EDGAR HERNÁNDEZ
Algo que salta a la vista en la obra de Salvador Yrízar Rojas es, por un lado, el dominio del color y la expresión monocromática, y, por el otro, esa zona de indeterminación entre lo abstracto y lo figurativo como marca distintiva.
Hablemos de color
No es fácil desmitificar el uso del color en Oaxaca; su uso folklorista es como ese monstruo al que se le corta una cabeza y le nacen otras dos, más feroces que la anterior. Por lo mismo, uno debe mirar con atención y hacia otra dirección cuando el color de Yrízar Rojas explota y se ordena frente a nosotros. Quizá la generación de La Ruptura nos de pistas al respecto. Pero el maestro Yrízar Rojas es un disidente de la disidencia, no se le puede circunscribir directamente a esta generación que, como cualquier otra, tiene más diferencias que consistencias, y esto se debe a que su vida ha sido una tensión constante entre lo local y lo cosmopolita, y no un intento de que lo segundo devore lo primero, como suele representarse el manifiesto de La Ruptura.
En Yrízar Rojas hay una doble operación que hay que tener presente: restitución de la expresión y problematización de la misma. No es una restitución nostálgica, ideológica, del oficio del pintor, sino una discusión crítica con aquello que no terminó de cuajar y que por eso sobrevive como trauma: ¡Pintores y críticos mataron la pintura! ¿O la dejaron morir? ¿En verdad la agotaron?
Hablemos de figuras
Las figuras del maestro Yrízar Rojas son una indeterminación tanto conceptual como expresiva. Performan la complicada tarea de llevar lo figurativo hasta el límite de la indefinición, de lo abstracto, y, de igual manera, desplaza lo abstracto hasta el límite de la figuración onírica.
A partir de este desplazamiento gestual, la obra de Yrízar Rojas nos habla de este preciso instante en el que el mundo nos es familiar y extraño al mismo tiempo: S I N I E S T R O, así llama el psicoanálisis a esa especie de parálisis física y conceptual en la que lo extraño se presenta como familiar, y lo familiar nos resulta extraño.
Hablemos de pandemia
La obra que aquí se presenta nos ofrece una metáfora de algo que vivimos pero que quizá no hemos observado con suficiente atención. El mundo, nuestro mundo, se ha vuelto extraño para nosotros mismos. Todo cambia y nada cambió. Todo se ha tornado siniestro.
Pasado un año de encierro el mundo no se movió ni un milímetro, y sin embargo cambió mucho. Algo de eso se presenta aquí. Un trabajo en el encierro. Pero un encierro que resignifica. Una obra que problematiza el color, el monocromo, la expresión, la figuración, el abstraccionismo.
Mirar el cuadro, pensar en las horas enclaustradas. Escuchar la música. Fastidiarse del placer. Descomponer y recomponer el mundo. ¿Cambió el mundo? ¿Cambié yo?
Happy end: Así como el color y el monocromo en la obra de Yrízar Rojas es familiar y extraño [familiar para la disidencia, extraño para la tradición], así como sus formas son figuras y abstracciones [abstracciones figurativas, figurativismo abstracto], así quizá el mundo se nos ha vuelto ajeno, siniestro, pero también, quizá, lo ajeno, lo otro, se pueda convertir, con un poco de esfuerzo y no sin dolor, en algo familiar.