I de III
De toda la política mexicana, la que atrae más la curiosidad de observadores y politólogos es la designación del candidato del PRI a la presidencia de la república. El proceso se conoce con tres referentes: la sucesión presidencial, el tapado y el dedazo. La gramática política no ha podido ser descifrada, a pesar de los códigos antiguos que han sido descubiertos por arqueólogos de la política.
En este contexto acaba de aparecer en México el libro La silla endiablada. Peña Nieto y la sucesión presidencial de 2018: salvar su alma o salvar la república, escrita por el autor de esta columna, al cual se puede acceder desde cualquier parte del mundo en https://goo.gl/rGZf2v. Se trata de una indagación de los escenarios electorales de Peña y el PRI, pero también de una exhaustiva investigación histórica desde las primeras elecciones de 1824.
Primero hay que aclarar la gramática.
1.- Fue sucesión presidencial hasta 1994 porque la oposición había sido incapaz de construir una posibilidad de acceder a la presidencia en elecciones. Por tanto, el presidente saliente escogía al candidato del PRI y se hablaba de sucesión porque constituía una herencia –término jurídico– del poder. En la práctica, la nominación del candidato era la elección; la campaña operaba como un recorrido nacional para que los ciudadanos conocieran al nominado, pero ya como presidente en funciones antes de la elección.
2.-El tapado era un juego en el que el presidente saliente escondía el nombre de su preferido, jugaba con nombres de distracción y convertía el juego de adivinanzas en una forma de articulación política de aliados. A veces el tapado estaba realmente tapado; una anécdota: en 1957 el presidente Ruiz Cortines –un político maduro, pícaro de la política– dejó entrever que su favorito era el ministro de Agricultura y éste comenzó a adelantar las vísperas; cuando la decisión real fue a favor del ministro del Trabajo, el perdedor, enfurecido, entró hecho una furia al despacho presidencial, pero antes de cualquier cosa el presidente lo recibió con los brazos abiertos, le dio un abrazo y le dijo: “ni modo, amigo, nos ganaron”. Obvio: al presidente nadie le ha ganado en la designación de un candidato presidencial.
3.- El dedazo es una referencia simbólica al hecho de que el presidente de la república señala con su dedo índice al favorito, pero nunca ha sido así: en los primeros años del sistema mexicano, el saliente llamaba al escogido y le decía que el PRI lo iba a ser candidato; luego se habló del sobre lacrado, cuando no había comunicaciones, pero tampoco era verdad porque el presidente llamaba al presidente del partido –designado por él– y le decía el nombre. En el 2000 hubo un proceso que quiso ser una elección primaria, pero el candidato ganador de la candidatura perdió las elecciones. En el 2012 Peña Nieto se auto designó candidato porque la presidencia la tenía el PAN y Peña era el gobernador del estado más poderoso de la república.
El modelo de presidencialismo absolutista mexicano le ha conferido a los presidentes de la república promovidos por el PRI la facultad metaconstitucional práctica –derecho político positivo– de designar al candidato del PRI; más aún, todo presidente ejerce el poder cinco años sólo para esa decisión. A pesar de fricciones, fracturas y guerras internas, ningún presidente ha perdido esa facultad; inclusive, en 1993 Carlos Salinas impuso a Luis Donaldo Colosio como candidato, y después de su asesinato el propio Salinas designó a Ernesto Zedillo como el sustituto.
Los politólogos se extrañan cuando el presidente entrante –en casi todos los casos– confiere a sus primeras decisiones el objetivo de alejarse, romper o marcar su línea divisoria con su antecesor, el que lo impuso directamente. Son reglas del juego que los propios presidentes aceptan. Aunque todos juegan en cada caso en que no le ocurrirá lo que a los demás. Obregón puso a Plutarco Elías Calles para que quitara la no reelección, pero fue asesinado ya como presidente electo en un magnicidio que apuntó a Calles; Calles puso a Lázaro Cárdenas y éste lo mandó al exilio dos años para evitar la intromisión, Díaz Ordaz escogió a Echeverría y éste lo acusó de las represiones del pasado; Echeverría puso a López Portillo y éste le quitó todo el poder y lo largó como embajador a las Islas Fiji, exactamente al otro lado del planeta; y Salinas impuso a Zedillo y éste encarceló a su hermano y persiguió al expresidente con la amenaza de la cárcel.
Si bien pareciera un acto de deslealtad o engaño, en realidad son formas de definir que el poder presidencial en México lo tiene una persona, no se divide y no se puede dejar que los expresidentes quieran mandar; y ha habido casos extremos: Echeverría necesitó acusar a su antecesor de la represión estudiantil en Tlatelolco y Zedillo estuvo urgido de alejar de sí cualquier complicidad en el asesinato de Colosio como magnicidio del poder. Y a pesar de que toda sucesión presidencial reconoce la continuidad de equipo, los colaboradores del expresidente que tienen cargos con el nuevo presidente declararan su lealtad al nuevo jefe.
En este sentido, en realidad no hay secretos; los aspirantes están a la luz del día. En todo caso, los presidentes suelen jugar con una lista de seis precandidatos, de la cual tres son de distracción; y de los tres, sólo dos son los que llegan porque el tercero es más bien carta de emergencia. Desde la sucesión de 1958, las dos opciones son la política y la económica; y desde 1976 los presidentes optan por la económica.
(Próximo domingo: cómo se eligen candidatos presidenciales en México)
indicadorpolitico.mx
@carlosramirezh