OAXACA, Oax. (sucedióenoaxaca.com).- Hilando Sones es un documental que entrelaza la historia, la memoria y la cultura del pueblo San Pedro Amuzgos, Oaxaca, también conocido como el “Pueblo de hilados”. Narrado en amuzgo, su lengua originaria, este filme es un homenaje a la resistencia de una comunidad que ha preservado, generación tras generación, el arte del telar de cintura: huipiles, rebozos y manteles, símbolos cargados de identidad y saberes ancestrales.
Financiado por National Geographic y el Festival de Cine de Sundance, Hilando Sones es la ópera prima de Ismael Vásquez Bernabé, un cineasta indígena que vuelve a su tierra natal para contar su propia historia y la de su comunidad. Desde el 25 de julio, la película llegará a los cines de México con el sello de Artegios Distribución.
En la Sierra Sur de Oaxaca, entre montañas verdes y caminos de tierra, se encuentra San Pedro Amuzgos, donde mujeres expertas tejedoras transmiten de madres a hijas los secretos del hilado. Cada diseño habla de sus antepasados y de su visión del mundo. Mientras ellas tejen, los hombres cultivan la tierra y algunos, de forma autodidacta, se entregan a la música.

Ahí nació Ismael, donde aprendió amuzgo y escuchaba los relatos de tías y tíos mientras dibujaba en su mente las escenas: un río, un campesino caminando entre las hojas, una nutria cuidando a su cría. Ese imaginario es ahora la materia prima de su cine.
Con una espléndida fotografía que captura la belleza y serenidad de la vida cotidiana en su comunidad, Hilando Sones nos permite asomarnos a su mundo: un pueblo que resiste y se reinventa, cuidando su legado cultural como quien cuida los hilos de un telar.
La película entrelaza tres historias fundamentales: la de Zoila, madre del director; la de Donato, legendario violinista del pueblo; y la de Lorenzo, su heredero. Donato fue parte esencial de la infancia de Ismael: “Su música me fascinaba y siempre quería estar cerca de él cuando tocaba”, cuenta. Pero tras la muerte de Donato, también se fue su música: nuevas religiones declararon pecado esas celebraciones y el silencio cayó sobre las festividades del pueblo.
“Esa música me transmitía algo bello que quería compartir con mi comunidad. Así nació este proyecto cinematográfico: para que otras personas también puedan conocer la magia de Donato”, explica Ismael.
Hilando Sones es, en esencia, una defensa de la memoria. Lo que no se cuenta, desaparece. Ismael cuenta para preservar: lo que se perdió, lo que perdura, lo que puede recuperarse. Y con ello abre camino para otros cineastas indígenas y sueña con que en sus próximos proyectos haya cada vez más técnicos indígenas.
La película ha recibido importantes reconocimientos: Mención Honorífica en Hot Docs 2024 (Canadá), Selección Oficial del Festival Internacional de Cine de Guadalajara 2024, del Festival Internacional de Cine de Morelia 2024, del Festival Zanate 2024 y fue elegida para representar a México en el summit de la Cumbre del G20 en Río de Janeiro, noviembre de 2024.
Gracias al apoyo de Artegios Distribución, EFICINE Distribución y Estafeta, Hilando Sones inicia su recorrido en salas a partir del 25 de julio, con funciones especiales en Ciudad de México, Oaxaca, San Pedro Amuzgos y Santa María de Ipalapa.
Hilando Sones es el testimonio de un hombre indígena que reconoce su historia y la de su gente a través del cine, y nos invita a apreciar el inmenso valor de las culturas indígenas que persisten, resisten y florecen.
Para conocer fechas, horarios y sedes de exhibición, visita: https://artegios.com/hilando-sones/
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Acerca del director
Ismael Vásquez Bernabé es un cineasta indígena comprometido con narrar historias que preserven la dignidad y la voz de su pueblo. A sus 35 años ha transitado múltiples oficios: fotógrafo, camarógrafo, barista, artista plástico y asistente en el telar de su madre, Zoila, protagonista de su ópera prima documental Hilando Sones (2025).
Originario de San Pedro Amuzgos, Oaxaca, Ismael creció entre las historias tejidas en amuzgo, su lengua materna, cuyas metáforas y tonos musicales alimentaron su imaginación desde niño. Escuchaba relatos con sus hermanas y visualizaba escenas que luego dibujaba en su mente: un río, un campesino entre hojas, una nutria cuidando a su cría.
Su camino como cineasta no siguió rutas previsibles. La electricidad llegó a su calle cuando tenía ocho años; a los doce, su madre pudo comprar un televisor con el dinero de la costura. Las primeras imágenes lo cautivaron y en sus ratos libres comenzó a pintar. Más tarde descubrió la fotografía fija: la posibilidad de capturar en un instante aquello que antes le tomaba semanas pintar lo sedujo por completo.
Su formación ocurrió entre su hogar y la escuela de mestizos, donde su madre, decidida a que aprendiera español y accediera a mejores oportunidades, insistió en inscribirlo. Allí enfrentó discriminación y burlas, pero también desarrolló una resiliencia heredada de su madre: valorar su lengua y su cultura, incluso si dolía.
En la secundaria ya se movía con soltura entre mundos: amistades indígenas y mestizas, trabajos en fotografía y su primera obra audiovisual a los 16 años: una animación hecha en PowerPoint. Todo lo aprendía de manera autodidacta y en los talleres de La Claqueta A.C.
Entre los 18 y 22 años se formó en UNISUR, un proyecto universitario radical para pueblos campesinos de Guerrero, donde descubrió que el lenguaje audiovisual era la forma más poderosa para expresar su mirada del mundo. Allí comenzó a narrar historias en su lengua, desde su cosmovisión.
Para sostenerse, trabajó haciendo fotos y videos de bodas y cumpleaños. A los 23 años se mudó a Ciudad de México, invitado como pasante en clases de fotografía. Allí también trabajó en la Cafetería y Librería Marabunta, un espacio clave para la intelectualidad y el arte latinoamericano.
En 2016 fue seleccionado en Ambulante Más Allá, lo que le permitió profesionalizar su formación y dirigir su primer cortometraje: Nkwí Nàya Tónko: Compromiso de palabra, sobre un flautista de su pueblo.
En la Cafetería Marabunta conoció a la escritora Alaya Dawn Johnson, quien lo animó a presentar su proyecto de largometraje documental a National Geographic. Sin grandes expectativas, lo postuló. Meses después recibió un correo: había sido seleccionado y comenzaba la aventura de Hilando Sones. El proyecto también obtuvo respaldo de Sundance y otros financiadores, consolidándose paso a paso.
Hoy, Hilando Sones es un homenaje a su historia, a la de su madre Zoila, y a la del violinista Donato y su hijo Lorenzo. Una reflexión sobre la memoria cultural y la fragilidad del conocimiento ancestral:
“El telar es como un pueblo: está formado por cientos de hilos, cada uno vital para sostener el conjunto. Si un hilo se rompe, el telar entero se pierde.
«Así es nuestro pueblo. Está compuesto de personas con habilidades que le dan color y vida a la comunidad. Cuando alguien se va sin un heredero, se rompe un hilo y nos queda la gran responsabilidad de recuperar nuestro telar para seguir tejiendo.”
