Nadie podrá saberlo, pero resulta una experiencia tan personal que cae en el terreno de lo posible; seguro que será bueno, como tragarse un diente de ajo para prevenir enfermedades; sentir que el tiempo se detiene mientras corre la experiencia innombrable. Por eso transfiero este momento a las letras, a ver si la crónica en su forma alcanza a mostrar detalles de lo ocurrido sobre la carretera federal 135, a la altura del paraje El Vidrio.
El nombre del conductor involucrado poco importa, un accidente en carretera le puede suceder a cualquiera; aunque, bien visto, al momento de escribir la crónica ni el destino de la unidad de motor resulta importante, pero sí las características de aquello que subía la loma sobre ruedas: una plataforma larga, tan extensa como para que en su superficie se puedan amontar postes de concreto, tan largos como aquellos que utilizan las compañías de la construcción cuando llevan la luz hasta las comunidades apartadas.
Porque Oaxaca tiene eso, su orografía difícil, traicionera. Y los caminos no están con el peralte requerido, o las pesadas unidades llevan tanto sobrepeso que, al tomar la cerrada curva junto a profundos barrancos, verdaderos precipicios, la fuerza centrífuga los jala como si fueran livianos carritos de juguete hacia profundos abismos.
Pareciera cosa del demonio, la mala suerte.
El que está en riesgo de perder la vida nada sabe, nada presiente.
La mañana era la misma de todas las mañanas, cielo alto, aire limpio, día claro.
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¿Qué se le podrá agregar al instante? No mucho, o quizá sí: el futuro que le espera al desdichado.
De pronto, de la nada, una fuerza jala la plataforma, con más fuerza que mil caballos de fuerza de los motores más potentes que hace parecer que carga y máquina son astillas, pajitas de trigo, astillas de ocote.
La desgracia pasa en un instante, o la eternidad cabe en un instante.
Dicen que en esos segundos se mira la vida, no lo sé de cierto, lo supongo, pero lo que sí alcanzo a comprender es que el cerebro tiene mecanismos, ecuaciones extrañas para comprender el tiempo y la desgracia juntos.
Algunos hablan de milagro, asuntos de la clarividencia, el destino.
Los elementos de seguridad vieron salir a un hombre entre los fierros de la retorcida cabina, los postes de concreto habían atravesado la cabina y se mantenían serenos, incrustada la pesada estructura contra el talud del abismo.
Como si se tratara de ligeros alfileres sobre el cojín de terciopelo verde que utiliza la abuela por las tardes para hacer sus remiendos.
Por eso digo, nadie podrá saberlo, la gente que llegó a dar el socorro pudo ver el rostro del blanco conductor, lívido, muy blanco como el de aquel que se traga el diente de ajo.