FERNANDO AMAYA*
Don Luis Martínez Hinojosa es el Tutor de toda una generación de autores y compositores oaxaqueños. Su Poesía permeó, a lo largo y a lo ancho, la exposición de nuestra trova enraizada en lo tradicional por inspiración de él. Hablo del espacio donde es más notable su influencia, la costa oaxaqueña y el Istmo de Tehuantepec. El entramado épico y lírico de su discurso poético y la armadura popular de su música, han sido rumbo y orientación para muchos de nosotros.
En lo particular, yo me acerqué a la obra de Don Luis en los años setentas, hablo de un acercamiento físico, materializado en sus presentaciones en vivo, en espacios abiertos o instituciones educativas de alguna ciudad istmeña. Comprendí que una aproximación a su obra resultaba más efectiva ahí donde Don Luis declamaba con voz potente sus poemas y cantaba sus canciones. Fue como la lección, no intencionada, que devino en bondadosa cátedra sobre los contenidos de la trova bohemia en los territorios por nosotros compartidos.
La sonata épica que Don Luis articuló con textos alusivos a la región de sus afectos más caros, el Istmo de Tehuantepec, con el arropamiento de una guitarra sensible y versátil, son el legado de una experiencia fundada en el conocimiento de las costumbres que tienen arraigo en aquel suelo salpicado de encajes y bordado de flores coloridas; la tierra fértil de la labor y el regadío recogida en un jicalpextle repujado de gráciles banderas. Ese legado debe movernos a preservar y darle el lugar que merece a la figura insigne del gran trovador istmeño Don Luis Martínez Hinojosa.
Quiero comentar que, en los tiempos a que me he referido, me acercaba a la experiencia cultural como un espectador ávido de satisfacer una curiosidad estableciendo vínculos entre la delectación poética y el agrado por una música de otra índole, fuera de la que comúnmente se consume a través de los medios de comunicación, para ese tiempo la radio y en menos cantidad la televisión. Por eso, al emigrar de mi estancia en el Istmo y establecerme en el municipio de Pochutla de manera definitiva, fue para mí motivo de gusto darme cuenta de que una canción de Don Luis era reproducida por trovadores voluntarios en convivencias de toda índole, incluso las que se fraternizan en el espacio de una cantina con la motivación de bebidas con espíritu.
Escuchábamos “En Pochutla no se muere porque ahí es la eternidad”, quizá en una versión modificada al ir de boca en boca por esos rumbos de un pueblo que aún vivía la lozanía de su etapa boyante.
Son los años ochenta y con Esteban Martínez integramos una propuesta de música tradicional y en nuestro repertorio nunca faltó la canción “Pochutla” de Don Luis; en lo posterior, hubo la ocasión de interactuar con él en eventos a los cuales fue invitado, reafirmando nuestro reconocimiento por su arte honesto y comprometido. De esas fechas data también una aproximación bastante aleccionadora a la obra del trovador ixtepecano, a través de las versiones que hizo Hebert Rasgado de sus canciones “La laguna encantada” y “El tren del atardecer”. Este aprendizaje se vio acrecentado con la audición de un material donde Don Luis Martínez Hinojosa acopió una buena parte de su trabajo creativo ya de si vasto y valioso.
Quienes lo conocimos y le manifestamos en vida respeto y admiración, tenemos un compromiso moral con la difusión de su obra y la proyección de su memoria, encarnada en la figura de aquel hombre cortés y respetuoso que iba por el camino tocado con una boina como rasgo distintivo y portando en la mano su guitarra olorosa a junco y lustrada por sol del mediodía. En esta parte del mundo donde los ríos se angostan y ensanchan al conjuro de una voz diáfana y bien timbrada, oriunda también de los mares y costas de la ensoñación, esa voz que se escucha no puede ser otra, es la de Don Luis Martínez Hinojosa, pregonero de las costumbres de un pueblo que también emigra como las aves marinas; pero que regresa al terruño a restañar las escaramuzas de un viaje inevitable, el de los sentidos por el rumbo de la alegría y la nostalgia que, en la experiencia humana, es un mismo rumbo repartido en las idas y vueltas del tren del atardecer.
Valga pues esta sucinta exposición para convocarnos a impulsar el reconocimiento de los oaxaqueños a una labor cultural de enorme merecimiento, labrada en el discreto entusiasmo de una vida ejemplar. El total de la obra de Don Luis Martínez Hinojosa, un largo y vehemente discurso sobre la identidad, jamás perderá vigencia, de eso estamos seguros.
*Fernando Amaya, poeta, compositor y cantor de la costa oaxaqueña.