Texto de sala | EDGAR SAAVEDRA
I. El arte de la fotografía puede mostrar y registrar de múltiples formas un fenómeno en apariencia inaprensible: el tiempo y sus circunstancias. Imposible pensar la historia –o la vida cotidiana– sin imágenes. La percepción ordinaria es que la fotografía congela un momento, una acción deliberada o fortuita; sin embargo, también es una masa de instantáneas sin espíritu donde los árboles no dejan ver el bosque. Nos preguntamos, ¿dónde y cómo hacer y qué aprender de la imagen bajo el poder del arte? ¿Y si iniciamos por depurar repertorios y conceptos? El fotógrafo Alfred Stieglitz dice: «Dedicarse a la fotografía careciendo de visión interna es lo que hace que haya en realidad tan pocos fotógrafos de verdad… O es arte o no es arte. No hay nada en medio».
II. La fotografía de Tania Pastrana sí que posee esa visión interna, y camina a paso veloz hacia una construcción artística identitaria. Pasar del documento al arte es un proceso de disparo (dicho fotográficamente) y pensamiento continuo, incesante, que debe suceder en una caja de resonancia proactiva. La meta sectaria es que la fotografía sea un acto artístico, quizás provocador, pero siempre un ensayo vital de brazos largos que registre todo lo que pueda de la anchura del mundo. Y en esta exposición hay un trabajo que abreva de lo cotidiano equidistante. Son miradas inconscientes como suele suceder con la ceguera por distracción, un padecimiento popular, mirar sin observar. Es aquí donde la fotografía nos abre los ojos y se convierte en una necesidad por descubrir, que condimentará el paisaje automático, que será un lazarillo para las horas ciegas, un imperativo para enriquecer el breve destino humano. Librado el obstáculo ver –ahora– es entender, mirar es pensar. La fotografía es ser.
III. Tania saca estas imágenes del diario vivir (oaxaqueño, en este caso) para darnos cuenta que el espectador ha visto y topado durante el día a esa mujer, hombre y niño sin percibir por un segundo siquiera un aviso de trascendencia, que vivimos un momento cultural, la chispa de una cosmogonía en extinción, el privilegio de entender aquel adagio de Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”.
IV. En esta exposición cohabitan varios escenarios. Podemos ver como lo cotidiano se encuentra en la misma orilla. Ahora, si pasamos a otro entorno de la exposición se devela el poder de difuminar el color y el sabor de la sangre en un patrón visual de inocente crueldad. El acto fotográfico transporta los contenidos objetivos a un paraje inocuo, subjetivo. Es nota roja con diferente síntesis. Aquí la tradición manda matar para comer, disfrutar y celebrar. El testimonio gráfico de Pastrana, sin embargo, no alude al instinto bien entrenado de sobrevivencia humana justificado por el dogma, sino que recurre al tratamiento estético de los eventos que, dicho sea de paso, no es apto para hipócritas reprimidos del estómago ni para la generación de cristal descrita por la filósofa española Monserrat Nebrera.
A MANERA DE EPÍLOGO. Tania Pastrana es una fotógrafa mexicana originaria de Oaxaca. A la manera esencial de Stieglitz, citado precursor del «reportaje gráfico moderno», sus trabajos se han caracterizado a lo largo de muchos años por recoger aspectos significativos del diverso paisaje cultural de los pueblos del sureste. No obstante, la muestra que se extiende a la vista es la evidencia de su «visión interna», su manifiesto plus ultra. Su fotografía no pretende solo retratar la realidad –importantísima diría yo, puesto que registra el carácter íntimo del gasto social implicado en las fiestas populares– sino por incorporar la vena artística en la imagen. Esta selección es un muestrario exquisito tanto de valor fotográfico en sí mismo como de relevantes elementos artísticos.