La cualidad específica de esta clase de relatos es
estrictamente
eso
que llamamos ingenio.
G. K. CHESTERTON | Cómo escribir relatos policiacos
Y no hay pueblo sin anhelo de la catarsis.
Verde.
Desde la calle se puede mirar la estantería, los cristales que reflejan frascos de diferente tamaño, las distintas proporciones, productos, etiquetas que buscan el espacio de fulgor plateado. Las sumisas tapas de caprichosas formas, los espejos repiten los aromas. La perfumería atrapa a los recuerdos que pasan rumbo al mercado; pero, en especial, la tienda fue diseñada para detener a los hombres con el cartelito que cuelga de la puerta: ofertas.
Este es el inicio del relato, desconozco el final.
Se podría decir que aquel hombre entró al establecimiento por perfumes y salió con los pies por delante. Como en todo, la narración salió de una nueva lectura en una noche repleta maullidos, con el ladrido de los perros.
Encontré la potencia del cartelito, los cristales, las formas y su etiqueta.
Traigo una historia, me dije.
Los maestros del cuento recomiendan iniciar el trabajo con una entrada-puerta que introduzca a la atmósfera propia de lo que se quiere contar, que no se le despegue al lector durante muchos años. Algunos recomiendan iniciar con la imagen que fije el momento, que robe la atención, que capture al lector con las primeras palabras; otros, voraces, recomiendan iniciar con una idea o una imagen que nos conduzca a los debates morales, a una idea; pienso en la rubia Superior.
El inicio abre espacio para un camino posible.
Verde. A lo lejos ladran los perros, a lo lejos.
Andaba ya por las ciento cincuenta palabras, aquel inicio de la perfumería me proporcionó el espacio que puede dar un poco más; picado el pez en el gran mar de la tradición cuentística americana, avanzo, intento dar un poco más de cuerda al asunto:
Mediodía. La calle se encuentra al poniente del parque municipal Juárez, en Juchitán. Un hombre de mediana edad, calzado nuevo, camisa limpia, se detiene frente al cartel que cuelga de la puerta de vidrio; entre el quiosco y los andadores que rodean al parque se mecen, lentas, las palmeras, el busto de Juárez mira de frente al reloj del palacio municipal, el mismo que detuvo su marcha a las 11:59 de aquel 17 de septiembre del 17, cuando el sismo de 8.2 despertó a zanates y zancudos, a piedras y ladrillos, a la bandera misma que ondeaba en lo alto del palacio. Se escuchó un disparo. Bang, zanates, zancudos y piedras, la bandera misma, las palmeras, se agitaron, en alerta.
Bang.
Con la detonación se cimbraron las palmeras y se cimbró Juárez, su cabeza de bronce; se cimbraron las puertas de la zapatería Canadá, ubicada en una esquina del parque municipal opuesta a la perfumería.
Al momento de la detonación habían pasado más de veintidós mil réplicas de aquel sismo que hizo crujir la tierra. Un instante después se acercaron los curiosos para rodear el cadáver del hombre al que se le ocurrió morir frente a la perfumería, el hilito se sangre escurrió por la sien derecha, se abrió paso entre pies descalzos. Saynes llegó al lugar de los hechos veinte minutos luego de que el último zanate emprendiera el vuelo con aquella detonación.
__ Mierda -dijo- ¿a quién se le ocurre estirar la pata frente al parque un mediodía del infierno?
El viejo investigador sabía que su oficio, descifrar lasa causas de la muerte violenta, comenzaba con preguntas.
¿Y ora?
Miró a los curiosos, no encontró ningún rostro conocido.
__ Mierda.
De la bolsa de la vieja guayabera blanca sacó su libretita. En los más de treinta años de servicio como investigador de la agencia del ministerio público, resolvió cientos, miles de casos pero mantuvo la primera hoja de aquella diminuta libreta en condición de virgen inmaculada, en blanco.
__Hermano, si escribo me salo.
Saynes confiaba más en su memoria que en su letra.
__ Mierda.
Bien, tengo el inicio de la historia.
Las letras de la primera página me dieron la unidad de tiempo y lugar que se requiere para levantar la historia, me dejaron la atmósfera. Pasado el inicio, me salta el nombre de una mujer, Norma. Que en este cuento policiaco resulta ideal para ponerlo como nombre de una céntrica cantina, Norma.
Noche. 20:00 hrs. Saynes sentado frente a una mesa de ochenta por ochenta repleta de oscuros envases vacíos de caguama, las botellas mantenían la boca abierta.
__ Mierda.
En ese momento una racha de aire fresco besó su frente -venía del parque Juárez, nacía de las escuálidas palmeras que extraviaban el equilibrio entre la tierra y las estrellas.
Saynes supo que había encontrado el hilo del caso, sacó su libretita de apuntes (mirar la hoja en blanco lo ponía lúcido), tuvo un recuerdo fiel de la escena del crimen.
Los zapatos nuevos del difunto.
La vida está llena de conexiones secretas; la muerte, también. Al otro día, muy temprano, el oficial investigador Saynes se presentó a las puertas de la zapatería Canadá.
Tuvo que esperar unos minutos antes que un despistado dependiente abriera la puerta.
__ ¿Está el dueño?