DONALDO BORJA*
Bajo un prejuicio —no sé si racional—, siempre se ha remarcado, que de Miahuatlán hacía la Costa, el tramo de casi tres a cuatro horas de carretera, se torna en una línea sangrienta de gente, cuya sangre es fría como la de los reptiles. Esa frialdad, hace que la ruta esté bajo la mirada de una lupa sospechada de muertes y cruces, de difuntos y venganzas; de acciones políticas fallidas, de discordias territoriales, que tejen un mapa sin división política, de una geografía de muerte.
Fabrizio Mejía Madrid, en una pequeñísima obra intitulada Loxicha: los ejércitos de la noche, nos acerca a un tramo del viaje de la Sierra Sur a la Costa de Oaxaca, pasando por aquellos pueblos cuyo epíteto es “Loxicha”: Candelaria, San Baltazar, San Bartolomé, Santa Catarina y San Agustín, por no continuar con la letanía, que enmarcan la sangre de pequeños grupos cuya resistencia cubrieron el lejano 1996. Cuando el afanado Ejército Popular Revolucionario (EPR) hizo su aparición pública, levantando una polvareda de sospechas al oficialismo priista que gobernaba en el momento.
El clasismo de un tal Diódoro Carrasco y de su compinche Ernesto Zedillo habían, casi como sentencia del Justo Juez, declarado que los zapotecos, de la zona Sur-Costa, pertenecían al Ejército Popular Revolucionario. Campesinos, cuyo único mal había sido nacer en dicha región y ser indígenas, ahora estaban en la mira de los que dicen ‘que sí saben gobernar’. Secuestros, torturas, asesinatos, un catálogo que termina en el despojo, hicieron que aquel ideal de EPR, se ensombreciera como si de terrorismo se hablara.
Parece que los años 90 es la década de las guerrillas, aquellas que habían nacido en los años 60 y que, en el México burocrático, salían a relucir como la plaga que inestabilizaba el país. El sistema del despojo era latente, los zapotecos, al igual que los triquis, serían despojados, dando paso a las organizaciones que intentaban defender un derecho violado y violentado. La Organización de Pueblos Indígenas Zapotecos (OPIZ) daba paso al Ejército Popular Revolucionario y es que, ante la impotencia de una burocracia absorbente con resoluciones de papel, las armas eran el único medio para defender lo que era suyo por tiempo y derecho.
Loxicha, ha sido la marca de una represión histórica y sistemática que tendrá a las mujeres como cabeza única en la lucha. Pero, el papel de las mujeres de Loxicha es el de la mujer indígena que, en palabras de Fabrizio Mejía:
‘No sabían lo que era una conferencia de prensa, un plantón o quién era un periodista y quién un agente de Gobernación’, aguantaron ahí no sólo el previsible desdén de los mestizos y los turistas y la intemperie, sino una epidemia de hepatitis y sarampión, el nacimiento de niños cuyos padres estaban encarcelados y que fueron apadrinados en masa por el pintor Francisco Toledo, caravanas a su región que terminaron en desalojos violentos, el secuestro de cuatro muchachos que ayudaban a sus madres al salir de la secundaria y el difícil camino de aprender a moverse en una ciudad que no les quiso escuchar.
El 10 de junio de 1997, las mujeres indígenas hacían un frente de resistencia en el palacio de Gobierno de Oaxaca, por los “presos de Loxicha”, para ser exactos de San Agustín Loxicha, cuya muerte del Presidente Municipal y su cabildo un año antes, abría la brecha del terror. Cuenta mi abuelo de casi 90 años de edad, que los eventos de Loxicha fueron atroces. Que el mismísimo Comandante Marcos, de los Altos de Chiapas, que se había levantado en armas en 1994, había llegado a prestar auxilio a los hermanos zapotecos. En mi vaga memoria, existe un recuerdo de unos camiones y de la voz resonante de miedo entre los vecinos de Candelaria Loxicha —donde pasé mi infancia— que decían: ¡Ahí vienen los zapatistas!
Mejía Madrid transforma una geografía accidentada, en un relato que abre una de las venas de Oaxaca, quizá nunca cicatrizada. En un relato de un par de páginas, nos hace recordar las atrocidades vividas por un pueblo, cuyo único delito es: ser indígena. Así, Loxicha: los ejércitos de la noche, es una de las tantas memorias que se ocultan bajo los cerros de nuestro estado. Ahí, donde el camino que baja de San José del Pacífico, tierra paradigmática, se convierte en zona de muerte, despojo y discriminación. Fabrizio Mejía nos deja entrever que esto… Sucedió en Oaxaca.
*Damos la bienvenida a Donaldo Borja, nuevo colaborador de Sucedió en Oaxaca, que se estrena con este breve ensayo en torno al libro Loxicha: los ejércitos de la noche de Frabrizio Mejía Madrid. Donaldo Borja. Estudió la licenciatura en Filosofía en el Instituto de Estudios Superiores Tomás de Aquino (IESTA) y actualmente estudia la Licenciatura en Historia en la Universidad Autónoma de Zacatecas (UAZ). Ha publicado cuentos, ensayos y artículos. Ha traducido algunos poemas del poeta Óscar Oliva del español al latín. Ha participado en el programa colectivo Carruaje de Pájaros en la radio de la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas (UNICACH) de 2016-2018. Fue coordinador de la prensa escrita en el Centro Internacional de Prensa (CIP), durante la visita del Papa Francisco a México 2016. Creador y director del programa de Radio y Podcast Tertulias en la azotea dependiente de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca (UABJO). Ha sido profesor los niveles básico, media superior y superior.