Uno
Para recobrar fuerzas me propongo dar vueltas por barrio Santa María, su barrio, hablo solo frente al tiempo que lleva prisa atado a ciertos aromas de la infancia. Ella podía hablar el lenguaje de los árboles, las hojas le decían las desgracias por venir. Del mundo observado armaba el mundo de cabeza, le era fiel. «El infortunio llega puntual, no lo esperes, no lo busques», decía.
Los objetos que nos rodean están cargados de seres. A su manera fue feliz, viuda creció cinco hijos, se mantuvo siempre a un paso adelante de los hechos. En atisbo. Dicen que los ciegos desarrollan los otros sentidos para orientarse, incompletos; los analfabetos también, con una pequeña diferencia: no palpan, saborean el aire. Conversan con él, habitan el silencio; no piden porque para el excluido pedir resulta un lujo.
Llegan a conocer aquello que está en el corazón del viento. Y ahí ponen su propio corazón. Se conocen. Imagino que de tantos saberes que existen sobre la tierra ellos, los incompletos, eligen uno, conocer de su corazón (hay gente que intenta saber de aquello que nada le aporta una experiencia).
Hay ausencias que se aligeran cuando se encuentran con los pasos pedidos; mientras encuentro, busco presencias herbales, florales que me conduzcan a puerto seguro.
De Ella brota lo bueno de la tierra, sin Ella el espacio se consume en envidias, competencias; ando en silencio como maguey a fuego lento.
El aire que arde convoca aromas que levantan cientos de silencios. Camino cargado de preguntas: ¿por qué será que la extrañeza sabe a mezcal?
Los postes de luz, los baches, las ancianas frente a los establecimientos comerciales marcan el canto de los sentidos, el espacio cobija plantas puestas en hervor desde el principio de la tierra.
Dos
Huele a maguey cocido. ¿Qué aromas saldrán de esta cocina?
¿Hay una divinidad protectora de los tristes? El mezcal guarda las notas de la cocina de mi madre. Este barrio es inmenso, ella es una chica del Centro.
En algunas veces mirar el cielo resulta fatal, acelera al corazón; lo prende de congojas. La vista no alcanza a distinguir barruntos. Lo mejor será meterse a casa, cerrar la puerta, dejar de jugar con las divinidades.
Tres
Encerrarse en casa será buena medida como para protegerse de la desgracia. Con el cambio de signo de las horas me da por imaginar a la gente antigua, con su mirada podía abarcar toda la tierra, los cielos y los mares (incluidas la hora ingrata). Hay días en que el aire se llena de hiel, de mi infancia no digo nada, fui feliz, me amaron mis padres y hermanos.
Mi madre me enseñó la defensa efectiva contra la envidia, dar las manos para torcer hilos. Ella venía de esa sangre intocada por las letras, analfabeta. Su madre y su padre, sus hermanas hicieron la vida de esa forma que utiliza la punta de la lengua, humedecer sus labios para saber del futuro; maneras de gente silenciosa.
Cuatro
No lo sé, soy agave sin tormenta. Me recargo en las piedras, observo el cielo repleto de banderas que se agitan con el aire de las certezas. ¿Por qué sus pliegues agitan el nombre de las plantas amadas? Somos aire que arde, que se esparce entre cenizas; me acerco a barrio China, pido un mezcal de la maestra Bertha: tobasiche de San Baltazar Chichicápam, cincuenta grados.
Afuera, los oficiales de tránsito multan automovilistas. Las primeras gotas del líquido crecen en mis papilas con la paz con la que ella me dejó encargado, en espera de su regreso.
Cuando ella dijo estoy triste saqué la punta de lengua, ahí estaba aquella sustancia de la cual mi madre me había hablado, «no la llames, viene sola». Mirar al cielo causa congoja, en un tiempo dije que mi renuncia a verlo se debía a una forma extraña del dueño por la muerte de mis padres, mis hermanos; «hay gente salada que escupe al aire», dijo mi madre.
Cinco
A veces digo que negarse a mirar el cielo no sirve de mucho. Cuando esto ocurre hago la vida de analfabeta, no pido, protejo mi cuerpo de los cambios bruscos de temperatura, mis manos buscan -sin que yo me entere- tejer hilos imaginarios.
Seis
Tres hermanos, seres tristes divididos por la lumbre: punta, cuerpo, cola. El mezcalero, alquimista al fin, los reúne de nuevo; en un recipiente caza puntas, en otro recibe el cuerpo, el destino de las colas se aloja en la separación de sus hermanos, siempre bajo la promesa de un breve reencuentro. Hay tardes en las que me cargo de preguntas. ¿De qué reino viene el maestro mezcalero? Nunca podremos saberlo.
En el palenque, donde nadie lo mira, junto al mezcal sueña. Las llamas le indican la proporción de cada materia para formar el luminoso cuerpo del elixir. Será cosa de dioses o chamanes, de gente que pobló la tierra hace cientos de años.
Algunos eligen la madrugada para construir el nuevo cuerpo; otros, mesurados, se recargan en la tarde para rearmar la sustancia. Debo decir que existe una tradición férrea en algunos pueblos escondidos de Oaxaca, donde no juntan a los triates. Apartan puntas y colas, dejan el cuerpo como hermano huérfano; los más, hacen el hecho taumaturgo.
El arte está en juntar el aire con lo que nació separado. ¿Será que el mezcal trae la forma de vencer a la muerte, de unir lo dividido por el rigor de la desgracia? Debo recordar acá que la ambrosía viene de una previa descomposición.
El artesano del mezcal formula sin escritura, al puro oído, al reconocimiento del cordón de espumas.
Si la criatura requiere más potencia, le agregará puntas; si requiere bajar la gradación, sumará colas. Si por alguna razón la justicia no alcanzó la mano del demiurgo al momento de verter las porciones, el mezcal saldrá cabezón. En la tradición hay puntos estrictos que marcan el procedimiento, el más drástico es la calificación entre pares.
Siete
Hay tardes en que la mirada se resiste continuar el registro de puras angustias, días en que el cuerpo se niega a continuar en la rueda del destino; para recuperar fuerzas alzo los ojos, miro el aire cargado de aromas, la visión recorre mi cuerpo; la mano sabe, tiene conciencia, alcanzo la copa de mezcal y, sin que nadie lo vea, cierro los ojos para abrir mi respiración a las notas que vuelan frente a mi rostro, gráciles