Hay gente que me pregunta: ¿Oye Macario, por qué escribes poemas tan sonoros? Es que, imagínate, les digo, mi madre se llama Epifanía, entonces, no puedo escribir poemas no sonoros. ¿Y cómo crees que se llama mi padre? Genaro. Oye qué sonoridad: E-pi-fa-ní-a. Ge-na-ro. Ellos me dieron la musicalidad de los malos poemas que he estado perpetrando en mi vida.
Mi mamá es una mujer demasiado inteligente. Recuerdo que cuando yo era muy pequeño nos contaba historias: “Había un país -en zapoteco, por supuesto- ….” y me llegaba el sueño pensando que yo era el tercer hijo del Rey Zabián. A los 40 años me di cuenta que lo que me contaba mi mamá eran ¡Las mil y una noches, en zapoteco! Enloquecí.
Mi padre, cuando mi mamá nos contaba Las Mil y una noches, me preguntaba ¿Qué te contó esa vieja bruja y loca? Papá, nos dijo que había un Rey Zabián que tenía tres hijas… Son puras mamadas. ¡Tu madre está loca! Y mi madre bordaba otra historia más maravillosa.
Ese soy yo, de ahí vengo. Tengo 18 hermanos, todos hijos de la misma mamá, que es lo peor. Todos tenemos tres nombres: yo me llamo en realidad Federico Pascual Macario y así todos mis hermanos tienen tres nombres. Para controlarnos mi mamá nos puso a cada quien un número: “Hey 18, cuidado con el 3”, nos decía.
La venganza de un juchiteco
Nacido en un pueblo pobre y además de habla indígena, a los seis años yo no sabía que existía la otra lengua, el español, así que cuando llegué a sexto año de primaria en una escuela del centro histórico de Juchitán -porque en mi barrio sólo había hasta cuarto-, yo iba con los pies desnudos y no sabía que existía otra lengua.
Un día, descubro -porque cuando yo hablaba todo mundo se reía de mí- que había otra lengua. ¡Ay güey! Entonces dije: se ríen de mí mis compañeros que están peor que yo, bueno, pues me voy a vengar de estos cabrones y me dediqué, a los doce años, a leer toda la gran literatura que estaba ahí en una cosa que se llama enciclopedia El Tesoro de la Juventud. Y dije un día: ¡Vientos! Voy a aprender a hablar bien para que no se rían de mí. En treinta tomos leí todo lo que significa literatura: Esopo, Samaniego, La Fontaine; me aprendí de memoria todo. Esos libros fueron fundamentales en mi vida.
La instrucción primaria y la secundaria las estudie en Juchitán; me sacaba puros dieces, qué curioso. En la escuela me decían Macario tede porque era un niño magro, enclenque, débil. Luego me fui a la Ciudad de México a estudiar en la Escuela Nacional de Maestros. Fui profesor y después me inscribí en la Universidad Autónoma de México donde egresé como contador público ti-tu-la-do. Y no sólo eso, soy auditor fiscal, experto en auditoría fiscal y me bailo a cualquier imbécil de la Secretaría de Hacienda. Me los bailo porque aprendí todo eso.
Sé cómo se resuelve el aspecto financiero de este país. ¡Si un cabrón me descubre lo vuelvo multimillonario!
Totopo, camarón y queso
Creo en el destino del hombre. Macario, tienes que ser, me dije y me fui a la Ciudad de México como cumpliendo con mi destino. Mi padre me dijo: Oye, ¿a dónde vas? Y yo le contesté: Ésos imbéciles que me copiaban mi examen se van a la Ciudad de México a estudiar; yo que les ayudé, yo que les di mi examen para que se copiaran, también me voy. Pero no tengo dinero, dijo mi padre. No vengo a pedirte dinero, vengo a pedirte tu bendición. ¿Qué vas a hacer? No lo sé… Trabajar. Tenía yo tal vez doce o catorce años.
Mi padre: Campesino, albañil, comerciante el cabrón, era un hombre muy creativo. Cultivaba maíz, ajonjolí, todo lo que produce la tierra magra. Y mi madre estaba loca. Mi madre hasta la fecha vende fruta.
Mi mamá era mi alcahueta. Cuando me iba para México, en un morral me puso queso seco, camarón seco, totopo. Creyó que yo iba a conquistar el mundo con un morral. Luego, en la Ciudad de México, fui campeón en dieces, en todas las materias. Intenté inscribirme en el Instituto Politécnico Nacional, después en el Colegio Militar, pero me faltó un tacón para alcanzar la altura requerida, total que entré a la Normal. Me inscribí tres meses después de que habían iniciado las clases.
Estaba yo ahí, sentado bajo la columna de la Normal y, ¿qué crees que era esa columna? ¡Una obra de José Clemente Orozco! Ahí nació mi afición por las artes plásticas, por la gran pintura, ahí nació mi vocación de crítico de arte.
Me hubiera gustado ser vampiro
Fui maestro siete años y luego, como ya dije, estudié contabilidad, auditoría fiscal. Después me hice reportero. Uno es lo que es, y ya. Hubiera querido ser… no sé, vampiro, pero no, soy lo que soy.
Me di cuenta que yo quería escribir a los 26 años cuando era profesor y estudiaba en la Facultad de Comercio. ¡Ay güey! ¿Qué haces? ¿Qué quieres hacer? Y empecé seriamente a escribir, poesía, mala, ¡claro! Hasta la fecha sigo escribiendo mala poesía.
Me di cuenta que de tanto leer podía escribir. Y me devoré todos los diccionarios, me aprendí todos los poemas cursis que hay como “Por qué me quité del vicio”, “La Chacha Micaila”, “El brindis del bohemio”; me aprendí todo eso porque yo tenía un problema, no podía hablar.
Entonces cada vez que hablaba decía un poema. Bueno, y un día de pronto me salió un poema. ¡Ay güey! Lo guardé. Tomé conciencia de mí mismo creo que a los treinta años, muy tarde. Emerson y Carlyle no dirían que es muy tarde para la creación, Macario, me dije. Y es que no hay edad para la creación.
En esos días no sabía quién era yo realmente, pero llegó un momento en que me dije: Oye cabrón, ¿escribes? y la respuesta fue mi primer folleto de poemas que se llama Colibrí.
Está muy bello, es mi primer amor con la poesía. No me arrepiento de lo que he escrito. Lo publiqué yo solo; era profesor. Nunca me arrepiento de lo que hago, sé que son malos poemas, pero ahí están. Luego siguieron muchas cosas, varios poemarios que ahora intento recordar pero con el esfuerzo parece que me estuvieran taladrando el cerebelo.
Empecé a escribir poesía porque se me hace un poco más fácil, pero bueno, eso es para mí, porque la poesía es la concreción del pensamiento, es sentimiento, una línea y ahí está el poema; pero en la prosa también hay poesía.
Yo quiero a la poesía, creo que me voy a casar con ella: es cabrona, es precisión del lenguaje, concreción del lenguaje.
Busco un poema de filigrana
Una vez llegué al periódico El Día, le dije a Socorro Díaz, la directora: ¿Sabe qué? Soy contador público, acabo de titularme, pero mire, traje una entrevista con Octavio Paz, ¿qué le parece? Si usted me dice que esta entrevista no vale nada me voy. Se me quedó mirando la nalgona -una lesbiana preciosa-, porque ella creyó que yo era hombre y yo pensé que ella era mujer, entonces perdimos el tiempo inútilmente.
Así empecé a ser reportero. Recién me había encontrado un amor. Nació una hija mía que se llama Maura Epifanía y ahí voy. Le dije a Socorro, fíjate que viene a México Augusto Roa Bastos, y después, ahí está la entrevista. Que viene Ernesto Cardenal, ahí está la entrevista. Lo hacía porque mi hija no tenía Evenflo ni Curity. Hacía entrevistas para comprar la leche de mi hija. Socorro me decía: ¡Qué chingón eres Macario, eres un genio! Así que liquidé mi carrera de contador. Estaba decidido a escribir. Vino Nicolás Guillén y muchos escritores más que entrevisté. Si yo no llevaba entrevistas chingonas al periódico mi hija no tenía pañales, ni tomaba su leche. Hice maravillosas entrevistas. Y en eso, cae por la Ciudad de México Jorge Luis Borges.
Me dijo Socorro: Fíjate que a las once de la mañana va a llegar Borges, va a estar en el Colegio de San Ildefonso. ¡Ya tengo la entrevista! ¿Cómo? Me metí y soborné a un cuidador. Llegué a las seis de la mañana, le di cincuenta pesos al cuidador y le dije: yo voy a estar en el baño, a pujar lo que nunca he pujado. A las once aparece Borges, con Juan José Arreola, Carlos Monsivais, Rodolfo Elizondo y un montón de intelectuales. ¿Y ahora qué hago?
Cuando veo a Borges tomando café. ¡Cafeísimo! dije. Diurético el café y aparece un lazarillo, el fotógrafo Rogelio Cuéllar, los ojos de Borges. ¿Cuál es el secreto del hombre de la esquina rosada? Preguntaban, y Borges contestando… Yo llevaba una grabadora muy grande, como un ropero de Juchitán. En eso va Borges al baño, acompañado de Rogelio Cuéllar. Tómame una foto para que mi mujer me crea que estuve aquí, por favor mándamela a la casa, le dije. Y mientras Borges estaba en el baño, lo entrevisté. Cuéllar fue más cabrón porque tuvo la foto de Borges en el baño, pero yo tuve la entrevista. Esa fue mi audacia, mi intuición. Era yo cabrón. ¿No?
Fui reportero en El Día y El Universal, ahora escribo en Excélsior y estoy dedicado a la crítica de las artes visuales. Trabajé también en el periódico Unomásuno, tenía una columna que se llamaba Erotomanías, pero me retiré porque llegó un director al que no le gusta el tema erótico. Y ya me cansé de andar de periódico en periódico, pagan muy mal.
Ya no quiero escribir en el periódico, ahora quiero dedicarme a lo mío: a la poesía. He perdido tanto tiempo. Quiero hacer mis cosas, me paguen o no me paguen. Estoy contra mí mismo. Un poema, un cuento, ya con eso. Ya no quiero castigarme; si tanto tiempo perdí para estudiar una carrera universitaria, cómo voy a seguir distrayéndome con otras cosas. Si sale un poema, qué a toda madre. Un cuento, malo, qué a toda madre. Pero yo quiero hacer un poema de filigrana, castigar al idioma, subyugarlo, fustigarlo, ¡Éso quiero! Ando buscando la perfección de un poema. Eso ando buscando.
El retorno a Juchitán
Siempre he pensado que un hombre tiene que regresar el conocimiento, la experiencia que ha logrado, con un servicio social a su pueblo. En 1979 regresé a Juchitán, cuando ocurría la eclosión de la COCEI (Coalición Obrero Campesino Estudiantil del Istmo). Yo era reportero estrella del periódico El Día y un día, Francisco Toledo, el pintor, me dijo: Oye, si no te vienes a trabajar a la Casa de la Cultura, dejamos que siga el PRI en el Ayuntamiento.
Yo ya había entrevistado, visto y admirado todo, así que llegué a Juchitán y empecé a trabajar en la Casa de la Cultura. Luego surgió la COCEI que creció con nosotros. En 1980 subió Polín (Leopoldo de Gyves) a la presidencia municipal, pero luego lo bajaron. En esa época vivían en Juchitán varios artistas, conectamos a unos chavos con inquietudes por la música, por la pintura y por la escritura; los estimulé y empezaron a frecuentar la Casa de la Cultura, donde empezaron a formarse. Entre los músicos surgieron Hebert Rasgado y unos niños que tocan instrumentos prehispánicos como el caparazón de tortuga; poetas como Jorge Magariño y Alejandro Cruz, quien murió asesinado por la situación política. Era ese un momento histórico para nosotros. Yo les decía a los jóvenes: sé algo de poesía, vengan para que aprendan. Vengan, discutan. Nunca impuse mi conocimiento, se discutía todo lo relacionado con la poesía.
En la pintura surgieron Óscar Martínez y Jesús Urbieta. Total, estuve diez años en la Casa de la Cultura de Juchitán y después regresé a la Ciudad de México, para que mis hijos estudiaran allá. En Juchitán no hay universidad, en Oaxaca menos. Mi hija se recibió como ingeniero químico bacteriólogo y mi hijo es biólogo. Pero lo importante es esto: cumplimos una época, un ciclo de lucha por la sensibilidad y el arte. Que no haya continuado, ni modo.
Esos muchachos de la COCEI ya no tienen nada por qué luchar, porque los han llenado de dinero, de puestos, diputaciones, senadurías. Así que se acabó. Afortunadamente el arte, nosotros, los artistas de entonces, continuamos en lo mismo, porque el arte es ético.
Ahora estoy trabajando en la cosa burocrática, pero escribo todos los días. Escribo un cuento diario, un poema cada tercer día. Imagínate qué producción tengo, me temen los escritores no sólo de Oaxaca, sino de todo el Distrito Federal. Escribo todos los días.
Universidad de Lenguas Indígenas, un proyecto gruexo
En los últimos años me he involucrado en el proyecto de la Universidad Nacional Autónoma de las Lenguas Indígenas de México. Primero quisimos hacer una academia, luego un Colegio o Instituto, ahora queremos la Universidad. Uno tiene que apoyarse con los políticos, entonces este muchacho que es licenciado y ha sido diputado y senador perredista, Daniel López Nelio, respalda el proyecto, nos entendemos pues. También está el apoyo de otros perredistas como Héctor Sánchez, Óscar y Francisco de la Cruz.
La Universidad de Lenguas Indígenas estaría ubicada en el enclave del Istmo de Tehuantepec, con sede en Juchitán. Podrían acudir no sólo zapotecos, también zoques, chontales, mixes. Lo ideal sería que acudieran también indígenas de Veracruz, Chiapas y Guerrero.
Es un proyecto gruexo, ¡un proyectazo! porque viene el Plan Puebla Panamá que ya no podemos parar, entonces vamos a hacer la Universidad como un dique para proteger nuestras lenguas con la preparación de profesionistas bilingües. La primera carrera sería la Licenciatura en Lenguas para contar con cuadros bilingües y luego se abrirían otras, Derecho, tal vez. No sé cuándo vamos a empezar, tal vez en el año 2050, pero estamos trabajando para eso.
Nota de la redacción: Esta entrevista fue realizada en el centro histórico de la ciudad de Oaxaca en enero de 2003; forma parte del libro Aproximaciones a la desmesura del alma, Crónicas personales de diez artistas de Oaxaca. Macario Matus falleció a los 66 años el 06 de agosto de 2009.