FERNANDO AMAYA*
Anduvo con su cuerda varios días buscando de donde colgarse. De Puerto Ángel lo corrieron los pescadores; igual, del quiosco se quiso colgar y le dijeron: vete a otra parte Mecatón, y se vino a Zipolite. Se subió al kiosco de aquí, amarró la cuerda de un pilar, se metió la gasa en el cuello, y se echó hacia abajo. Quedaron las plantas de sus pies como a cinco cm del suelo; parecía que estaba parado, por eso la gente ni cuenta se dio.
Se desata y desparrama la memoria de los tiempos en que Mecatón andaba tranquilo, trabajando para su familia, en quehaceres de todo tipo, pescando, acarreando leña, haciendo el mandado a cambio de unos pesos o una comida con las venteras de la playa. Dicen que hasta llegó a tener su propia embarcación equipada con motor y redes de pesca.
En boca de otras personas, los méritos de nuestro personaje tuvieron la opción de ser válidos; no tanto por él mismo que llegó a inventar cosas a veces increíbles, a veces absurdas. Como aquella donde me contó que era dueño de un gran hotel en Pochutla, y que precisamente en esos momentos iba por el dinero que le administraba una persona en quien él había depositado toda su confianza; “ahora me urgen veinte pesos para una chela”, me dijo, “si me los prestas al regreso te doy mínimo cien”. De ese día a la fecha no supe nada de Mecatón, sólo la noticia inesperada del fin de su vida, consumado por propia mano, con una cuerda de nailon de esas que se usan para fondear el grampín.
Pasó por El Aguaje con su cuerda, de ahí a Puente de Tubo por Agua Zarca, y no lo atrajeron ni las ramas de los árboles bajos, ni los postes de las cercas, menos los de luz. Su decisión estaba tomada y tenía que ser algún kiosco; de tal modo que, si no se lo hubieran permitido en Zipolite, se hubiera ido a Mazunte. Verificando que no hay Kiosco ahí, hubiese salido hacia Pochutla por San Antonio. Pochutla implicaba una serie de trámites por tratarse de la cabecera municipal, y eso retardaría por meses la consecución de su propósito.
Alguna vez me contó, Mecatón, que le dieron trabajo en la policía judicial, y que él, nada más él, fue capaz de subir una camioneta con chasis adaptado por esa subida empinada desde la Playa del Panteón hasta la punta del cerro en donde emplazaron la antena de Televisa. Me dijo que subió esa camioneta en neutral, pues fue adiestrado por un comando especial, para lograr que fuera así. También me comentó que, aunque estuviera dormido, no había quien lo pudiera sorprender para darle fin a bala o cuchillo: su mente estaba conectada con el mundo espabilado cuando él dormía.
A veces dudo que lo que pasó con Mecatón, realmente sucedió, pienso que lo acaecido con su muerte es esa especie de broma con la que resolvía su vida, atrayendo la atención de los demás. He llegado a creer que mañana me lo voy a encontrar rumbo al muelle con una cuerda adujada sobre el hombro y que, al preguntarle a dónde se dirige, él me va a contestar que a fondear su lancha con un orinque nuevo, pues el que tiene su grampín ya está bastante luido, y es importante asegurar su fuente de trabajo, sobre todo porque hay riesgo de mar de fondo por el mal tiempo que se avista hacia los rumbos de la Cruz del Sur, en el hemisferio austral, y que podría varar su lancha, e incluso hasta estrellarla sobre las rocas del andador que comunica a la Playa del Panteón con Rincón Sabroso. La lancha y el equipo se salvaron; no fue así con Mecatón, quien calculó mal su cabo de fondeo y quedó a la pendura, a escasamente diez centímetros del suelo.
*Fernando Amaya es músico, poeta y escritor oaxaqueño