CAPÍTULO II
Su primera cita fue un confesionario, se contaron mentiras y verdades tan terribles que después de un rato prefirieron quedarse callados. A ella le gustaron sus ojos, el silencio que habitaba en sus labios, la sonrisa fingida con que intentaba ocultar la soledad que se asomaba entre sus manos.
Le gustó para amigo, para compartir con él sus tardes, para llamarlo y contarle todas las necedades que se le ocurren cuando está pensando. Le gustó escucharlo llenar los silencios con comentarios absurdos que terminaban por hacerla sonreír. Le gustaron sus pasos, pausados, precisos, su andar cabizbajo.
Era inmaduro, soberbio, altivo, silencioso y amargo. Y ella no estaba lista, estaba enamorada de sí misma y la vida que había formado, llena de amigos y salidas que culminaban en risas y sonrisas que al final del día se habían evaporado.
No, no lo quería para nada. Pero le gustaba para compartir todo… o casi todo.
Se convirtieron en cómplices que se buscaban sin pretexto y se encontraban en medio de las ruinas que los amores habían dejado.
-¿Cómo le hago para enamorarla?
-¡Oh! ¿Te gusta o estás enamorado?
-Eres mi amiga, no me preguntes esas cosas porque tendré que decirte la verdad y no quiero. ¿Entonces?
-Pues la observas y le dices que es bonita… y la tomas de la mano cuando vayan caminando.
-Qué bueno que me dices eso, nunca te diré que eres bonita, ¿qué hago si te enamoras de mí?
-Tonto, ¿cómo voy a enamorarme de ti si eres mi amigo?
-Exacto, ¿ves? Ella no puede ser mi amiga, porque quiero estar con ella…
-No te preocupes, no me enamoraría de ti aunque no fuéramos amigos.
Sonrieron.
-Ahora te toca escucharme.
-¡Ay, no! ¿Me vas a hablar de él otra vez?
– ¿Crees que deba buscarlo?
-Me tienes a mí, no necesitas novios. Yo soy tu amigo y no te hago daño, ¿ves?
-¿Y los besos?
-Busca un novio pues…