El movimiento estudiantil del 68 se ha convertido en un mito genial: mientras sobrevivientes y disidentes priístas en el poder quieren convertirlo en el factor de alternancias electorales, la realidad indica que el sistema político priísta logró autorreformarse para sobrevivir a pesar del 68.
El movimiento estudiantil, poco popular y capitalino fue aplastado el 2 de octubre y se disolvió el 4 de diciembre cuando los estudiantes regresaron a clases. A partir de 1969 el sistema político priísta se salió de la ruta autoritaria del presidente Díaz Ordaz y emprendió una reforma política en cámara lenta hasta la alternancia del 2000, aunque la ilusión duró poco porque PAN 2000-2012, PRI 2012-2018 y ahora Morena 2018-2024 son parte del mismo modelo de sistema político.
Así que en la real politik no hay nada que celebrar, sino reconocer la capacidad autopoiética del sistema político priísta para reformarse por sí mismo. El panismo de Fox y Calderón y ahora el morenismo de López Obrador son parte del sistema político priísta.
El movimiento estudiantil –22 de julio-4 de diciembre– fue una respuesta de resistencia política de grupos estudiantiles reprimidos por granaderos. Su capacidad de organización fue asambleísta y multitudinaria, los grupos radicales querían arrodillar al poder y no exigir una reforma realmente democrática, la dirigencia del Consejo Nacional de Huelga se extravió en una hidra de mil cabezas incapaz de tomar una decisión coherente y careció de un pensamiento estratégico revolucionario o reformador.
Lo más que puede rescatarse del Movimiento Estudiantil del 68 es la advertencia al sistema político de que el autoritarismo iba a derivar en una gran ruptura violenta. La capacidad autopoiética del sistema logró neutralizar el potencial revolucionario, así como destruyó la posibilidad reformadora del EZLN en 1994. El gran truco del PRI ha radicado en optar por la reforma política, pero no para construir una república sino para permanecer como estructura de dominación.
El proceso de reforma del PRI fue estudiado por el politólogo Samuel Huntington para definir el método reformista de la dialéctica gobernabilidad-ingobernabilidad: los sistemas políticos resisten el cambio hasta llegar al punto en que las grandes demandas sociales son mayores a las pequeñas ofertas institucionales y la estabilidad deriva en violencia. O el modelo jurásico de Michael Crichton en Parque Jurásico en que ciertas sociedades complejas llegan a la orilla del caos sin dar el paso final y se reorganizan para sobrevivir.
El pliego petitorio de seis puntos puede interpretarse como una demanda de democracia sin autoritarismo, pero los estudiantes se ahogaron en la protesta y escalaron la provocación el 2 de octubre cuando ya estaba instalada la mesa de negociación. Los líderes fueron reprimidos, torturados, encarcelados, liberados, exiliados e incorporados al sistema de forma directa o indirecta. Sólo Heberto Castillo dio el paso a un nuevo partido tipo leninista, pero en 1988 fue anulado con la candidatura del priísta Cuauhtémoc Cárdenas y los líderes quedaron atrapados en el PRD de la Corriente Democrática del PRI.
El 68 que será exaltado en estos días no será, ni con mucho esfuerzo de interpretación, el del espíritu libre de las marchas con posibilidad democratizadora. El Movimiento de Renovación Nacional de López Obrador, como el PRD en 1989, es hijo del PRI y su proyecto de transformación es la reactivación de los planes políticos priístas de Lázaro Cárdenas –trasformó el PNR en PRM– y de Luis Echeverría. El sistema político tuvo la habilidad de transformarse para seguir igual: los gobiernos opositores de Fox, Calderón y ahora López Obrador son de alternancia de élites dirigentes, no de alternativa de sistema/régimen/Estado.
Si alguna duda había, al final la realidad impone sus circunstancias: la sociedad mexicana –decía el crítico Luis Javier Garrido– es priísta hasta demostrar lo contrario. El pasado 1 de julio el voto del 52% de los mexicanos reconstruyó las dos piezas clave del viejo sistema político priísta –Daniel Cosío Villegas en El sistema político mexicano de 1972–: el presidente de la república y el partido con el fortalecimiento de mayoría absoluta para ambas instituciones, alejando el equilibrio democrático de los contrapesos de poder. A través de López Obrador y Morena el votante regresó el reloj político a 1982 cuando el presidente de la república y el PRI tenían mayoría aplastante.
Así que sólo los priístas de corazón tienen razones para celebrar el 68 institucional.
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Política para dummies: La política es el esfuerzo de disfrazar la realidad con deseos.
@carlosramirezh