Cuando se elige algo, se rechaza todo lo demás.
CHESTERTON, Ortodoxia
El que escribe dibuja. Hay gente que se acerca y me dice, “tengo la historia para un buen libro”; hay personas que llegan y afirman: “con esta historia se haría un excelente libro”. Con pena guardo silencio, les entrego una sonrisa. Las historias que son escritas no llegan de las anécdotas, se originan de un esquema que implica la traslación: A-B.
Encuentro que los libros salen de un dibujo, un diseño, de una imagen. Para elaborar la ruta que deberán seguir las páginas, la historia, será necesario que el autor vea el dibujo que contiene a su imaginación. Encuentro que el libro no sale de las letras, de la escritura, sino de una imagen que brota del espacio en blanco.
Por la tarde del viernes me puse a pintar la casa, hacía mucho tiempo que no me encontraba con el olor de la pintura, con las cerdas de la brocha. Trepado en una silla movía el brazo arriba o abajo con libertad, hacía círculos. Llenaba de pintura blanca el muro amplio. El momento del trabajo de pintar me resultó grato; por la noche, al bajar, busqué la máquina para escribir.
En la primaria no me gustaba escribir, me parecía tedioso; me gustaba dibujar. Hacía rayas en mi libreta, en mis brazos; las paredes. Sobre la sábana de la cama. Pintaba porque tenía mucho que decir sobre la figura humana, el espacio donde ella se desarrolla y su movimiento, la traslación.
Para pintar se requiere de una respiración serena que se unte de tiempo, que no le importe el instante. ¿Qué tiene la pintura que nos relaciona con las letras? No lo sé, investigando sobre el tema descubro que las antiguas culturas tenían en amplia estima a los escritores y pintores, que hay culturas donde el que pinta es el que escribe, el que narra; podremos citar a los egipcios, los chinos, los zapotecas.
La escritura se debe a una tradición, las tradiciones se forman con un grupo de amigos que conversan sobre sus autores, sus libros en la cantina, la escuela, la biblioteca o en una noche de parranda. Para ser escritor no se requiere talento, se necesita suerte para que las letras encuentren amigos que las defiendan.
Tampoco se necesita narrar historias que emocionen, no. Encuentro que los que escriben se ubican como ante un muro blanco con una brocha de tres pulgadas untada con pintura. ¿Qué se requiere para pintar el muro? Un ritmo que lleve al brazo, un tono que desate el movimiento de la mano con la brocha untada de pintura; una respiración.
Los escritores hacen una atmósfera singular del momento de su escritura o del tiempo de la página en blanco. Se ponen como los grandes pensadores de grandes problemas humanos. Y no lo son; para escribir se requieren pocas cosas, ni siquiera son necesarias la soledad, el silencio o habitar el castillo de la pureza.
La primera condición para escribir es la de dedicarse en cuerpo y alma a la repetición, para lograrla se necesita el aire que respiramos. Luego, para diseñar las páginas, se necesita del dibujo, la forma, el contorno que guíe la historia, los personajes, las palabras. Solo se necesita un poco de aire. Y estar dispuesto a transpirar como el que trepa por una escalera con la brocha y el bote de pintura en las manos. Se requieren de piernas fuertes; de abstracción, de olvidarse de uno y del tiempo, los compromisos.
Pintar es elegir una figura y no otra, aplicar un juicio, elegir; no encuentro un ejemplo mejor que la pintura para abordar el diseño de los libros.
Y acá está aquello que quería compartir. Para encontrar lo que se busca escribir se necesita sostener una respiración, alimentar de oxígeno de manera constante el cerebro. Y no más. La extensión del texto, el texto mismo y sus referencias lo hará la repetición; escribimos una palabra y luego otra, hacemos algo simple.