Los atlas lingüísticos, los diccionarios
se han multiplicado.
ÉMILE BENVENISTE, Problemas de lingüística general
I
El tormento de la noche de domingo comienza con una pregunta, ¿qué soy para ti? La pregunta obliga al orden de imágenes y palabras, a la búsqueda de nuevas palabras. No todas dicen lo mismo. Las hay las que se ajustan y las que se aproximan, entre ellas, las que se separan sobre el armado lógico que plantea la oración; las palabras ayudan a guiarnos por del cielo limpio de los astros, ¿puedo decirte empanadita de coco? Preguntarte esto sería el inicio de los intentos para construir una nueva sintaxis.
II
La primera imagen que me vino a la cabeza cuando hiciste la pregunta fue la del semáforo balanceado por el viento. En el puerto donde pasé la infancia no existían semáforos, las calles carecían de orden y preferencias, sentidos (el teléfono que te menciono solo fue un intento de la autoridad municipal por arrancarnos de la barranca, la mentira como intento de ser urbanos). Las calles terminaban en el mar, contra el viento.
(Ella construye la imagen imborrable del semáforo en las calles del puerto, agitado por el viento fuerte de febrero. Yo andaba buscando problemas, seguía como me dejó la muerte de mi padre: descolocado.)
Y ella atravesó su sonrisa, montada sobre este viento. Falda larga, piernas largas y un corazón tatuado en el pecho, limpio como la estrella de anís que socorre a los necesitados; cuando ella llegó a mi vida hacía un tiempo malo en el puerto, su presencia alborotó mis cabellos de hijo sin oficio ni beneficio.
III
Comienza la ruta del domingo, fijo palabras a los fantasmas con los que inicio este dialogo, luego me trenzo en un pleito a muerte y, descubro, que la pelea hace cierta gramática, la del extraviado; gramática al fin, la del mundo ilógico. La práctica hallada busca ordenar dar orden a otras palabras, vomitarlas. A la altura de las ocho de la noche del domingo me encuentro desfallecido, con el corazón sobre los labios; presión alta, zumbido sordo en los oídos.
***
(¿Alguien habita las palabras? Yo solo escucho zumbidos y falta por llegar la hora mala de los zancudos, esa nube que avanza y me atormenta.)
Como en el pasado vuelvo a ser feliz. Y de ese sitio extraño de la dicha llegan las palabras. Busco un orden, el pensamiento que borre la angustia. Entra la noche, ando a tiendas consumido con pocas fuerzas: busco palabras que saltan entre las letras y me llevan al orden de la desesperanza que brinca sobre mi sien.
IV
Las palabras no se dejan lazar, huyen, escapan de mis manos que intentos fijarlas. ¿Te das cuenta? Entre palabras y pulgas existe una relación de familia.
En casa está la mala suerte de quien ahorcan el lunes; nadie podrá mencionar la palabra lazo porque yo habito la casa del ahorcado.
Si, lo reconozco, me haces falta. Un día de estos pediré que permanezcas en la cama. En el puerto habité la casa del ahorcado, tuve amores con una mujer de cabellos delgados. Una tarde trepamos la cuesta repleta de ventanas cerradas, el viento era mayor al deseo de los vecinos de asomarse a la calle para ver el rostro de la mujer que subía; nos encerramos, pude lamer su pezón como si fuera costilla de cerdo frita en salsa verde.
IV
El domingo pasa, como un tango. En las soledades de arena y sal yo escuché tangos. El puerto, un caserío de pescadores junto a la corriente oscura del Pacífico mexicano (donde el pez grande se come al chico, para no perseguirlo lo espera entre las corrientes de distinta temperatura; los peces chicos nadan sobre la corriente de aguas tibias, los grandes se montan contra corrientes frías: en la frontera de las temperaturas concretan la cacería), que era azotado por vientos que obligaban a desistir de contar de contar historias. Seco de palabras busqué sus ojos para guiarme entre el nuevo lenguaje. En la calle escuché el grito largo, “empanadita de coco”.
***
Del pregón escuchado en el pasado hacemos el lenguaje. Este era el único grito que contenía al viento fuerte, el grito de la mujer.
En el puerto me fui tras una mujer de la cantina. Ella venía de las naciones en guerra, centroamericana. Me enseñó a encontrar descanso entre suspiros, bautizamos la tarde con nombres inventados que imitaban el pregón de las empanaditas de dulce.
Había una sintaxis acuática, marina, de axila que levanta casi el gemido; el grito largo del viento. El pregón de la mujer que sale a vender empanaditas de lechecilla. Solo escucho gritos guiados entre la frontera de las corrientes eléctricas, que avanzan bajo el viento que ruge con palabras inspiradas. Como lo que se nombra y no existe, que brota por artes de brujería, lo que se nombra sin destinatario cargado de anhelos, espantos; escucho empanadita de leche quemada y mi lengua saliva, las letras otorgan peso a mis papilas gustativas.
V
Para aquella mujer de la cantina fui su ángel de la guarda, me dijo que le recordaba el rostro de su hijo muerto en la guerra. Al terminar de trabajar, ya de la madrugada, se metía a la cama: fui sel hijo que limpió las ofensas. Conmigo encontró sus sueños felices. En mi sueño, yo también la soñaba, ella era mi madre, mi hermana, mi vecina; llegué a conocer las calles de su país, con nuestros recuerdos inventados construimos el sentido de la palabra ausencia. Ya no recuerdo por qué terminé con ella, quizá nos perdimos en uno de los sueños felices y de tan felices que fuimos no supimos hallarnos de regreso.
VI
Empanadita de leche quemada. El sitio en que habita la palabra se extiende por el patio de la escuela, donde no hay adultos con su gramática.
La vida de las palabras memoriza. Recuerdo que por algún tiempo estuve en busca de las palabras que trajeran la voz de mi padre; las hallé en la blusa transpirada de una compañera de grupo. Ella fue la primera mujer que besaron mis labios; nada sabía de besos, ella fue mi educadora. Una tarde nos encontraron los malditos de sus vecinos, me persiguieron para golpearme. Terminé en el hospital con la rodilla derecha suturada. Te pregunto, ¿por qué pusiste tu lengua roja en la cicatriz que crece bajo mi rodilla izquierda?
VII
Ocurre que la noche del domingo me quita la energía. Tengo que beber jugo de sábila con apio, miel de castilla. En la noche del domingo me da por comer pan como si la noche fuera el retorno a la infancia, al alimento de la infancia. En la noche del domingo busco historias, palabras que me regresen ese gusto por la vida que se inventa antes del inicio de semana.
VIII
Hay una sintaxis en este consumo del alimento, empanadita de lechecilla: como si el dulce levantara el primer vocabulario. Un domingo nos dieron la noticia de la muerte de mi padre. El domingo en la noche se termina el mundo y yo sé que debo encontrar una palabra, un orden que me regrese a la vida; en la noche del domingo existen los pensamientos recurrentes. Por eso escribo, para encontrar la palabra que me devuelva la energía que se lleva el grito largo que anuncia en la calle la venta de las empanaditas de coco.
***
Mis párpados se llenan de arena fina, pesada; jalo el aire por la boca como un pez que agoniza en la arena. Soy el pez que muere por la boca (en un tiempo fuimos peces), busco tu palabra humedecida que me regresa a la vida. Empanadita de leche quemada, busco las palabras de la infancia: ¿puedo decirte atole de maíz nuevo? ¿Tortilla quemada con café? ¿Tortilla caliente con mayonesa y queso? ¿Puedo convocarte con el nombre de taquito de pobre? ¿Te dice mucho o poco que el nombre de mi alimento? Las palabras, el alimento de mi infancia.