En La tercera fábrica Víktor Shklovski habla de Tolstoi, cuenta este pasaje: un hombre en la calle busca una baldosa, cuando la encuentra se hinca frente a ella, extiende las manos sobre sus rodillas, Tolstoi narra el cuadro desde la espalda del hombre que se encuentra hincado en la calle. Cuando Tolstoi puede ubicarse al frente del personaje descubre que lo que aquel hombre hace era afilar su cuchillo; el hombre, empleado de una carnicería, salió a la calle a buscar una piedra donde pudiera afilar su herramienta de trabajo. Tolstoi dice: “una sola cosa le importa y una sola cosa es lo que hace”, Shklovski no desarrolla la idea de Tolstoi, dice: “No voy a discutir con Tolstoi muerto, lo tomaré como el arte, de paso”.
Trascurrió ya cerca de un año de pandemia, me atoro con el libro de cuentos, no encuentro la forma de rebuscar en mi persona un gramo de ánimo que me haga continuar con el trabajo; por la mañana fui a comprar naranjas con la cabeza puesta en el trabajo pendiente, en la frutería la propietaria me hizo un descuento, “por tratarse de usted”; en la cabeza cargo autores como forma de hacer menos pesado el tiempo; pero no me concentro en el trabajo.
Por las calles de San Martín Mexicapam febrero llega con buen tiempo, en la rama de los árboles cantan los pájaros, el sol sale pleno y por las tardes corren rachas de viento fuerte; los noticieros anunciaron nevadas extraordinarias en el norte del país, pero en Oaxaca permanece el clima ideal para continuar con el trabajo, tengo los personajes, la extensión, estoy en tiempo de entrega, pero se me extravió el ánimo para concluir con lo iniciado.
Encuentro que en este caso no tengo problema alguno con la página en blanco, con la elaboración de los personajes, las escenas, con la disciplina que requiere toda escritura, el mundo de la ficción; tengo problemas para seguir hasta el final.
Por las noches me detengo a ver el trabajo de las hormigas, recogen con puntualidad restos del día; Shklovski tiene una frase: “Somos lino en el linar”, tengo el número de páginas escritas, tengo los cuentos, elegí con cuidado el lenguaje, pero no logro seguir hasta el punto final del trabajo.
¿Cómo será el lino en el linar? Uno más, tela entre las telas de la factoría sin que nada lo singularice en el proceso de producción industrial. ¿Cómo será terminar un libro de cuentos? ¿Qué significará distinguir a la distancia, luego de noches de desvelo y trabajo, el punto final?
Schklovski recuerda en su libro de memorias las imágenes de Tolstoi, la del hombre que cuchillo en mano busca una piedra para hincarse, mover sus manos con fe confiado en sus pensamientos para obtener un resultado en el mundo real. Concluyo que soy un hombre de poca fe, un desconfiado del poder de la mirada y del hacer de las manos. Quisiera confiar en la capacidad de mi mirada para encontrar lo que busco, aquello que se encuentra extraviado entre figuras similares, la forma que está presente en mi cabeza y que será la que me lleve a resultados efectivos, la obra.
Esta mañana de martes, al sentirme extraviado, dije: “lo tomaré como el arte, de paso”. Dispuse el trasto de las palabras, con la confianza en que el conflicto que enfrento encontraría solución, orden, en el orden de las palabras. En las oraciones estructuradas en párrafos. La palabra escrita guarda relación con el orden, el pensar y solucionar dentro del caos; los maestros funcionan como esa pieza que hace la chispa que arranca el motor.
A veces quien escribe se extravía, de tanta capacidad que tiene para observar el detalle pierde el interés por mirar; quizá el libro se haga a partir de este conflicto, la falta de ánimo, este enredo que impide seguir hasta el punto final. Bien, me digo, “veremos de lo que estás hecho”; leo a los maestros, reoriento el sentido de las palabras (las mías y la de ellos), corrijo el trabajo como si se tratara del arte, “de paso”.