio es el editor del suplemento cultural de El Financiero, que dirige Víctor Roura (marzo de 1998, el país no se reponía de la crisis económica con la que arrancó el gobierno de Ernesto Zedillo. Nada se habla del narco, sicarios, huachicol.
Entre los jóvenes todavía resonaba el nombre de Marcos, el subcomandante Zapatista. Aquella noche en Fortín, termina su lectura de poemas me presento sin conocernos (nos conocimos por teléfono): __ Vamos a beber.
Esa noche, al terminar su participación me acerco a la mesa y Digo mi nombre, Eusebio alza la mirada del libro que sostiene en las manos.
__Se me caen los calzones –dijo.
V
Mientras desciende los escalones Eusebio sonríe con expresión conmovida, mueve la cabeza, vuelve a sonreír. Le digo que acabo de bajar del camión que me trajo del Istmo de Tehuantepec.
__ ¿Tú conoces este lugar? –preguntó ya en la calle.
__ Ni puta idea, primera vez que estoy por estos rumbos.
__ Espera, te voy a llevar al mejor burdel del lugar.
Con la mano derecha en alto pide un taxi. Como salida de una película, se acerca a la banqueta en la noche lluviosa como salido de una película de suspenso, el auto emerge entre la bruma:
__ ¿Nos lleva al mejor burdel de la ciudad? -escucho la ya inconfundible voz de Eusebio .
Ya de la madrugada, confiesa entre risas:
__ No conozco Fortín, pero sé que se puede conocer una ciudad desconocida si te dejas llevar por el taxista (¿Recuerdas Un Hilito de sangre?).