Faltaban 10 a las 12 cuando se escuchó el tronido de la puerta; acto seguido, entró Poema. Como una tromba, sin dar tiempo de nada -sin mostrar identificación alguna. A lo bárbaro. Se paró a media habitación y dijo con voz de trueno:
-Debes estar listo en este instante o te llevamos como estás.
Yo estaba sentado al escritorio, camisa azul manga larga sobre la camiseta sin mangas, pantalones cortos en rojo; huaraches. Luego de aquella orden perentoria, vocabulario aplicado en las investigaciones, se hizo un silencio -fue tanto el ruido de aquel ingreso que la gata Catalina, sorprendida y asustada, se hizo caca en la cama.
La entrada de Poema me recordó a la forma arbitraria en que actúa la policía gringa, con fuerza y racismo extremos. Los domingos llegan con el descanso sobre alguna punzada en la espalda, como si mil demonios se pusieran de acuerdo para jugar con tus nervios. Al Poema le urgía el material para armar una Plaquette, “Lamento por los papelitos extraviados en barrio Santa María” -el nombre era singular, había que reconocerlo, no lo había escuchado. Mientras me daba la información general, Poema se paseaba por la habitación seguido por los ojos de asombro de Catalina.
Al pie la colonia Pintores, camino viejo a Monte Albán, se extiende un pequeño valle conocido por los lugareños como “los terrenos de los Hampshire”. El tiempo y la historia fueron sumando colonias a junto a la propiedad privada; por ahora luce una unidad de condominios que se comercializa con el pomposo nombre de Valle Hermoso, que se levanta como grano a punto de reventar sobre el rostro de adolescente, entre las colonias Margarita Maza y Presidente Juárez – espacios que cuentan con viviendas de una sola planta.
Al fondo, dos cuadras a la izquierda y dos más hacia al frente, pasando la Secundaria 106, la Escuela Primaria Urbana Federal Policarpo T. Sánchez, junto al vado, en la esquina del taller de herrería del maestro Pepe Chepil, una cuchilla metida entre las faldas de Monte Albán y la colonia Moctezuma, se levantan las casas que forman la colonia Margarita Maza Segunda Sección.
Hasta allá llegó Poema.
-Urge -dijo.
¿Cómo volver a sumirse, despersonalizarse hasta encontrar el tono de la infancia pasada en el barrio Santa María de Tehuantepec? No lo sé. Si alguien lo hubiera preguntado juro por mi alma que no supiera por dónde empezar. Y luego con las instrucciones precisas, “recuerdos puestos en aquellos papelitos que arrastró las aguas del arroyo”.
Hay horas en que veo mi suerte.
Lo poesía te lleva por caminos inciertos, inusitados. Como la noche aquella en el congal Apache 14, en Salina Cruz, cuando un desconocido sacó la pistola y me encañó frente a la Rockola; pude perder la vida, lo reconozco. Pero a la hora de la hora el desconocido se detuvo, preguntó: ¿eres el poeta? Sí, alcancé a responder. Me llevó a su mesa, guardó el arma, dijo: -Sufro. Amo a una mujer que no me ama, escribe.
Aquella noche nos bebimos dos botellas de Ron Potosí Añejo.
Con la luz del alba el desconocido dobló las comandas que una joven nos prestó para escribiera poesía amorosa emergente, que salvara el corazón del empistolado.
Otra noche, de regreso a San Martín, cuando por la falta de dinero hice el camino de vuelta a pincel, al pasar frente a la puerta del panteón una voz cavernosa dijo: -Detente. En el acto detuve mi camino, pensé en la credencial del IFE que traía en la cartera vacía, en las horas y horas que tendría que perder para obtener la reposición.
Lo primero que alcancé a ver entre las sombras fue la pavorosa punta del cebollero. -¿Maestro?, disculpe usted, no lo había reconocido -dijo la voz cavernosa.
Con aquel amigo reciente llegamos al Piticó, en su explanada solitaria y alumbrada me dijo: -¿No me escribe usted un poema para mi mamacita?
Los poemas descienden por su propio peso, caen, aparecen cuando menos se les espera. Más si los urge el ojo ciego de la 45 reglamentaria o los apura la lengua dulce del filoso acero; pero todo esto ya lo sabía Poema, por eso la forma de entrar a la habitación tipo judicial, a las patadas, sin identificación, derribando puertas.
La norma de la chota es primera amedrenta, luego preguntas. Que te respeten.
Y así entró Poema.
-Escribe.
¿Cómo se aborda el poema impensado? Las palabras caen por su peso, pero una cosa es que caigan y otras que se derrumben y te aplasten en la caída.
Quedas menso.
-Para ayer- dijo Poema.
Ni modo de hacerme pato.
Cuac.
Pasaron unos instantes.
Entre la niebla pude ver la cabecita de algo que se movía hacia el escritorio, una luz, una rata, la cola de un alacrán; un bicho.
La niebla no me dejaba ver.
Una luz en mi cerebro dijo:
-Respira.
Allá venía el poema. Seguido de otro, y otro, y otro más. Un racimo de doce. Poema me moraba con ojos sorprendidos:
-O sea que hasta con la poesía funciona el modelo de la Perjudicial, dijo.
-Sí -dije-, eso veo.
Pero no veía nada.
Fue tanto aquel volumen de arribo que a esa hora nada podía ver.
Cuando pudimos ver el montoncito de letras ya crecidito, dijo Poema:
-Hay que editar.
-No acostumbro a hacerlo en público -dije.
-Ya te acostumbrarás -dijo.
Me encomendé a las vírgenes del infierno.
A mi edad la gente fallece por ataque masivo al miocardio.
-Ni se te ocurra levantarte a por agua- dijo Poema.
Chin, pensé, este cabrón se las sabe todas.
Editar es aclarar.
En tiempo de emergencias recuerdo conversaciones pasadas, en alguna ocasión una maestra de fotografía de la Universidad Vasconcelos me había explicado los fundamentos de su arte -que consiste en trabajar con la luz.
Si, pero ¿cómo se edita la luz? ¿Cómo aclarar lo claro?
Misterio.
Para ganar tiempo me puse a comer mis uñas.
-Ni se te ocurra -dijo Poema.
Había archivado los poemas como fueron apareciendo, en espacios independientes uno de otro. Los había agrupado en una carpeta en Word.
Para ganar tiempo cerré y abrí la carpeta.
Y lo claro se hizo nítido, limpio.
A veces la forma del poema se oculta bajo tu mirada -para esto Catalina ya dormía a pierna suelta en la cama.
Solo había que cerrar y volver a abrir, dar distancia.
Y en el orden en que el trasto agrupó cada poema en el archivo estaba el orden que seguirían los poemas al interior de la Plaquette.
Si la suerte es perra -hay días que cae a tu favor.
Sin pérdida de tiempo abrí otro archivo Word.
Y de mi mano temblorosa emergió el título: “Lamento por los papelitos extraviados en barrio Santa María”.
A esa hora, dos y media de la tarde, Poema perdía la firmeza de sus convicciones.
Como en un cuento de hadas se fue desvaneciendo bajo la mirada sorprendida de la gata Catalina.
Alcancé a mover el cursor, la flechita apuntó en el puro centro del ícono “Guardar”.
La puerta de roble tenía las huellas del ingreso de Poema, salí de la habitación tambaleante seguido muy de cerca por Catalina.