Este libro nació de un texto de Borges. De la risa
que sacude, al leerlo, todo lo familiar
al pensamiento
MICHEL FOUCAULT | Las palabras y las cosas
Hay tardes en que para abordar los problemas que tanto nos obsesionan, solo nos basta un poco de cotidianidad.
I
Tarde soleada, canto de pájaros.
La resolana inunda el espacio de trabajo.
La atmósfera me lleva a intentar la voz una vez y otra vez sobre las letras; busco la forma de lo que no escuchado.
Lo que se mueve entre la retórica y la dialéctica.
El material de trabajo pretende llegar al sitio que no existe, el espacio jamás dicho.
Escribo.
Tarde de perros.
¿Quién se mueve bajo lo que no existe?
El que escribe.
II
Me distraigo con mil cosas.
Con el vuelo de los zancudos, el canto de las aves; las sombras que se agitan en mi campo visual.
Escribo lento, con interrupciones.
Me distraigo con los noticieros. Con las imágenes.
Voy, busco donde nadie me llama, concreto en el no sé qué lo que busco.
III
No sé: la figura que saldrá lo nombrado.
Y escribo.
Encuentro que en el no saber hace la escritura.
Utilizo las figuras retóricas como forma del pensamiento; la estructura de trabajo me aporta lo ya escrito y leído, la voz del pasado.
Convencido que de enfrentarme y vencer causa mi desdicha; saberme capacitado para el trabajo me trae soledad.
Solo intento una vez y otra vez. Con cierta demencia, cierta terquedad.
Recorro el espacio, registro lo no dicho a partir de lo leído.
IV
Aire limpio, canto de pájaros. La figura de las hojas se agita con el viento ligero.
Encuentro lo no dicho, lo que está por ser nombrado.
La forma que concrete lo reducido (la expresión).
En mi pueblo, Tehuantepec, se tatúa el lenguaje con apócopes.
Cortan las palabras. Pongo este ejemplo: a los que se llaman Antonio les dicen Toño, a los que se llaman Anastasio, Tacho.
Pero ¿cómo referir a un Tacho en específico?
Hay cientos de Tacho. ¿Cómo evitar la confusión?
El lenguaje trabaja por reducción simple, por economía de tiempo. Acorta vocablos. Encuentro que en las formas populares del lenguaje priva la brevedad, que viene acompañada de una segunda reducción que ocupa el apodo, el mote, el sobrenombre. Pongamos por caso que el sujeto en cuestión se llama Anastasio, pero en la comunidad se reduce ese nombre a Tacho. Bien, ahí tenemos la forma primera. Entiendo que tenemos muchos Tacho en el barrio, ¿cómo saber que nos dirigimos a cierto Tacho en específico? Lo cargamos con una palabra contigua que trae la seña, el modo específico, la marca que lo hace diferente
Entonces tendremos Tacho canasta.
Esta palabra, canasta, sabe Dios por dónde apareció.
Y carga el apodo.
El lenguaje nunca lleva una carga moral, su uso es práctico, solo existe.
Bueno, dejo de preguntarme cosas y ya tenemos Tacho canasta, pero canasta también pasa por la máquina de la reducción simple, la apocope (que es la seña comunitaria, el signoque identifica la vida resumida del sujeto).
Si aplicamos la apócope al apodo canasta, nos queda Tacho Nasta.
Por favor, detengámonos en esta parte.
Entiendo que en la comunidad se trabaja el lenguaje con el oído; son príncipes, la comunidad evita el choque de vocales altas. La gente analfabeta del barrio tiene habilidad para la construcción gramática; trabaja con el oído. O carga asuntos que se perciben desde la sensibilidad, la fonética.
Entonces, a la contracción ´nasta´, que es apodo (canasta/canastita), le suman el diminutivo, canastita, ´nastita; y aplicamos una tercera reducción y nos queda: Tita.
¿Qué implica el nombre Tita?
No lo sé; nada, solo son memoriosos sonidos.
Y entonces lo solucionan de esta forma: Nastita, Tita.
Pues bien, uno bien puede ir por la calle y preguntar por Tita y, en ese momento, nieños y viejos sabrán por quién preguntamos.
La grafía vuela sobre su propia sombra, Tita, las letras vuelan sobre el lomo de las letras: el lenguaje se sirve de tonos (una alta consideración por las vocales).
Y ahí, en el diminutivo concretado sobre apodo se logra la nemotecnia, la memoria:
Tita.
Bien.
Hay que recordar que los romanos del siglo I a.C., recordaron a Cicerón no por sus piezas de oratoria ni por su trabajo como político, jurista sino por su apodo: chícharo (Cicerón).
El sobrenombre aporta eternidad al sujeto; el contrasentido da renombre.
¿Por qué al señor le hablan en diminutivo?
No lo sé (los pueblos tiene sus propias motivaciones sicológicas).
Hay que recordar que la comunidad guarda conciencia del orden de los sonidos (sonidos acortados, cantados). En ese el del lenguaje se obtiene la forma, la seña (una marca), el énfasis con que se rompe el tiempo del mortal, lo que nos hace habitar el tiempo, la cosmogonía (una relación con el tiempo).