La poeta habita entre saludos a la muerte. La declara su hermana, la atiende, le mienta la madre, le brinda sus letras. ¿Qué mundo es éste? El mundo de la poeta cargada de las palabras que saludan a la muerte.
Entre saludo y saludo hay silencios, ira, maldiciones, la maldición que nos acompaña en la hora de la muerte. ¿Desde qué otro sitio llegan palabras a la muerte sino de aquel espacio de la oposición? Acostumbrémonos, las palabras son necesarias para cerrar pérdidas, ausencias; no hay lugar de la oposición sin las mentadas de madre.
Desde la infancia crecimos en el silencio. El grupo, la manada, el rebaño bala sueños de vida feliz mientras la poeta marcha en sentido contrario. ¿Por qué no aceptar de una buena vez que el principio de toda palabra es la muerte?
La poeta recorre los caminos acompañada de su ira, verdadera, inseparable hermana, principio de su palabra y de esa forma de mirar que la descoloca de la manada o la integra a una nueva manada que recorre rutas singulares. ¿Por qué cantar a la muerte? Porque estamos vivas, vivos. Dice Sara:
Tu mano
Sosteniendo
Mi pluma
No hay palabras para los que se despiden, hay palabras para los que se quedan. Las palabras cotidianas que nos llegan de tradiciones antiguas. Mentaron madres los griegos, los latinos, los zapotecas. Ahí están las piedras. Hay poetas que recogen las palabras que encaran la enfermedad, los hospitales, la muerte. Sara se integra a ese brazo del amplio río de las poetas que encaran con sus palabras a la muerte; donde se ubica a la poeta juchiteca Rocío González (1962-2019).
Por cierto, señoros críticos de las letras, en este país hay mujeres poetas que cantan a la enfermedad, la muerte, ¿este hecho no les dice algo a sus santas mentes? ¿las acusarán de violentas?
La poeta Sara da la espalda a la gente buena que canta en los hospitales el merry chrismas, al santa clós, para escribir el instante de su ira. El lenguaje mismo, juntar palabras, nace de la oposición entre sílabas, palabras, significados.
La gente que tenía que morir y nomás no se muere tiene en Sara una observadora puntual, una decidora de las últimas palabras que resuenan y nunca se apagan.
Bien pensado la poesía nunca se apaga, forma la voz que se levanta frente al derrumbe, que lo encara, le reclama el por qué de su jodida presencia entre las personas que amamos. Singular trabajo de las poetas.
El sitio de la ira puede ser Guadalajara, Oaxaca de Juárez o Tehuantepec o algún pueblo o ciudad en ruinas, al final tienen nombre los lugares que habitamos y los panteones.
El sitio donde se levanta la voz de Sara puede ser entre pasillos de los hospitales, las funerarias o entre todos nosotros, esta noche de lectura de sus poemas.
Gracias por tu presencia entre nosotros, Sara.
Muchas gracias