El oficio aquí contemplado
es entendido como una forma
de producción cultural.
LUIS GONZÁLEZ | El oficio de historiar
Para Carmen Rito
En la tercera calle de Cinco de Mayo y López, frente al edificio de la presidencia municipal, saltó el aroma de las lentejas hervidas con piña y manzana, chorizo y tocino; canela. Ana María llevaba prisa, faltaban minutos para terminar el horario de oficina, temía perder la posibilidad de pagar al ayuntamiento el impuesto predial, si perdía esa oportunidad su cuenta se llenaría de recargos, intereses y el banco estaba repleto, era día de quincena.
Se le fue el tiempo como agua, en el mercado le habían llamado la atención los aguacates criollos, de los que se comen con cáscara; compró frutas, verduras, un poco de carne para la comida. Pasado el mediodía entró a la tienda por los encargos que había hecho Lupita, su hija, tela para el uniforme de su nieta Mariela.
Tenía el dinero del predial en la bolsa, dejó ese trámite como último pendiente. Pensó en su marido. Al doblar la esquina de Morelos y Porfirio Díaz, resbaló; una cáscara, la pierna derecha que ya no apoya bien, la vista que a últimas fechas falla. Nadie la vio caer.
Al incorporarse le saltó el olor de las lentejas, lo sacó de la cabeza como quien se quita el apuro de algo sin importancia; diez metros adelante el aroma apareció como algo que requiere atención con urgencia.
Frente a la puerta de la oficina recaudadora el olor se hizo irresistible, brotó de los muros, del piso de cantera verde. Volvió sobre sus pasos. Apretó con fuerza la bolsa del mandado, el olor ya era presencia, estaba sobre su pecho; recordó los domingos con su madre, los días de su infancia.
La calle estaba sola, ya casi eran las dos, hora de comida, y ella, Ana María, por aquel aroma, dejó sin cumplir su obligación. Pero en ese momento nada importó, el aroma la llevó a una calle lateral, una cerrada, antes de doblar la esquina pudo leer: Calle de Juventino Rosas.
Contrario a las medidas de seguridad que tenía con su familia, decidió aventurarse por la privada desconocida. El muro largo de piedra laja la llevó a una diminuta puerta pintada de verde bandera, de ese sitio salía el aroma de las lentejas hervidas con piña, chorizo y manzanas. Ana María abrió la puerta y una voz conocida dijo:
___ Pasa, te estamos esperando.