EL MAGO FLORES
El perfecto idiota debe celebrar sus yerros sin menoscabo de su infame reputación. Por ejemplo, si ayer dio por falsa una aseveración y hoy se retracta de ella, el perfecto idiota apenas si está cumpliendo con lo estipulado en este manual.
El perfecto idiota se esfuerza por mover a risa la expectativa de un grupo de palafreneros que escuchan su perorata sabidos, de antemano, que su lisonjero primate solo abundará en gracejadas y despropósitos.
Quienes hacen equipo con el perfecto idiota aquí señalado, son igual de idiotas, pero menos perfectos, pues a cada momento cometen errores que su patrón desestima a fin de que en él se cumpla el dechado de perfección que lo distingue.
Entre el perfecto idiota y el idiota perfecto hay diferencias marcadas; pero se van atenuando en la medida que el segundo hace vida pública y hasta asume responsabilidades para las cuales carece de atributos.
El poder en manos del idiota perfecto avenido a perfecto idiota es una bomba de tiempo, pues su catadura insolvente le hará persistir en simplezas y vaguedades que sus corifeos harán valer como atinadas y grandiosas decisiones.
Una horda de enanos, saltimbanquis, barraganas y eunucos forman el séquito del perfecto idiota, que se empeña en guardar las salvedades de su fracaso para una mejor ocasión.
¿Y el pueblo? El pueblo sumido en la desesperanza, pues no hay expectativas cuando el timón de la nave se le ha confiado a un palurdo funesto incapaz de orientarse y convencerse a sí mismo.
A la deriva navega el gobierno del ente funesto que sus sentidos identifican. Sobresalen en él la barragana del dispendio, el enano de los embustes y el eunuco de las consultas amañadas. Juntos hablan de una primavera que ni ellos mismos se la creen. El resultado de su gobierno es atroz, repugnante y maléfico. Vamos a encomendarnos a un redentor voluntario para que todo esto termine y con ello resulte inútil este manual y, en lo posterior, innecesarias sus posibles aplicaciones.