_Pinto para mí -dijo Zaira Luis (Ejutla de Crespo, 1997).
Valéry dijo: necesitamos ser dichos para insistir. En la Galería Código Nahual (Reforma 406, Centro), la joven trabaja sobre el grabado que muestra un círculo grande, en delicado tono azur (azul celeste), atravesado por círculos concéntricos que prefiguran corrientes marinas, cimas de montes, nubes, la cresta de las olas. Al centro de la imagen -círculo de círculos- dos embarcaciones ligeras navegan de izquierda a derecha. Hay un diálogo entre embarcaciones, nubes y agua (trazos, sucos, incisiones). ¿De qué hablan?, del tiempo, del momento de la memoria (en la pintura oaxaqueña contemporánea no aparecen embarcaciones en navegación).
La forma de las naves nos remite a las láminas vistas en la escuela primaria, en aquellas biografías donde nos informaron del descubrimiento de América. Lo que vimos en la infancia -la imagen opera sobre la mente del que la mira, el tono azul celeste trabaja como puerta de la memoria, relaciona el presente con el pasado- forma el relato. Las formas que aparecen en el grabado vistas en la mesa de trabajo de la pintora, nos hacen depositar nuestra confianza en la pieza que miramos porque poseen el secreto de la identidad (sobre la forma combada del grabado, el alto cielo azul, el mar que vimos en nuestra imaginación).
El crítico de las artes Michel Baxandall (1933-2008), nos dice que la imagen del arte se observa como síntesis de los modelos de producción de una sociedad, en un periodo histórico determinado, porque nos dice de los hábitos de la vestimenta y de las formas; constituye el producto que adquiere valor -un acuerdo-, cuando se significa en el mundo interior de quien la adquiere (quien adquiere reconoce lo ya visto por sus ojos). La imagen plástica necesita de las palabras para que quien la observe se entere de la intención del artista, que se mantiene oculto hasta que en silencio se mira la pieza. Una pipa no es una pipa, aunque tenga la forma de la pipa (René Magritte, La trahison des images, 1929) -es la imagen de la pipa que tiene en la cabeza la persona que mira.
Miércoles 16, julio. Las fiestas de Guelaguetza, al mediodía, causan en el centro de la ciudad el tránsito vial insufrible. Evito las calles congestionadas, que desembocan en el andador turístico. Sin pasar por el zócalo llego a la calle Reforma, también llena de turistas. Camino tres cuadras hasta el zaguán negro, donde abre sus puertas el Mercadito Gastro de Jean Marc. Encontrar a la pintora en su espacio de trabajo, ver la forma en que deja caer el cuerpo, la cabeza, sus largos cabellos contra el papel que se extiende en la mesa, forma la atmósfera privada del arte.
_Y a veces me la creo.
La pintora porta vestido largo, verde, sostenido desde los hombros por tirantes delgados, que logran remarcar su piel morena; me mira con sus ojos grandes; saluda con recias manos, destacan sus negros, largos cabellos, el rostro zapoteca (morenos pómulos altos, pestañas y cejas caídas, labios marcados por la delicada línea de su contorno) se muestra serena.
Ella sonríe. En el aire se percibe un ligero olor de perfume, fragancias florales. Zaira Luis tiene la imagen de una joven que sus ojos se ven marcadas formas del tiempo; ver su rostro resulta contradictorio -esos ojos de una mujer madura se contraponen con la lozanía de sus mejillas, el cuerpo esbelto.
_Desde niña que quería el espacio de la libertad.
Calza botas Dr. Martens, negras.
_Mis zapatos me gustan, con ellos puedo estar en casa, cuidar a mis animales, mis plantas, entrar al taller de talabartería; pintar, atender cada miércoles la galería.
_Tienes las manos fuertes.
_Si, son las de una mujer de oficio talabartera.
En Oaxaca las pintoras (y pintores) son de escasas palabras, pareciera que prefieren no hablar, que están frente a nosotros con su cabeza que anda por otro rumbo.
_¿Cómo es el viento de Ejutla?
_En Ejutla pega un chingo de viento.
_ En ese pueblo de viento, ¿a qué edad te supiste pintora?
_A los 10 años ya lo sabía.
Las respuestas cortas de Zaira muestran el relato donde la imaginación está guiada por imágenes que representan el sentido de la traslación (el movimiento que realiza la Tierra alrededor del sol). En Oaxaca, ese sentido logra que -con escasos años- los artistas ya sepan lo que quieren hacer en el futuro, en el sentimiento de viaje y regreso está el relato (la obra plástica resulta el relato del origen, lo ya olvidado que vuelve ante nosotros).
_Me imagino vieja, en Ejutla, con el pincel en la mano.
Al ver sus cuadros, los trazos con sencillez y maestría -en entrevista-, la voz con respuestas firmes, me pregunto cuál será el espacio que forma la vocación del artista. ¿Dónde se saben artistas? El tono de voz de la pintora me dice que el origen del arte oaxaqueño está en el sitio conocido, aquello lugares que nos resultan familiares, la casa de los padres; desde ese sitio las imágenes, las piezas, buscan contar el relato extraordinario.
_A los ocho años mi padre me construyó la casa del árbol, en aquella altura fui feliz.
La obra de los maestros lo confirma: Tamayo, Toledo, Morales, Sergio Hernández, Rubén Leyva -el cuadro retoma imágenes vistas en la infancia. Desde ese sintió de nuestra confianza podremos imaginar aquello que nadie conoce, lo nunca visto, el futuro; y comunicarlo, elaborar el relato del viaje singular.
_Tengo por superhéroes favoritos a mis padres -dijo Zaira.
La pintura de Zaira Luis concreta el paisaje del tiempo -el transcurso, su devenir. Las líneas de su pintura elaboran la narración donde los rostros humanos no aparecen. El relato que nos presenta muestra paisajes que se podrían interpretar como de vocación comunitaria, el amor por su pueblo. Las piezas de Zaira forman la memoria del presente inasible, en fuga. Su padre, Marcos Luis Cruz, de oficio talabartero, y su madre, María del Carmen Ogarrio Díaz, ama de casa, le enseñaron el amor al oficio del tiempo, la curtiduría de las pieles.
_Mi abuelo, Francisco Luis Villavicencio, me enseñó el amor a las plantas.
En ocasiones el rostro de Zaira acentúa las muecas que brotan al borde de sus labios, aparecen en determinadas partes de la conversación. Mientras los ojos guardan la intensidad de su mirada, la serpiente tatuada en su pecho, bajo su hombro izquierdo, ejecuta su extraña danza con el collar de oro, que sostiene a la piedra de obsidiana de superficie concoidea (de bordes curvos).
_Mi padre me inscribió en las clases de pintura que ofrecían en la Casa de la Cultura. A los 16 , en la tienda Frida Kalho, acá en la ciudad, observamos una convocatoria para el taller del maestro Horacio Olmedo sobre la cocina, la preparación de las telas, el imprimado, los asuntos previos de los materiales. Mi padre me preguntó si me interesaba, y yo dije que sí.
Zaira Luis dedica sus horas a la pintura con una estrategia, obtiene ingreso para sus gastos cotidianos con los trabajos en piel, la talabartería. Con su oficio, la pintora soluciona la vieja discusión que existe entre arte y artesanía. Para ella los dos oficios se complementan en los tiempos en que el mercado marca del arte anda con el ritmo que marca el capitalismo.
_De niña supe que viviría sola, con amor a los animales y el campo.
La Galería Código Nahual, reinaugurada el pasado 13 de este mes, expone los trabajos de ocho pintores integrados en el Colectivo Nahual.
_¿Qué representa el tatuaje en tu pecho?
_ Lo elaboré hace siete años, es mi guía espiritual, la imagen de la serpiente como homenaje al buen protector.
_ ¿Cuál es la imagen que más recuerdas?
_ La imagen de mi pueblo, los días de fiesta, que celebramos el 8 de septiembre.