Narran quienes saben del tema, que existe en las tierras de Oaxaca una bebida ancestral, un brebaje que conectaba a nuestros ancestros con los Dioses, por lo cual llegó incluso a ser prohibida debido a sus efectos al ser ingerido en exceso. Hablamos del Mezcal.
Pero ¿Cómo podemos hablar de tan mítica bebida en un tono tan sombrío? Bueno, resulta que el mezcal ya no es lo que solía ser, aun incluso siendo preparado de la misma manera en recetas ancestrales y tradicionales en los pueblos de Oaxaca. Y nada mejor que dejar las cosas claras antes de que La Sandunga, La Llorona y La Flor de Piña resuenen en nuestros oídos como cada año, y nos motiven a bailar, a olvidar por un momento que la Guelaguetza ya no es más la fiesta de los oaxaqueños, que ya no se trata del acto de dar y recibir, no es más aquel “tequio” comunitario que solía ser en sus inicios, el homenaje racial.
Nadie creía que podría ser real. Pero una tarde alguien se preocupó, algún comensal curioso notó que cada restaurante tenía su propia botella, nombres diferentes, sabores rebajados y precios exorbitantes. Y entonces ese sujeto reflexionó. ¿Aún vive el mezcal o es una leyenda ya contada demasiadas veces para deleite de los extranjeros que anhelan besar el suelo intoxicados por su consumo excesivo?
El mezcal ahora sobrevive, de pronto, como todo, alrededor del turismo, comenzó a ser sobreexplotado, dejó de beberse de manera ceremonial para convertirse en un ritual instagrameable, un modus vivendi para quienes un tiempo fueron tildados de borrachos y ahora se cuelgan el mote de catadores experimentados en la bebida de los dioses. Y catadores es decir poco, porque la imaginación dio rienda suelta a tantos nombres y cargos que harían que nuestros abuelos se revolcasen en sus tumbas, mezcalófagos, mezcalonautas, mezcaliers, Mezca…
Aquella bebida que lograba derribar a los padres de familia en día de paga, aquel menjurje que patrocinaba al macho oaxaqueño para hacer ridículos bailes y a intentar conquistar mujeres con un hedor que disipaba cualquier intento de emanar feromonas masculinas, ahora es embotellado por manos extranjeras que ya no le rinden el culto debido, que lo rebajan con alcohol etílico y lo promueven como el último grito de la moda en galerías de arte y pasarelas de moda. Un néctar que ha sido ya tan prostituido que vende mas el nombre de su estado de origen que la planta que lo origina.
(Léase con tono gabacho)
Oie mi reina, drink with me a mezcal, come from Oaxaca, cost me a million dollar…
Recuerdo mis primeras experiencias con el mezcal, que aquel maestro mezcalero que no terminó la primaria pero que notaba la graduación etílica solo con olerlo al salir del alambique, nos decía, “no es como la cerveza o el tequila, es una bebida sagrada, hay de mezcales a mezcales y a todos se les respeta”
En ese entonces, hará ya unos 10 años, o más, era una historia de vida. Y es que si alguien presenció la historia de los oaxaqueños como sociedad, ese fue el mezcal, servido desde la Colonia, presente en las manos de quienes derrotaron a los franceses, durante las guerras de Reforma y durante la firma de tratados de paz. Se bebió mezcal durante la celebración del primer homenaje racial y se bebió mezcal bajo el sol inmisericorde que cubría el templete de las primeras guelaguetzas, y es que no siempre hubo lona, ahorita el sombrero de palma es de adorno para la experiencia, pero tuvo un uso también.
Hoy en día se bebe mezcal en la torre Trump, se bebe mezcal en Alemania, se bebe en China. No diré que es excelso, puro y original. Probablemente solo el que te regalen en el desfile de delegaciones lo sea. Porque, aunque no te guste, el mezcal se bebe de botellas de vidrio soplado sin pulir, se bebe de garrafas de plástico, de viejas botellas de PET. Una vez un sabio dijo, todo lo que venga de una botella más cara que su contenido no es mezcal, y probablemente tiene razón. El nombre del mezcal está tan gastado y mal utilizado que si lo complementamos con la leyenda HECHO EN OAXACA, podríamos vender agua con alcohol y aroma de yerbas en el extranjero y hacer billetes, eso sí, con una etiqueta decorada por algún trazo de Toledo o un diseño minimalista New Age.
Lo siento mi querido Mezcal, lamento tanto que no se te sepa valorar. Que quienes te producen se vean obligados a venderte barato para que quienes te embotellan se embolsen una fuerte cantidad. Tu belleza no viene de tu botella y tu complejidad no la define el idioma en que esté escrita la etiqueta. Lamento tanto que no se te sepa apreciar, que a veces ni siquiera seas tú el que representa a Oaxaca, pero qué te digo, ya no reconocerías a tu pueblo si lo vieras, ya no se hace costumbre en tu sembradío y ya no se pide a Pitao Cocijo que cubra con su bendición (la lluvia) los brotes de la planta que los chinos apodan “lengua de dragón”. Ya no se te prohíbe por embriaguez, ahora se te promueve por “adultez”.
Disculpa a tu pueblo, Mezcal, porque no saben lo que hacen, y si lo saben es porque el nuevo Iphone ha corrompido sus corazones, o la nueva raptor, o la casa grande. Y volverás a tu grandeza, de siembra, tiempo y cosecha, solo que quizá entonces seamos una nueva sociedad, o solo un recuerdo de ella.
Gracias por tus dones, Mezcal