FERNANDO AMAYA*
Entre otras muchas cosas que llegaron a Zipolite con el arribo de los chavos de la onda, está el peyote. Haceres perniciosos, vicios, sodomías y hasta bacanales llegaron sin que nadie escapara de ello. Y es Tamaro la síntesis de todo eso, él lo cuenta. En aquel revoltijo supremo, nadie supo quién quedó abajo o arriba porque lo de menos era preocuparse por eso.
Tamaro se sonó a varios comensales de esa deuda porque se atrevieron a evidenciarlo en público. Su manaza de buzo pulpero estaba cañona, alguna vez logró destapar una caguama de un pellizco, como si se tratara de una espinilla de esas que mortifican el cuero. Hemos compartido que inventó la hamburguesa de pescado o, al menos, fue el primero que la puso en su menú sin carta, sino dicho a pura boca. No es desconocido por alguien que varios llegaron cuerdos a Zipolite y regresaron así a sus lugares de origen, pero otros perdieron el juicio por el consumo de enervantes y estupefacientes. Verbo y gracia, Toño Liso que se embutió una granada de toloache y se quedó prácticamente como un zombi que solo podía reír y cantar colocándose la mano en la boca para decir: ¡Detenedla ya! Frase de una canción de moda por aquellos días.
Pero no fue a Toño Liso a quien Tamaro le compartió de su licuado de peyote, sino a otro casi en las mismas condiciones que él y que era conocido por Mascarita. Estaba pues Tamaro licuando fresas con peyote que le trajeron sus amigos chilangos desde Real del Catorce, una pieza robusta y espesa que hizo perfecta combinación con esa fruta roja que casi a todos nos gusta en su versión de nieve o licuado, porque en directo es un poco estítica. Empezó Tamaro a darle sorbos a su vaso, en la idea, me imagino, de guardar un buen resto para los siguientes días, cuando se acerca Mascarita y le pide que le comparta de aquel impresionante batido de fresas.
Tamaro le alargó el vaso, pero aquel chaparro traslúcido no pensó en un sorbo, o en dos vaya, sino que se jambó todo el vasote sin que Tamaro pudiera hacer algo. Una vez deglutido el insumo, tomó rumbo de la playa y, en menos de lo que se esperaba, regresó a preguntarle a Mundo que qué le había convidado porque no se podía estar.
Tamaro, ducho en estos pormenores, le dijo que tomara una escoba y que barriera la playa. Así se la pasó Mascarita barre y barre la playa por un tiempo incalculable, no es exageración decir que aún la sigue barriendo después de treinta años, en un Zipolite atestado de querencias equiparables.
Tamaro hoy es el señor Tamaro, cuida a su madre, a su hijo-nieto, y deambula de su hamaca a su horno de pan con la ayuda de un cayado hecho de grisiña por la mano de un buen amigo a quien, afortunadamente, le comparte ahora cuernos de chocolate sin licuado de fresa.