A lo largo de 66 años –desde el asalto al Cuartel Moncada– y 60 como gobierno Cuba ha sido más bien una nostalgia de lo que no fue; y peor, de lo que siempre se supo que no sería, pero que había que mantener como un contrapeso ideológico de lo que pudiera ser.
Tres datos, entre muchos:
1.- En su famoso discurso “Condenadme, no importa, la historia le absolverá”, el jefe guerrillero Fidel Castro hizo una apología de la lucha por la democracia occidental ante la dictadura de Batista. En enero de 1959 Castro se apoderó del gobierno, se lo heredó a su hermano Raúl en el 2006 y en el 2018 Raúl Castro puso a un regente al frente de la presidencia cubana.
2.- Mientras en la Plaza de la Revolución en julio de 1959 había una fiesta para celebrar desde el poder el aniversario del inicio de la revolución con el asalto al Cuartel Moncada, en el Palacio el guerrillero Camilo Cienfuegos, tímido, avergonzado y disciplinado, arrestaba al comandante Hubert Matos por haber señalado que Fidel Castro iba a instaurar el comunismo en Cuba bajo el discurso de la democracia. Por cierto, en esa fiesta en la Plaza estaba el expresidente mexicano Lázaro Cárdenas, defensor de la revolución cubana.
3.- A mediados de 1961, para justificar un acto de censura cinematográfica que se extendió a la censura literaria, Fidel Castro pronunció su frase más revolucionaria: “con la revolución, todo; contra la revolución ningún derecho”. Ahí nació el control de la creación intelectual que llevaría a intelectuales pro Castro en 1971 a romper con la revolución por el arresto del escritor Heberto Padilla. Esta historia en 1971 tendría un testimonio histórico: la novela realista Persona non grata, del escritor y diplomático chileno Jorge Edwards.
Cuba pasó de sueño a símbolo y derivó en pesadilla. Por eso sus excesos casi no importaban. Fidel Castro representó la posibilidad tropical de un comunismo diferente al soviético, en América más bailador y sentimental que el burocrático de Moscú, aunque los dos igualmente dañinos como utopía. A Fidel le perdonaron todo: desde su concepción dictatorial de la realidad y las decisiones de gobierno, hasta su negociación secreta con la Casa Blanca para seguir existiendo después del fracaso de la crisis de los misiles en octubre de 1962.
El problema en América radicó en la inexistencia de una alternativa a la lógica capitalismo estadunidense-comunismo soviético. El eurocomunismo de los setenta no pudo consolidarse como proyectos de gobierno y el socialismo de derechos sociales –la verdadera izquierda nacida en la Asamblea Nacional de la Revolución Francesa– devino en socialdemocracia de mercado. En América el socialismo de instituciones ni siquiera ha llegado a socialdemocracia y se ha ahogado en populismos redentores de caudillos terminales.
Nadie esperaba ya un recuerdo simbólico de Cuba el pasado 1 de enero. En términos institucionales, Cuba perdió el simbolismo como revolución alegre en 1971 con el caso Padilla y la ruptura con intelectuales y medios y se convirtió en el Estado cubano con más vicios que virtudes. En el 2003 la ruptura de José Saramago con el socialismo autoritario cubano fue el último paso hacia la deslegitimación moral de la revolución guerrillera de 1953-1959.
Cuba sigue existiendo como un punto de referencia del comunismo autoritario de Estado, pero ya no como ejemplo de una revolución popular de los pobres para conseguir el bienestar. Cierto: Cuba tiene el más alto índice de salud y educación, pero mantiene vivos y educados a los cubanos para lamentar la falta de empleo, oportunidades y bienestar. La revolución se agotó en la socialización de la pobreza, en la depauperación del pueblo y el aburguesamiento de sus líderes revolucionarios.
Los últimos apadrinamientos de la revolución cubana han terminado en un desastre social, político y económico: Venezuela y Nicaragua, los dos debido a la mano astuta de Fidel Castro. Venezuela se está deshaciendo como sociedad y como nación y Nicaragua se consolida de manera paradójica como una dictadura al estilo somocista; esas dos revoluciones fueron un sueño que terminó en pesadilla. Y aunque Castro no condujo el proceso chileno, sus consejos a Salvador Allende no lograron el experimento de un socialismo por la vía electoral-democrática.
El 66 aniversario del inicio formal de la guerrilla castrista y el 60 aniversario de la conquista del poder mostraron a una Cuba triste, sin futuro, dominada por el discurso castrista de que más vale vivir cubano pobre que cubano capitalista con desigualdades sociales. Lo significativo es que paulatinamente Cuba se abre más a la dinámica de mercado capitalista, aunque de manera vergonzante que más bien pudiera conducir a un capitalismo-comunista –un verdadero oxímoron– que tampoco solucionaría las exigencias crecientes de libertad, democracia y mercado.
La Cuba de hoy no es la alegre de la guerrilla, del sueño de justicia y bienestar, de una nueva forma de democracia; los testimonios recientes de quienes han viajado a Cuba muestran un país anulado, pobre, cayéndose a pedazos, con una sociedad sumisa ante el poder y violando la ley con negocios individuales que han regresado ese individualismo egoísta que no debió de tener el nuevo hombre que vislumbró El Che Guevara en 1965.
Lo que queda claro es que Cuba ya no es un referente del socialismo ideal, a pesar de que figuras importantes de la academia y la política sigan exaltando a Cuba como el ejemplo socialista, como tampoco lo son China o Corea del Norte. El 2018 se recordaron en silencio los cien años de nacimiento de Karl Marx. Sin embargo, la crisis general del capitalismo podría sentar las bases del rescate teórico del socialismo como contrapunto del mercado y pudiera alentar los avances en el diseño ideológico de un socialismo democrático, de mercado y de justicia social.
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@carlosramirezh