_ ¿Te refieres a su manera de beber?
_ ¿Crees que yo pueda hacer algo?
MALCOM LOWRY | Bajo el volcán
El poeta Eusebio Ruvalcaba dijo: busca la forma, el sonido, la forma que contenga el sonido; cuando la encuentres, respira, repítela; mal alumno que soy hallé pendencias por mares e islas, ciudades, rodé mucho tiempo sin destino; en los besos de la botella encontré la forma, el sonido del que habló Eusebio Ruvalcaba.
Llueve, vuelve a llover.
El viejo ebrio cuenta con una bicicleta que, de tarde en tarde, rueda sobre la única calle del pueblo; sopla, resopla, sube la cuesta con pena Malcolm Lowry montado en la bicicleta (por un momento pensé que el sonido que se escucha, el del viento que agita tus cabellos era el mismo que pedía Ruvalcaba).
En lo alto, las canchas, el edificio de la agencia municipal Malcolm hace piruetas sobre el manubrio, cabriolas.
Todos aplauden.
Malcolm Lowry se enfada con sus demostraciones, baja de la bicicleta y camina unos pocos pasos para beber mezcal, en la casa de Don Cirino.
El viejo novelista, frente al diez de mezcal, habla solo, también busca las palabras para la novela extraviada tanta y tantas veces; con aliento entrecortado, delira, dice: no beber es bueno; recuperado el aliento, afirma: pero beber es mejor.
Encuentro que en lo dicho con el poco aliento están las palabras que me pedía el tono singular; Mientras escribo, escucho la voz de Ruvalcaba, dice: escribe, nunca pares de escribir no sabemos a quién pertenece la escritura, pero estoy seguro que un día recordará el sitio donde la olvidó, volverá por ella y se la llevará -esto me dijo el maestro Juan Rulfo, en los tiempos pasados de mi juventud.
En las palabras dichas con miedo está el tono, cierto acento que pedía al escribir Eusebio Ruvalcaba.
Durante un tiempo pude olvidar; llegué al océano, el mar guiado por el sonido del que habló Eusebio.
oculto para mí durante tanto tiempo.
Escribo:
Aquel día de lluvia, antes que ella saliera al trabajo -pasadas las fiestas patrias-, pude beber de su sexo.
Ella recostada en la cama.
Afuera caía parejo la lluvia; excluida, golpeaba los cristales de la ventana, con fuerzas. Ella recostada en la cama -yo había tomado la precaución de tender muy temprano la cama-, con la falda arriba, las pantaletas de tono azul verde a medio muslo, las piernas abiertas.
Afuera peleaba la lluvia contra oscuras nubes; la claridad de la mañana excluida por gotitas de lluvia que escurrían sobre cristal frío de la ventana.
Aaah.
Un rasgar de libros, el caer de las hojas.
La lluvia fina, hilos de agua insistían en aquel pleito que tenían perdido esa mañana; era la hora del regreso a clases, la hora de inicio de la semana.
Pude respirar metido entre sus piernas, alcé los ojos, logré mirar que las gotitas de lluvia rodaron sobre sobre la piel de sus muslos.
Ella recostada en la cama antes de salir al trabajo, la lluvia contra mi saliva, recuerdo bien que le dije: que te persigan perros, caballos, el pueblo entero; prefiero tu sombra olorosa de nuestro amor.
En las horas resecas cuando comienzan las obligaciones alcancé a escuchar afuera, en el patio, el sonido de la lluvia al chocar sobre las hojas de los árboles.
Supe que aquel sonido era el mismo que me pedía Ruvalcaba.
Por largo rato me quedé hurgando con la lengua el olor de su sexo sobre mis labios; no alcanzo a recordar cuánto tiempo pasó, mis piernas estaban entumecidas por el frío de aquella mañana del lunes con lluvia; pude ver sobre el escritorio el trasto de las letras, todavía sentado en la cama logré recordar las palabras de Eusebio Ruvalcaba.
Ella salió a dar clases a su escuela.
Salió a la lluvia como sale el sol, con plenos poderes; en la calle, las gotitas brincaron sobre su ropa, su alta frente; sobre las pensativas piedras.