Para Carmen Elisa Rito
UNO
El que se queda a cuidar la casa.
DOS
Para el escritor será muy fácil hacer llorar al lector, tocar sus sentimientos. Pero este no es mí propósito, en esta ocasión quiero escribir sobre mi perro Brandon. Considero que las personas no tienen necesidad de escribir sobre asuntos que desaten los sentimientos de tristeza, que confirmen la pérdida: estos asuntos caen por su propio peso como fichas de dominó, sin término ni pausa, incontenibles.
(No obstante, en alguna ocasión lloré por un texto de Guillermo Cabrera Infante donde evoca las noches de cabaré y rumba, la gloria de un amanecer en la playa entre los brazos de una mulata en la Habana Vieja)
Con Brandon entré a la colonia que alza sus calles al pie de Monte Albán, en San Martín; veníamos de un viaje, una pelea, la guerra.
Hicimos pausa porque fue necesario contar con un sitio dónde parar y lamerse las heridas. Habíamos pasado meses en tierra de traidores: ningún conflicto otorga ventajas cuando un puñado de hombres está dispuesto a cambiar su vida por la tuya.
TRES
Brandon sobrevivió a la mano perversa que contaminó la jeringa con que aplicaron las vacunas; tuvieron que tratarlo dos médicos, confirmaron la infección en los órganos vitales, hígado y riñones.
CUATRO
Tuvo riesgo de perder la pierna.
Brandon permaneció atento al camino, una mano fuera de la ventanilla del auto, dispuesto al ataque.
Traía entrenamiento con cuerpos especiales del ejército, odiaba las armas.
Cumplimos con lo requerido, y más. En ese tiempo se hablaba de asaltos en el camino, de una banda de forajidos.
Nada pasó.
Concluida la contienda buscamos un sitio de paz.
Brandon presentaba renguera.
CINCO
El perro Brandon no duerme. En ese tiempo le leía mis poemas de madrugada; escuchaba, en atisbo se mantenía despierto.
Trasladaba los libros con el hocico. En la biblioteca cuento con ejemplares que guardan la huella de sus afilados dientes (American Staffordshire, atigrado).
SEIS
Así los días hasta que se negó a comer.
En el piso encontré la revista, junto a libros partidos por mitad, daban muestra de la lucha de Brandon contra la muerte.
Pude leer entre hojas despedazadas por afilados dientes las palabras que Hemingway utilizó al inicio de su discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura 1954: “Sin tener la facilidad de expresión, ni dominio de la oratoria, ni ningún conocimiento de la retórica”.
SIETE
Ese día por la mañana salí a comprar los dos kilos de pescuezo de pollo; puse a hervir los picos amarillos, pero ya no comió; llegaron los veterinarios, poco pudieron hacer.
OCHO
Lo enterramos bajo la puerta de mi casa.
IMAGEN DE PORTADA: CÉSAR RITO SALINAS