En Retorno Ciclón, Ecatepec, la mañana comenzó temprano, me senté a la mesa, hacía frío, puse los ojos en la nada: sonó el teléfono: ¿cómo estás?
21 de dic. Por la mañana desperté temprano, busqué, como todos los días, en el trasto de las noticas.
Uno
Domingo.
Puedo ver la casa en Tehuantepec, barrio Santa María: mi hermano Bulmaro mira a la cámara, recién bañado, sentado en su triciclo; pelito ensortijado, retador.
Yo miro la escena desde los brazos de José Rito Katt, mi padre, marino militar, teniente de corbeta (miro distante, siempre distante).
Quizá aquella tarde fuera la de un 1 de junio, Día de la Marina.
Quizá también pueda ser que mi padre nos arregló para visitar la tumba de su padre, Juan Rito, pescador a panga en el antepuerto de Salina Cruz. En una tarde de cervezas un pescador me contó la historia de mi padre: huérfano de madre a temprana edad, lo crecieron las tías Natalia y Josefa. La primera, vendedora de pescado y frutas en el mercado municipal del puerto; la segunda, hacedora de atole y tortillas en las Galeras del Ferrocarril. Mi padre José fue escala de mar, a los ocho años, interrumpía el sueño para acompañar a su padre al mar, a las tres en punto de la mañana, para tirar el chinchorro, comenzar la pesca. Casi niño se hizo marinero (¿en el 21, el 28?), dio su alta en la Armada de México a la edad de trece años, como ayudante de pailero.
Murió joven, a los 54 años, nos enseñó la importancia de tres cosas para hacer la vida: terquedad, resistencia, carácter.
Dos
Domingo, tarde.
Bulmaro y yo nunca nos enteramos de la causa del fallecimiento de papá José, en el siglo pasado los niños no se enteraban de nada, los adultos habitaban la ciudad del silencio (a la muerte de mi padre Bulmaro tenía 10 años, yo 9).
Tres
Domingo, noche.
Decía de aquella mañana del 21, muy temprano frente a la mesa me puse a estudiar sobre este proyecto de pintura: El triciclo de tío Bulmaro, una serie de dibujos donde el personaje principal narra desde los trazos de la infancia los esfuerzos que hace por habitar los espacios cotidianos de una tierra en guerra permanente.
Los dibujos, tinta china diluida con mezcal de 48 grados, elaborado en la comunidad de Logocho, Miahuatlán, van al reino perdido de la infancia, donde el mundo queda distancia fija, un brazo (la norma comunitaria mezcalera dice: con tres mezcales el mundo se arregla).
Encontré que cada maestro mezcalero aporta con su trabajo determinadas características para la pintura.
Las aptitudes del mezcal en la plástica son infinitas, dependen de la planta, la variedad, el grado de aceites vegetales, las saponinas, para que la tierra de origen de agave lleve a las mezclas que operan sobre los materiales de la pintura, y hagan girar la luz a derecha o izquierda.
Regresé a los libros: Cennino Cenini, El libro del arte (1390) me enseñó de las bondades de la materialidad en la elaboración de los colores.
El florentino, alumno de Agnolo di Taddeo, a su vez alumno de su padre, Taddeo, alumno de Giotto, dice: “Y fue Giotto el que hizo evolucionar el arte de pintar de lo griego a lo latino, y por fin a lo moderno. Y consiguió el arte más perfecto que nunca nadie haya tenido”.
El mezcal aporta condiciones para la luz, posee efectos sobre los materiales y la mirada (no al consumirlo sino al aplicarlo sobre la pieza), con el trabajo de la pintura busco elaborar sostener un teorema: un mezcal, una comunidad; un maestro mezcalero, una planta, una pintura.
Cuatro
Domingo, infinito domingo.
__ Acaba de morir tío Bulmaro.
A la manera de mi padre José, mi abuelo Juan, mi hermano Bulmaro, intento sostener rutinas de trabajo: leo, escribo, pinto, soy perezoso, me faltan horas del día para cumplir con el trabajo mientras pasa el mundo adverso, su ruido imposible. Para lograrlo, digo, me digo: tengo a mis adorados muertos tan queridos que me sostienen, que me ayudan tanto.