FERNANDO AMAYA*
No lo tomes a mal, esos versos rimados tienen un gusto pésimo. En la poesía actual no hay rima obligada; es más, en todos los casos, la rima sale sobrando. A menos que fueran décimas, octavillas, romances o sonetos, con el rigor de su métrica; la rima se vuelve un recurso tóxico en toda poesía que se precie de serlo. Es más, ya iría para un siglo que se ha optado por la versificación rítmica en lugar de la métrica, en donde la rima era casi imprescindible, con excepción del verso blanco medido (pero sin rima). Desproveer de metro y de rima al verso (como en el pregón de León Felipe), le da la posibilidad de volver a su placer original de cántico versicular, de poesía en el sentido de su fundacional concepción, antes que el celo del hombre la metiera en cajetes herméticos e insensatos.
Entonces, ¿sólo hay que escribir poesía obviando rima y métrica? No, hay que imbuirse en la preceptiva literaria, ilustrarse con la lectura de los grandes autores de la poesía universal, para después intentar el más complejo de los quehaceres del Arte: hacer poesía.
Rubén Darío resume la gran época de la poesía con mesura y rima; con honda sapiencia combina metros y prescribe el sentido de la acentuación hasta arribar a los versos blancos (sin rima), precedente inobjetable del verso libre, materia inapreciable de la poética actual. De ahí ¿a quién? A López Velarde, a sus combinaciones métricas con una rítmica imprevista y asombrosa, donde la rima pasa a un segundo plano y puede estar sin que esto menoscabe poemas egregios como La Suave Patria, Fuensanta o El piano de Genoveva. De ahí a Muerte sin fin, de José Gorostiza, hay un solo escalón y otro resumen, el espejo que refleja los númenes de la poesía actual en México y tal vez en los espacios donde prevalece la lengua castellana. Ahí la rima duerme en su sarcófago de oro, para más nunca hacerse imprescindible.
Podemos decirles, con certeza absoluta, que hacer poesía no es parear versos ni rimarlos efusivamente. Hacer poesía es imbuirse en el lenguaje, rehuyendo la ocurrencia y el lugar común; como lo hacían los gambusinos, hay que cribar incansablemente un arenal de palabras hasta encontrar la pepita de oro que satisfaga y encante, que persuada y convenza. Hay que escupirle a la rima si aún no se nos ha atravesado a media garganta, queriendo aparecer en lo escrito como un hallazgo incomparable y único. Si esto ya pasó, hay que regurgitar una y todas las rimas, para que se vuelvan mariposas del edén perdido. Si con González Martínez fue “tuércele el cuello al cisne” para romper con el Modernismo, contra el postmodernismo es: escúpele a la rima o regurgítala si ya se te atravesó en el gaznate de hacer poesía sólo por el hecho de hacerla, sin ningún propósito, pero con sobrados motivos.