Nunca se sabrá cómo hay que contar esto…
JULIO CORTÁZAR, Las babas del diablo
Para Rafael Ríos
Los pueblos habitan la transparencia, cierta ilusión donde las personas se conocen con tan solo levantar una pregunta: ¿Hijo de quién? La primera migración que hizo Fernando en su vida, a temprana edad, fue al puerto de Salina Cruz, distante dieciocho kilómetros de la casa de sus padres; allá descubrió que la gente era marcada por el tono de su voz, las entonaciones.
Pasaron los años. Fernando no se acostumbró al modo de vida del puerto. Migró a la capital, el sitio del altiplano donde la voz monta horarios exactos hasta llegar, sin remedio, a las prietas aguas del río Atoyac.
El joven venía de costumbres marinas: café y cigarro, frijoles negros con arroz blanco. Pasó mucho tiempo antes que aprendiera el fervor por el cilantro, el ajonjolí; el dulce de níspero. En la ciudad buscó el mundo de la sal gruesa de estero, el pulpo a las brasas; lo llamaba el sabor de ciertas comidas puestas al punto con mangle rojo, cáscaras de coco que hacen humo espeso que deshidrata la carne blanca del pescado.
Sobre migraciones, crece sobre las personas la forma del lenguaje literario: las causas secretas.
En los primeros años de vida urbana Fernando persiguió a la fauna de acompañamiento de las pesquerías, cucarachas de mar, langostas, carne blanca hervida en olla de peltre. Pasó algún tiempo por los rumbos de la Central de Abastos, conoció el mundo de los diableros. Con ánimo extraviado llegó a la agencia municipal de San Martín., allá pudo conocer las bondades del chapulín frito con ajo, cebolla y limón, chile morita; la oscura salsa de hormigas voladoras que aparecen con la lluvia, el oloroso sabor del chepil.
En la ciudad habla el frío que muerde las mejillas.
__ ¿Nunca regresaste a tu pueblo? –preguntó Irene
__ Nunca.
La policía cubre con regularidad las calles de la agencia municipal de San Martín Mexicapam, buscan a los protagonistas de delitos menores, riñas, ebrios que consumen mezcal en la vía pública. Por la mañana muy temprano baja la niebla espesa de Monte Albán. Con la escasa luz se puede observar la bandera vaticana que, diminuta, ondea sobre la cúpula de Santo Domingo al fondo del valle.
El aire frío golpea papeles del periódico contra los muros.
__ ¿No extrañas el sitio donde saliste? –Irene preguntó junto a la ventana.
__ Aquí soy el señor Suárez, en mi pueblo era el hijo de mi padre, el Cenizo.