Para Carmen Elisa
El zancudo con su vuelo junto a mis mejillas despierta la ira.
Y aparece también la lectura, que ocupa el espacio de la violencia futura mientras lo mato.
El libro como nuevo Virgilio que me conduce por el infierno de las oscuras horas en silencio.
(Pero los zancudos hacen también la lectura). Con esto quiero decir que con la lectura trabajo la paz (pero esa paz requiere de mi sangre). Para que nada la interrumpa me armo con el libro, la escritura surge aquí como el sitio previo al hecho de la paz, forma la antesala. Un cajón vacío. Leo mientras el acoso del zancudo me lo permite. Toda lectura resulta el anticipo del crimen.
A la altura de la página 67 del libro de Vila-Matas Marienbad eléctrico (Almadía, 2015), por fin doy muerte al zancudo, quedó aplastado en la yema del dedo índice de mi mano derecha. Tuve que sostener el libro con la mano izquierda, antes de poder descargar el golpe. Lancé el manotazo a mi cuello; al momento sentí la humedad de su pequeño cuerpo en la punta del dedo. Por el olor a sangre supe de su muerte. Con alegría y temor levanté la mano, olfateé frente a mi rostro la mancha oscura (como animal de la cadena trófica pude reconocer el olor de mi sangre).
Tengo predilección por los libros de escasas páginas.
Con la desaparición del otro que ocupaba el tiempo de la paz, el zancudo, desapareció el interés que despertaba el libro de Vila-Matas. Quizá cuando se perfeccionen las empresas de fumigación doméstica termine la era del libro impreso; en tanto no ocurra ese hecho del mundo industrial, nadie podrá asegurar la extinción del libro.
Ahora diré esto, para acometer la empresa de registrar las variantes que intervienen en la lectura de una obra literaria tendremos que sabernos criminales. Por principio establezco el horario partido. Duermo de nueve a doce de la noche. Solucionados de 12 a 2 de la madrugada los asuntos de la casa, los trasiegos del vivir. Posterior a esa hora leo hasta el amanecer, o hasta que me interrumpen los zancudos.
¿Cómo despertar el interés por la lectura?
El espacio en blanco relaciona, el desinterés genera cuadros referenciales, estados de ánimo donde antes brotó la ira. La lectura es de otro tiempo, depende menos de los estados de ánimo y, más, de las condiciones climáticas, atmosféricas. El blanco es un espacio para la instalación. Foquitos que se encienden y se apagan, titilan. Todo parte del desinterés, el extravío, lo que está y desaparece. Lo que existe a medias. Esta escritura. La religión surge de ese sitio, así como el poder y el amor.
Cuando volvió del trabajo ella me dijo, ¿no te cansas de escribir? Para esa hora yo ya había descubierto que escribir será ocupar el espacio en blanco.
Nódulo de conexión. La línea del discurso une tiempo y distancia. Bolas. Geografías y rostros se relacionan por medio de grupos de bolas, superficies hemisféricas que hacen el tiempo del relato. Correlato. Los nódulos hacen la historia, pequeñas estratificaciones que concentran rostros en el tiempo como acumulaciones calcáreas sobre la roca que arman el contorno de un rostro, la figura que emerge y se extiende dinámica. Ejes vinculantes que aproximan astros y reptiles, espejos. Nubes. Foquitos.
Trataré de explicar esto. Leer, engancharse con un texto, será participar en un apasionado encuentro de beisbol callejero. Como en la infancia. Un encuentro donde cada jugada significa la vida misma. Leer es participar en un juego que te atrapa dentro de su tiempo y sus reglas, que te hace sentir que nunca quieres abandonar ese juego. Pero que abandonas en cuanto escuchas el grito de tu madre que llama a cumplir la tarea, los deberes de la escuela en casa. Y lo abandonas, el partido, el marcador, tu turno al bate. Te alejas con la sonrisa en el rostro, seguro de que será en otra tarde cuando muestres a todos la calidad de tu bateo.
Soy un ciudadano municipal, de alguna manera requiero de dos operaciones para hacer la escritura: leer y rayar. Esto es, siento el abandono que me deja la página impresa, las letras, el mundo fuera de mis distancias, la marginación, y trato de corregir esa realidad desigual, acortada. Leo y rayo, y al hacerlo apropio lo que no me relaciona, lo que me excluye: reinvento la escritura impresa. En la lectura del municipal existe la letra ajena, urbana. De alguna manera registro la lectura como la oportunidad de tiempo donde brota el diálogo. Rayo, subrayo hasta que aparece el acoso de los zancudos.
Entonces le doy otro uso al libro, lo convierto en arma.