Si como dice Kundera, la novela es disposición de los archivos, la pregunta que nos brota será, ¿cómo diablos se forman los archivos?
Los proyectos de escritura requieren de tiempo para su conclusión.
El primer problema con el que nos topamos es que tenemos una vida, y lo que nos proponemos no es algo vivo ni algo imaginado sino una materia de naturaleza específica, el lenguaje escrito.
El primer compromiso del escritor es el de poseer una vida propia.
Este viernes cumplo 60 años.
Las felicitaciones comenzaron la tarde anterior.
Este mediodía, limpio de celebraciones, me acerco a las letras.
Las letras, que solo requieren para emerger en la pantalla el ojo de asombro, la mirada. Y para mirar, se necesita de una vida.
Y tener la cabeza donde la debes tener, sobre tus hombros, con el asombro con el ojo nuevo.
Los últimos días de mis 59 años transcurrieron mientras estaba metido en la escritura.
Suena muy pretencioso eso de la escritura, y eso de metido, también.
Intentaré componerlo.
Escribir es leer, poner los ojos sobre algo ya escrito -las letras vuelan sobre el lomo de las letras no sobre emociones, sentimientos o la maldita ideología.
Durante años, muchos, tal vez 30 años, me dediqué a armar textos sin sentido, sin un orden. Llegaba la letra y nunca me negué a escribirla.
Fuera la hora que fuera, escribía.
Escribir causa hábito -más que en mi cabeza en mis manos y mi espalda, mis dedos.
Me resultó tan necesario escribir esas páginas que, en ocasiones, posponía el sueño o la comida.
Me mantenía ocupado, nunca necesité más que eso.
Escribir se convirtió como en la medicina que requería para interactuar con este mundo, mantenerme vivo.
Y armé archivos, una gran cantidad de materiales.
¿De aquello disperso sale una novela?
No.
¿De esas letras sale un libro de poemas?
No.
Solo eran -son- papeles con letras.
Pasó el tiempo y seguía con mi obstinada práctica sin otro objetivo que mantener el contacto cotidiano con el lenguaje escrito.
A beber se aprende en la bebida, a besar en el beso.
Lo dijo Hemingway y parecía mamada aquello que mencionó el maestro, a escribir se aprende escribiendo.
Por eso será nevesario mantener todos los días la práctica de bateo.
Nadie escribió una genialidad de una sentada -nadie escribe de la página 1 a la 400 de un tirón -eso no es humano.
Este año -el del festejo de mis 60- de manera muy natural llegué a terminar dos proyectos, uno de poesía y la novela.
Hay una parte que no te dicen los maestros cuando hablan de su quehacer: a escribir se aprende con una vida propia que tenga en un momento del día alguna relación con el lenguaje escrito.
No se escriben poemas, novelas, cuentos con proyectos.
No.
La escritura literaria es lenguaje escrito -como todo lenguaje requiere uso, práctica cotidiana.
De esa pequeña relación cotidiana surgen los libros de poesía y las novelas.
Nadie requiere de la inspiración, drogas o Rocanrol, desgracias.
Nadie.
Solo necesitas que te mantengas en los intereses de tu vida y en el contacto mínimo con las letras, la palabra escrita.
Y que no cargues ningún interés con la escritura.
Porque si te haces de una vida propia no vas a requerir de la fama, el prestigio, la posición social que otros hablan de ti y de tu trabajo.
Y le evitarás un gran conflicto a tu vida con las letras.
Hay gente que reclama premios, becas, promociones; la escritura es un acto íntimo, no más.
Hace años conocí a un chileno al que le dieron palo en un concurso de poesía, se enojó tanto que maldijo.
Pertenecía al grupo que se siente heredero de Neruda, como si para pintar fuera necesario ser hijo o sobrino de Tamayo, Toledo o Miguel Ángel.
La escritura requiere de lectores -no de viudas o huérfanos no de focas que aplauden a rabiar.
Las letras no vienen por herencia, llegan cuando el que las pretende posee una vida propia con cierta práctica cotidiana con el lenguaje escrito.
Para escribir novela se logra leyendo a los autores de la corriente literaria que mejor elijas. Yo elijo a los escritores Latinoamericanos.
Tengo un español macarrónico, soy hijo de viuda, indígena zapoteca, huérfano. Soy irreverente, desde niños tengo problemas con la autoridad, opositor a toda forma de gobierno.
Detesto a los roles sociales.
Cuando leo los materiales pongo mi persona, mi vida, en esa actividad.
Me late la literatura popular -tan me late que a veces busco la novela de autor que dialoga con las teorías de la novela.
Ni modos, así le salí a mi madre -chueco, torcido.
No encajo.
Y eso no me causa ningún problema -lo asumo como parte del tener una vida propia.
No escribo para caer bien -escribo como parte de la vida que tengo.
No voy por los pasillos de las universidades en busca de protección -tengo conciencia que la letra resultaba para mi madre un aco de la magia, de la oscuridad, la desconfianza.
Tampoco pondero la vida de las comunidades -las respeto como respeto a cualquier persona que cuenta con una vida propia.
No soy eso que llaman políticamente correcto.
Nadie aprende de los consejos, aprendemos de los malos ejemplos. El cuento que les vine a contar esta tarde de celebración de los 60 es el que refiere a la vida cotidiana, que nos aparta de la selección de los materiales y su correspondiente edición.
Porque el que escribe llega confundido requiere aclararse, editar -editar es aclarar, exponer de la mejor manera
¿Cómo se disponen los materiales?
Con el diálogo -se busca el diálogo de esos papeles con una tradición.
De la misma forma en que los cuadros dialogan con los cuadros -no entre pintores, no con el público.
Sin la mirada miserable de lo humano que todo lo pudre, la escritura tiene al menos una posibilidad de ver la luz, sobrevivir.
Lo dijo Kundera, leemos por la mañana las páginas de una novela y por la tarde la olvidamos sin remordimientos.
Así es acercarse a las páginas. Cualquier tema será bueno para escribir novela, cualquiera.
Solo se requieren dos cosas: contar con materiales y con tiempo para leer aquellas páginas y obtener de esa actividad un sentido, la hermenéutica.
Las teorías de la novela son tan grandes o pequeñas como grandes o pequeños son los maestros que las enuncian.
Las teorías sirven para que los maestros cobren su salario en la universidad.
Nunca me llamó la atención eso de la burocracia.
Soy el hijo de una madre analfabeta, al que le gusta leer -mi madre analfabeta me enseñó el amor a los libros, en ellos encuentro su sonrisa.
Ella me enseñó a encontrar un sentido en el diálogo cargado de gestos, entredichos, marcas.
La primera historia que recuerdo es la historia de mi padre muerto.
La segunda, Chucho el Roto -el radioteatro.
La función poética con la que dispongo para armar mis textos tiene ese origen, que la utilizo con singular alegría.
Aquello que logra la novela en el lector es levantar preguntas, no la de obtener respuestas. Nadie obtiene respuestas unívocas con la lectura.
Me lo fijo mi madre, allá, en el barrio: debes hacerte de una vida -pararte a la sombra, buscar un lugar donde ni el sol ni el aire te tumben.
Así llegué a los 60, por necio.
Sobre la necedad corre también el tiempo, pasan los años; al final, nunca se le da gusto a la gente -hablan porque tienen boca, me lo dijo mi madre allá en el barrio.