Alguien sale, va a otro lado y cuenta lo que ha visto, un relato. Mi relato es sobre el viaje al centro del patio, donde está el árbol; la noche del árbol en el día del terremoto.
Mi hermano Manuel juega en la esquina de la calle hasta las once de la noche. Mi abuela cierra la puerta principal de la casa a las nueve de la noche. Quien quiera entrar pasada esa hora lo tiene que hacer por la puerta del patio donde se levanta el árbol de nanche, que agita sus ramas y arroja sobras sobre la tierra. En septiembre, entre sus ramas se mecen los tlacuaches, las ardillas voladoras. Algunas veces bajan, entran a la cocina y se comen las cosas que se quedan en la mesa, panes y tortillas; tamales. Por los animales mi abuela cierra la puerta. Todo esto lo escribo desde la tristeza, este viaje nocturno donde no hay palabras, sólo el árbol de nanche que se levanta en el centro del patio. De los animales, ni su rastro; de la gente, sólo el moño negro que pegué al tronco del árbol. Manuel llegó de la calle pasadas las once de la noche, como se la pasa jugando con sus amigos venía acalorado, sudoroso, se metió a bañar. La casa tenía el baño allá afuera, junto al muro de los vecinos.
___ No entiendes- le dije como reclamo.
Crecimos con la abuela luego de que mi madre se marchara con un con un agente viajero y mi padre se perdiera en el alcohol. La abuela era bella y tranquila, sabia. Se ganaba la vida con la costura. Pasamos la infancia sin apuros, la abuela nunca nos dejó sin comer. Se levantaba en la madrugada para realizar su costura; terminaba la jornada cuando echaba llave a la puerta, a las nueve. Así crecimos, así me hizo fuerte para la vida de la mujer que nace con un moño negro en su corazón.
Ya no seguí la escuela, no por mala cabeza sino porque me di cuenta de la necesidad; porque me gustó ganar dinero en la cocina. Manuel, mi hermano menor, estudia, ya va en tercer año en el Tecnológico, quería terminar electromecánica, juntó dinero para comprarnos un coche salir de vacaciones al bosque. Todos los sueños se los llevó el terremoto. A mi me gustó leer, y hacer la comida para venderla. Cuando salgo en la mañana con mis cosas en el triciclo siento que camino por las calles de la historia que recién leí la noche anterior (en la noche del temblor leía una historia de amor, pero eso no lo cuento por respeto a mis muertos); con la historia leída el trabajo se hace menos duro porque en mi cabeza ya hay una referencia feliz de las calles.
Yo estaba leyendo cuando sentí el temblor, busqué a la abuela que dormía en la hamaca pero ella ya estaba en el patio. Cuando salí ella regresó por la llave de la casa, recordó que había puesto la llave y que Manuel estaba en la calle. Su cabello blanco, sus trenzas largas, su nagua corta es la última imagen que tengo de ella. Cuando tronaba la casa inicié este viaje entre el polvo, en el patio, que no termino. Miro el patio, busco a la abuela, miro el árbol. ¿Para dónde irá una mujer sola sin abuela ni hermano? Por el árbol sé que tengo familia, casa, aunque ya no los vea. A Manuel lo sacaron desnudo entre las paredes del baño; de eso ya no tengo memoria. Sólo puedo hablar de este viaje al árbol del patio; en mi cabeza busco una escritura feliz para alegrarlo; lo entiendo, ahora estoy sentada a la sombra del árbol, trato de escribir este relato para comprender lo que ocurrió, un sentido olvidado o futuro.
Imagen de portada: AGENCIAS, Cd. de Oaxaca, 1999