Arreglarse le costó un trabajo enorme.
KATHERINE MANSFIELD | Frau Brechenmacher asiste a una boda
Mira que poner el punto final; punto, basta ya. Se acabó, volvamos a casa.
De aquel juego no se volvió a hablar. La tarde estaba con chipi chipi, agüita sonsa que no apesta ni hiede, pero empapa; esa tarde pudimos haber sacado el impermeable, la capa de plástico, pero no, salimos así nomás con la camisola. Total, para llegar al campo y ver el juego solo era pedir permiso a madre y cruzar la calle y estar allá, en el campo.
La tarde era un batazo al campo corto, antes de pegar el batazo largo de vuelta entera; recuerdo que recuerdo: El prieto Juan sacó un podridito al cuadro, nada nuevo, uno de esos batecitos chorreados, ñengos. Juan hace tiempo dejó de pegar uno bueno, será que lo de traer de novia a la María le puso la vista chorreada.
La pelota es así, celosa. Cuidadito y se entera que andas de culito alegre porque se va, te deja. Ciao.
Te abandona sin explicaciones; y para que ocurra eso no hay pasado que valga, de nada sirve fama, reconocimiento, contar a tu favor con la frialdad de los números. Así, sencillita la cosa: nada que te brinde tantito tiempo para que llegue el juicio a tu cabeza loca.
Nada. La pelota no espera.
__ Cuidado con el agua, la lluvia de agosto es traicionera -dijo la madre.
Esa tarde no hicimos caso; ya teníamos un pie afuera. Mi hermanita Mariana se quedó en la hamaca, no quiso salir para arriesgarse a una mojada; andaba en una de esas tardes que se pone seria y te reta, tremendos ojotes, para el pico.
¿Qué pensaría Mariana cuando salimos al campo bajo la lluvia? No lo sé; se puso trompa. Afuera caía la lluvia por rachitas, a veces apuraba, a veces pura brisa. Para que nos tomara en cuenta el míster decidimos salir recién terminada la tarea; la regla la puso madre: Para jugar pelota, primero la tarea y luego las cosas taradas; conmigo el que no estudia no sale.
Con esta regla hacía nuestro día, el que no come no va a la esquina con la pandilla; el que no ayuda y no va por los panes al mercadito amanece de burro castigado y al otro día tiene que lavar trastos, baño, el corredor.
Y madre y su mirada que no se te despega de la espalda; limpia bien, te falta acá. ¿Por qué haces las cosas malhechas? ¿Así van a ser con la novia?
Cuando corrió la voz que se armaría el juego contra los del Barrio Arriba hicimos los deberes por anticipado. La tarea, el corredor, el baño. Pusimos a hervir el agua y la bajamos de la estufa sin tirar gota; sin dejar charcos en la cocina. Qué nos duran los deberes si el juego es primero. La pelota está antes que las clases, la tarea o lo que venga.
Y allá nos tienes, me tocó de cachita; lanzaba Luis, el zurdo. Pedro mi primo me prestó la manopla que le diseñó su padre, tío Alberto, para proteger la palma de la mano de tanto recibir la tremenda pelota que se deja venir a la velocidad que aúlla, silba, quiebra y requiebra de la loma al home. Zum, zum. Cuidadito y cierras los ojos, tienes prohibido por el míster cerrar los ojos. Con los ojos pelones. Bien pelones, a rajarse a su pueblo.
Pero aquella tarde fue de sorpresas, nadie le sacó salir a jugar con la agüita; nadie. El equipo en sus puestos, cagados y meados como dice abuela Toña; y listos, muy listos. El juego se llama muerte y nadie se lo quería perder, menos contra aquellos que el mes pasado nos dieron una paliza, los de Barrio Arriba. Mocos pretensiosos, alzados, unos mierdas. En la apertura de la primera salimos mal, dos en base. Y a remontar, remar para arriba, joderse.
El pichita se puso bravo, valiente; lo recuerdo y me arde la mano. Sacó el inning, colgó el cero. Cuando cayó el cero regresamos bajo el árbol de mango que la hacía de casa de los locales; el míster preguntó al primero del orden, ¿cómo te sientes? A esa hora esta agüita apuró su paso nada para asustarnos; dijimos a coro; el cielo de nuestro lado, sabíamos que aquella agua no sería causa de suspensión.
Tenía que pasar algo grande, muy grande, que nos cayera un rayo, que llegara el agua con viento, que se acabara el mundo. Y, aunque bien pensado, creo que ni con eso: aquel partido no era para suspenderse; ni para ser derrotados. Juanito pegó largo, tomó la primera base; vino Chepilito, el segundo, también pegó; dos en base.
Sabíamos lo que nos esperaba al terminar el juego, la madre a los gritos. Espantada con aquella mojada, la ropa hecha lástima.
Pero nada nos quitó lo bailado. Al terminar el juego podíamos salir corriendo al mercadito por panes y tamales, el litro de leche para al cena, para madre y abuela su buchito de café. Café de sobrecito, nunca supe por qué tomaban aquel enredijo si por el puro olor de la hervida se sabía que aquello no era basura; agua prieta.
El tercero en turno pego. Casa llena. Con la emoción nadie se dio cuenta del viento ni del ruido de los truenos. El míster de Barrio Arriba salió a platicar con su pichita, hizo tiempo para que repusiera el pulso aquel flaco que tiraba como demonio. Zas, zum.
La bola, caliente, pura lumbre. Cuando Juan mi hermano se acercó al círculo de espera cayó el rayo, nos agachamos como si con agacharnos nos librara de aquella lumbre. La luz vino de allá por el center; cuando abrimos los ojos el míster de los de Barrio Arriba juntaba a su gente, los contó uno por uno. Nadie faltaba.
Nuestro míster dijo a darle, pero Juan ya no estaba en home. Lo echamos a buscar, nadie pudo hallarlo. Volteamos a la casa, la puerta cerrada. Por allá venía apurada mi hermanita Mariana, llegó a decirnos que mi hermano estaba metido en el baño con las tripas. De puro miedo.
El míster dijo, habrá que parar el partido, quedamos incompletos.
Mariana con toda la calma de gente grande agarró para el home, trompuda, con la cara sin gestos como cuando se queda en la hamaca, ojona. Que nadie hablara de su hermano, qué chingados; llegó el círculo de espera, tomó el bate, se puso el casco. El vestidito naranja agitaba su vuelo con aquel viento con agua que no paraba.
En el home ocupó en posición del bateador. De lo que sigue no quiero acordarme, a la primera pichada doña blanca voló y voló; hasta la vista baby. Batazo. Punto final. Los de Barrio Arriba le echaron la culpa al aire, al rayo, al aguacero; qué aguacero iba a ser, si solo era puro chichi chipi, tan-tan. Punto final.