Al sesgo, de paso.
Escribo sobre renglones, apenas guiado
por el orden de la magia
-cierta fatiga de las letras.
Digo sol y aparece un campo de flores,
el silencio,
lejanos montes azules,
girasoles,
aves
que emprenden
el vuelo, astros que navegan
tras las líneas del destino.
Escribo lluvia y aparecen sobre oscuras tierras
Diminutos árboles, monstruos
que habitan el bosque extranjero donde ocurrió
nuestra infancia.
En las oscuras calles de una ciudad desconocida
alguien dice mi nombre mientras escribe.
Habrá que regresar a la no-metáfora, dice Montalbetti.
Habrá que morder el polvo, buscar el aire, volar.
Las palabras se unen para volar, ¿para qué enterrarlas?
La letra trasciende la metonimia, derriba significados.
Solo contamos cortes, arañazos, rasguños de silencios.
“De lo que se trata es escribir hasta dejar de ser poeta”,
dijo Vallejo.
Cuerpo que vuela, las palabras.
Escucho a mi madre que dice aquella tarde en Tehuantepec:
“Ay, hijo, solo escribes”.
La doxa dice:
El autobús atraviesa la noche la lluvia los suspiros.
El sonido rebasa autos camiones semáforos
-asientos humores señales.
Pesadillas.
El poema dice:
Al regreso de la ciudad hay un caballo.
Trota oscuro por el campo de aguaceros.
Corre el agua sobre un tiempo de incendios,
aunque, bien mirado, hay un gargajo que escurre
sobre piedras humeantes.
Ella dijo
eres como un recién nacido -apenas
hablas.