Aunque sea una línea para decir
que hoy no tengo ganas
de escribir.
MARIO LEVRERO | La novela luminosa
Para Meli y Xavier, de visita en Oaxaca
I
Noche de lluvias, preguntas.
De regreso a San Martín en el camión atestado con rostros pesarosos.
Digo Noche de Lluvia, a pocos minutos antes de las ocho.
Por la ventanilla asoman rostros sombríos, cansados. La ciudad se convierte en imagen borrosa, las calles de todos los días se convierten en el sitio de las dudas.
¿La 5 de mayo? Falta, yo le aviso.
Las palabras acuden para extraviarme.
¿Por dónde voy?
¿El Oxxo? Quedó atrás, hace rato. ¿La 5 de mayo? Falta, yo le aviso.
Rueda la lluvia tras el camión.
Mi cerebro solo registra cansancio, tensiones; no es que pregunté y diga: ¿esto lo integro al relato?, no.
II
Esta noche llego al trasto de las palabras para buscar el contrapunto -un poco más de tensión para que se eliminen las cargas pasadas de presión con nuevas presiones.
Para que exista el flujo que oxigena el espacio.
Porque eso tiene el cerebro, se llena y se vacía.
Como un estaque.
Siempre lleno a tope, pero con agua nueva, recién ingresada.
De este tránsito de volúmenes y espacios continentes -metros cúbicos de fluidos- me enseñaron los obreros en la refinería petrolera Antonio Dovalí Jaime, en Salina Cruz.
Un compañero de trabajo me dijo, deja que se llene y se vacíe; para eso nos pagan, para vigilar niveles.
Más tarde, el maestro Eusebio me dijo: La escritura se basa en niveles, el que escribe es el ayudante del operador de bombas, tiene por función el cerciorarse que el nivel del depósito esté en operación, que nunca se rebalse el líquido ni que baje tanto como para que las bombas trabajen en vacío, se queman. Eso es el oficio de escribir.
_Escribir mata -dijo Eusebio Ruvalcaba.
Sí, un asunto de niveles.
De vigilancias del tránsito.
_Nadie puede hacer más, ni Rulfo -dijo Eusebio Ruvalcaba.
III
Y desde los días de calles y cantinas vuelvo a casa dispuesto a cerciorarme de que la válvula de paso trabaje de manera perfecta, que los niveles se mantengan y se conserve el equipo en operación.
Me siento frente al trasto, escribo.
Eusebio no lo dijo, pero de esta forma funcionaban las jornadas de Hemingway. Cada madrugaba se levantaba de la cama para abrir la válvula de paso de su escritura -digamos 500 palabras por jornada-, cada noche, también, dejaba amarradas las primeras líneas para la jornada siguiente.
_Escribe -dijo Eusebio.
IV
La escritura no tiene fin -cierto, lo dijo Baudelaire: toda vida termina al final de cuentas en las páginas de un libro-, pero, digamos que el que escribe no dice: esta página terminará en un libro. Porque de algo seguro tiene el que escribe: nadie puede decir la calidad de las letras que se producen en cada jornada, nadie.
_Aunque tus letras terminen en el cesto de la basura, escribe –dijo Eusebio.
V
El cuerpo se cansa de tensiones, de cargar como bestia; lo dijo Pound: Señor, deme una tiendita de tabaco y no este oficio de pensar todos los días. De esto habló Eusebio, una tarde de vodkas allá, en su casa de Tlalpan: escribir es como la resaca, hay que amarla para seguir en la embriaguez, consentirla todos los días; no es para todos. Solo unos cuantos le encuentran cariño a la taquicardia, a la presión alta que te pone a sudar hasta en los ojos.
VI
Era el silencio, y la conversación; era el silencio repleto de mudez.
El domingo pude comunicarme con Meli, la hija de Víctor.
Víctor y Eusebio trabajaron juntos, en la Sección Cultural de El Financiero.
Noche de angustias, cuando crecen los muertos; de improviso se soltó la lluvia, a Meli le llevé unos libros de regalo, habían pasado muchos años sin saludarla -llegó a la ciudad por asuntos de su trabajo.
VII
Fue grato verla, poner en marcha la maquinita de los proyectos.
Habrá con ella proyecto cultural para próximas fechas.
A dos cuadras del Café donde nos reunimos estaba el grupo de Meli, tenía trabajo.
_Te acompaño.
VIII
Por las calles, Oaxaca nos entregó su mejor rostro a esa hora temprana de la noche; fue grato caminar en compañía de una amiga que nos visita.
Al final de cuentas hacen milagro las fiestas de Guelaguetza; al regreso, en la parada del camión, se soltó la lluvia.
Tomé la ruta que me dejaba cerca de San Martín por la secundaria -a unos pasos de la terminal de mototaxis, en la 5 de mayo.
La lluvia es otra rumbo a las colonias marginales, quizá más densa, quizá más ácida, triste.
Hay ese olor a ropa usada y vuelta a usar, de mil transpiraciones.
Aquel olor me hizo pensar en la carencia de agua que enfrenta la ciudad. La lluvia que cae sobre la ciudad sin agua pesa, apesta, abate el alma.
Y fue en ese momento cuando me separé del presente y, al momento de reintegrarme ya no supe por dónde andaba el camión.
_Yo le aviso.
IX
Antes de poner atención al camino tuve un pensamiento: ¿qué le diremos a los visitantes? Usted disculpe, pero nos llega el agua cada 60 días.
Fiestas de Guelaguetza, nadie menciona la falta de agua.
Pero la lluvia, hermana sabia, descubre los embustes del gobierno. Allá quedaron deslavadas en el centro las banderitas de mil colores que penden de ligeras piolas, que intentan ocultar nuestro cielo -el gobierno miente con algarabía de ocasión.
X
__Por favor, saludos para tu papá.
Para comprobar el funcionamiento de la válvula de paso -para que no me enferme- me puse a escribir.
¿De qué se escribe en los días de fiesta?
De la dicha que nos inunda cuando los amigos están de visita.