EDUARDO ISMAEL
A punto de morir Charles Bukowski pudo hablar con Dios, quien le confesó que había creado demasiados poetas y muy poca poesía. ¿Será que como en Oaxaca Dios nunca muere el fenómeno es todavía más pronunciado? Estamos llenos de poetas y no existen ya ni diez poemas suficientes para convencer al más inepto de los lectores.
En los últimos meses Oaxaca se ha llenado de ferias y festivales literarios. Si no es el gobierno son los libreros, si no son los libreros son aquellos que se dicen independientes. La gran pregunta es ¿de qué viven los poetas y escritoras?, ¿tienen una plaza en el gobierno?; ¿son profesionistas que alzan la mano y por sentencia se dicen poetas?; ¿son comerciantes de la Central de Abasto?; ¿son mantenidos por sus familias?; ¿viven de una herencia y tienen apellidos políticos?; ¿dan clases en la UABJO de materias infumables?;¿venden marihuana a escondidas?; ¿trabajan en empleos regulares con sueldos miserables y en su tiempo libre, como Batman, se vuelven escritores?; ¿son burgueses mantenidos?; ¿son funcionarios públicos cuyo criterio se vuelve regla de lo que es y no es literatura?; ¿son miserables becarios del gobierno?; ¿o quizá encendidos integrantes de la S.22?; ¿o son empleados de la Fundación Harp?; ¿o todo lo anterior junto?
Con pesar me cuesta reconocer que no existe escritor o poeta oaxaqueña que viva de sus libros. El recorrido de los autores, las lecturas en plazas públicas y los esfuerzos de las escritoras por darse a conocer son más un legítimo intento por llamar la atención que un ejercicio de ventas y marketing.
Nos queda entonces la terquedad de quienes han sido mordidos por el lenguaje y ya infectados intentan contagiar a los demás. Volvemos a la vieja teoría en la cual la literatura no sirve para más que el placer mismo. ¿Son entonces los escritores oaxaqueños un monumento al hedonismo?, ¿solo los motiva el placer de ser escuchados, de ser reconocidos? Ese pequeño cúmulo de vanidad es lo único que dicta la continuidad de un ejercicio predestinado a la búsqueda insaciable de lectores. Porque ahí está el otro lado perverso de la moneda: ¿quiénes leen a tantos poetas, quiénes compran a tantas escritoras? Hasta donde he visto son los propios amigos, los mismos parientes los que compran y mantienen un negocio endogámico: cuates que leen a sus cuates, amigos que publican a sus amigos y parejas que fundan editoriales para publicar a sus otros amigos para celebrar el acto como un ejercicio de libertad y compromiso.
Quizá la literatura en Oaxaca a principios del Siglo XXI sea solo eso: amigos que se publican y celebran entre ellos. Como si las viejas costumbres priistas no hayan desaparecido de la genética cultural oaxaqueña: las supuestas editoriales independientes cobran como si se tratara de vender plazas y los críticos únicamente hablan de quien les cae bien, haciendo del fenómeno literario oaxaqueño un círculo de nepotismo y buenos deseos para quienes pueden pagar una edición de cinco o diez mil pesos.
Hasta no poder hablar con Dios, como lo hizo el viejo y sucio Bukowski, no podremos saberlo, antes, nos quedarán los autores, las ferias y los libros independientes de la isla donde Dios nunca muere.