San Francisco está al cabo del camino,
cerca del fin del mundo.
MARTÍN CAPARRÓS | Bolivia los ejércitos de la coca
El silencio pesa, crece sobre miradas y sombras de la montaña. Eran antes de la cuatro, las risas de los alumnos resonaban en la calle larga junto a la cañada; las cuatro de la tarde, aquella hora en que los perros esperaban los restos de comida en el patio de la escuela; la hora en que los gatos descienden del tejado y se revuelcan entre los cubos de la basura, las mismas cuatro de la tarde del camino desierto, sin ruido ni cosa que se le parezca –rugir de motores, tronar de ruedas sobre la tierra suelta. A esa hora las nubes anunciaron el aguacero.
__ Profe, buenas tardes.
Las flores azules crecen frente al abismo y las flores no saben, nunca lo sabrán, que el abismo las contempla, que crecen a centímetros del voladero.
__ Bruto.
Porque las cosas ocurren para que ocupen un lugar en la memoria, cuando nadie las espera; para que un aroma o un sonido las vuelva a poner junto al camino.
__ Teniendo yo quien me pueda echar un grito y ando sufriendo –dijo la mujer y alzó la mano desde la puerta de la escuela.
A las cuatro de la tarde el viento silbó entre los pinos, -los días de septiembre apuran los últimos aguaceros del año, las lluvias postreras; arde en la piel el polvo colorado que se levanta del camino –septiembre es pura enfermedad-, en la calle Kava Teku no pasaba ni un alma. Volvió a silbar el aire. ¿Qué tiene el viento que silba?, ¿será que perdió algo y lo llama con puro silbido?
Salieron los perros con su ladrido, pero en el camino nada anunció al camión que vuelve a la ciudad. Las nubes llegaron sobre los postes de la energía eléctrica, que permanecían meditabundos entre el aire helado y el bosque de pinos, abriendo inútil los brazos como Jesucristo
__ Estoy en junta, si pasa un carro por favor lo para –dijo la mujer.
Por el camino pasó una señora con un niño en brazos, la criatura lloraba.
__ Apenas estoy en junta en la dirección –dijo la mujer.
Pegado a la pila de agua en el patio de la casa del maestro apareció el hombre con un libro en las manos, el libro de pasta blanca; desde el camino se podían ver las ilustraciones de la portada, unas figuras como de llave, doradas, grandes, entre cerraduras largas, verdes.
__ Buenas tardes, profe.
Hay tardes que anuncian frío, lluvia; otras son tardes sin memoria nomás. Hay tardes que encarnan la desgracia desde las motitas del polvo colorado que levanta el aire en el camino, tardes que no son advertidas. Será que la gente no mira más allá de sus narices o que esa misma gente que no mira está metida en la desgracia y caminan y sonríen y saludan ciegos, como topos.
__ Buenas tardes, profe.
El silencio se rompió con la voz de los dos hombres que regresaban de la milpa con una gran calma, bajo las nubes gordas repletas de lluvia.
__ Buenas.
__ Buenas, hasta luego.
El zumbido de la mosca compitió por un momento con el silencio de la tarde helada, con el silbido del viento que corría entre los árboles del bosque antes que se escucharan las detonaciones.