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En el año 24 me atormentó la pregunta: ¿cómo encontrar espacio dentro de los excluidos?
Tenía que elaborar una solución para aquella ecuación política: Venía de Oaxaca, llegué a Ecatepec.
Por diferentes razones la vida cambia, con el paso de los años encuentras que todas las razones conducen al infierno.
Cumpliría 60, pasaron ya los días de buscar espacio en las grandes ciudades, en las capitales culturales del mundo y en las comunidades, los pueblos, las aldeas.
Para colmo de males, extrañaba a mi gatita Catalina.
¿Dónde ir?
No hay sitio para el que nació con aire en su cabeza.
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Escribo y pinto, ¿dónde encontrar mi espacio?
Ecatepec está al final de la Línea B, Ciudad Azteca-Buena Vista, el municipio está pensado como ciudad dormitorio para millones de obreros que alimentan la masa laboral, se desplazan por la mañana muy temprano a CDMX y regresan, muy noche ya, a sus congeladas viviendas.
Mi cabeza de disconforme encontró una razón para quedarme en este sitio: Ecatepec es la tierra del señor Ehécatl, advocación de la deidad creadora Quetzalcóatl, la serpiente emplumada.
Escuché las palabras que me animaron a largarme de Tehuantepec a los 13 años, “tiene aire tu cabeza”.
Este es el signo que guía la ruta, el viento fuerte.
__ Bien, me dije aquella tarde junto al Río de los Remedios, en el primer día por estas tierras, tal vez acá encuentres futuro.
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Y me puse a escribir, como todos los días de mi maldita vida. Al paso de los días, contrario a lo que se espera, sentía confianza en esa materia que pasa y te rosa intocable por la mañana, por las horas de la madrugada, a la tarde: el deseo.
Terminé algunos proyectos de escritura pendientes, lo que leían mis ojos me decía: hay avance, resiste.
Y el deseo estaba ahí, no me bastó el día sentado 20 horas frente a la máquina.
Pasaron los meses, tenía ya 60.
Me puse a leer la biografía de escritores, a mi edad tenía tiempo, una gotita de tiempo. Una mañana, por casualidad, topé con la biografía de pintores, había mujeres, hombres que iniciaron el oficio a loa 60, 70, 74 años.
La información atrajo mi atención.
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“Tiene aire tu cabeza”.
Junto a mí había cuadernos, libretas de apuntes.
Biromes.
Despanzurré la pluma Bic, me puse a expandir las manchas, me dio por ir a la cocina y hacer mezclas, encontrar tonos.
Acabé con las libretas, ya no tenía papel.
El deseo estaba puesto ahí, junto a las blancas paredes.
Y una tarde, al salir por las tortillas para la comida, encontré que el papel de envoltorio podía ser una superficie ideal para mis dibujos.
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El pintor Hugo Vélez, generoso hermano, me dijo: investiga sobre el rayonismo, el movimiento pictórico ruso del 14.
Me puse a leer.
Aparecieron nombres: Mijaíl Lariónov, Natalia Goncharov.
En la cocina tenía betabel, romero, aceite de oliva, sal de grano.
Había ya leído, en los años de Historia del Arte en la UABJO, El camino del arte, de Cennino Cenini,y el Tratado de pintura de Alberti.
El tianguis se pone dos veces por semana, miércoles y sábado, allá encontré crayolas, lápiz de cera y el resistente papel que utilizan en taquerías, fondas, restaurantes de poco pelo, las comandas.
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Pinto y escribo.
Al principio de esta colaboración surgió una pregunta: ¿Cómo encontrar espacio dentro de los excluidos?
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Escribo y pinto, pinto y escribo.
Soy habitante de Ecatepec, un integrante más de la masa de obreros, migrantes de este País Nada (tengo vecinos colombianos, oaxaqueños, michoacanos, cubanos, haitianos), sudacas.
Camino las calles de un municipio poblado por un millón 645 mil 352 habitantes; el territorio me confirma: los excluidos somos más.
A los 61 mantengo el deseo creativo.
El mundo es manual, práctico, te señala que habrá que meter la mano, amarrarse a una idea, un destino, tapiar con cera los oídos, dejarse llevar por el deseo de buscar aquella actividad por la que viniste a este jodido mundo.