De manera muy sencilla, en 1994 el politólogo italiano Gianfranco Pasquino –coautor con Norberto Bobbio del Diccionario de política– definió en pocas palabras el papel de la oposición:
“La oposición tiene el deber de contender con el gobierno demostrando ser un gobierno alternativo”.
Y ahí ha estado la clave: alternativa, que es presentar algo diferente a lo conocido. Pero la historia político partidista de México sólo ha tenido dos momentos en los que hubo realmente opción alternativa: los conservadores ante los liberales del siglo XIX y el activismo del Partido Comunista Mexicano hasta 1987.
Sólo que en 1989 el PCM decidió arriar sus banderas y le entregó el registro legal a los expriístas de Cuauhtémoc Cárdenas para fundar el PRD como el partido de expriístas. Por tanto, en los hechos, el PRD ha operado nada más como una tribu neopopulista en el sistema político dominado por el PRI. La izquierda socialista-comunista se redujo a su mínima expresión como corriente populista-cardenista.
A la derecha las cosas no han sido diferentes: de haber encabezado una alternativa monárquica y religiosa en el siglo XIX, el conservadurismo derivó en el siglo XX en el último resabio del porfirismo, luego devino en una derecha religiosa-capitalista pero leal al sistema, en 1988 optó por iniciar su lucha presentándose como alternancia pero en el 2000 llegó a la presidencia de la república para gobernar doce años igualito que el PRI.
Ante un PRI que tiene el 30% de los votos pero controla el país con mayorías absolutas producto de alianzas y la sobrerrepresentación, el PAN y el PRD aparecen como oposiciones no opositoras sino apenas como élites diferentes para gobernar como priístas, con la estructura de poder del PRI y con los vicios –y no las virtudes, si acaso han sobrevivido– del PRI. Y lo peor: en las alianzas PAN-PRD que le arrebataron tres gubernaturas al PRI en el 2010, la coalición izquierda-derecha –por así decirlo– no sólo ha gobernado igual que el PRI, sino que facilitó en Oaxaca y Sinaloa una elección favorable al PRI.
La crisis política de México tiene su explicación en la ausencia de una oposición real, en la inexistencia política de una alternativa al PRI. En 1958, en su sobresaliente ensayo México: una democracia bárbara, el ensayista marxista José Revueltas estableció el argumento de que la verdadera lucha por una alternativa real en México se daba en la concurrencia económica o productiva, no en la política. Los gobiernos han sido administradores del verdadero sistema político mexicano: el modo de producción capitalista, de cuya correlación de fuerzas productivas se deriva la correlación de fuerzas políticas.
Por eso votar por el PAN o el PRD o por el PAN-PRD es votar por el mismo PRI que domina las relaciones de producción. Y el asunto se aclara más cuando se percibe ahora mismo que cuando menos siete de las doce candidaturas del PAN-PRD a gobiernos estatales son de expriístas, aunque lo de ex tiene que ver con su carnet y no con su pensamiento político, económico o social.
Mientras no haya oposiciones que presenten alternativas al PRI, los procesos electorales serán sólo procedimentales, formales, sin expectativas para la ciudadanía. Lo grave es que el PRI tiene menos del 30% de los votos pero sigue dominando el escenario ideológico, quizá porque el priísmo no sea una militancia sino una cultura, una formación educativa, un modo de vida, una comodidad.
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