En la entrada principal Falconer -la única
entrada de los convictos, sus visitantes
y el personal-, estaba coronada por un escudo
de armas que representaba a la Libertad
y a la Justicia y entre ambas
el poder soberano del gobierno.
JOHN CHEEVER, Falconer
Hay delitos que duelen, que ofenden a la sociedad con puntual detalle.
A la manera de John Cheever con su novela Falconer puedo imaginar la vida que ocurre tras los barrotes de la prisión.
La puerta oscura rodeada por la silenciosa barda perimetral.
Junto a la barda quizá, quizá, se sostengan en lento equilibrio los postes de la luz, los cables observados desde la ventana del segundo nivel del módulo que guarda a las reclusas.
Cada mañana las mujeres despiertan temprano. Hay un pensamiento lento que escurre por la frente, los cabellos -que muerde las axilas en la cama dura.
Sobre los altos cables de acero, quizá, esto no lo puedo asegurar, crece un nido sobre los postes. Quizá también allá en lo alto las aves depositen sus huevos y protejan a sus crías, quizá.
Esto no lo deseo de todo corazón, pero puesto ya a seguir la oscura trama, imagino que se escucha temprano el trino de las aves.
Esto lo imagino, no lo puedo asegurar.
Lo que sí puedo decir con certeza es que la oscura puerta recién se abrió para dar paso a una mujer, la nueva reclusa.
Esa puerta se abre de vez en vez para que las mujeres salgan al patio, donde esperan taciturnas mientras miran al muro –“cuentan cuadritos”.
Esta mañana puede pude leer la noticia que emitió la Procuraduría: Una mujer joven, los ojos ocultos en cumplimiento de la ley de resguardo de los datos personales fue detenida por el delito de prostituir a una menor de edad, ”y lo que resulte”.
¿Qué pecado, qué dolor, qué pena arrastra una mujer para prostituir a otra mujer?
La nota reseñaba los pormenores del delito: esta mujer joven que aparecía con el rostro cubierto era la madre, madre joven acusada de prostituir a su hija desde el 2019, conseguía clientes en mensajes por el teléfono móvil. En una de las agencias municipales de la ciudad.
El negocio prosperó. Fue señalada por los vecinos. Y ella tuvo que salir a rentar a los municipios conurbados.
Madre e hija agotaron las horas turbias, su peregrinar.
Fue denunciada.
La policía les siguió los pasos. Ella está detenida.
Alcanzo a imaginar el hecho como asunto literario, reconstruyo la trama, elaboro un resumen, la enumeración.
Descubro que estamos frente a algo que escapa de este mundo. Del mundo real. Y se vuelve ficción.
Me detengo.
Reviso el comunicado de la autoridad policial, el hecho.
La mujer está detenida.
Regreso a mi lectura de Cheveer su Falconer.
La vida de esta, de esta mujer.
La puerta oscura del presidio se abre para recibirla.
Para ubicar la escena de su ingreso al penal parto del sitio imaginado que tiene como referencia una novela, cuyo autor es John Cheever.
Voy al mundo real. La fotografía donde la mujer aparece con una camiseta negra, manga corta, al frente lleva una decoración en base a líneas formadas por puntos, pantalones de mezclilla azul, cabello hasta un poco antes de la base del cuello.
El lóbulo de la oreja está adornado por tres aretes.
Puedes ser ropa de fiesta, labios ligeramente pintados de carmín -me quedo en sus labios delgados, inexpresivos.
Bajo el párpado izquierdo asoma apenas una bolsa producida por presión alta.
Miro de nuevo los labios, me pregunto ¿sensuales?
Ubico la camiseta negra que llevaba en la fotografía, al momento de su detención.
Así vestida ahí.
La puedo imaginar en su recorrido por las calles de Oaxaca.
Cuánto dolor.
Cuánta pena será necesario cargar para que una mujer observe como única salida la prostitución de su hija.
No intentó ponerme moralino, no.
La vida es dura, el hambre es cosa seria. Y la soledad. La soledad es un grillete que muerde tobillos, muñecas.
Puedo imaginar a la mujer por las calles de la ciudad. ¿Pidió ayuda en algún momento antes de prostituir a su hija?, ¿y el padre de la menor? ¿Dónde está el padre de la menor?
Las autoridades, sí. Las autoridades de nuestro municipio. ¿Sabrán que pueden hacer algo por las personas en condición de angustia, por mujeres que se encuentran en esta situación de la desesperanza? ¿Hay programas de apoyo o todo el recurso se va en la austeridad republicana?
Cuando la necesidad aprieta tenemos como único recurso la carne y el llanto, el alma. ¿Qué dolor tan grande será necesario para que una mujer realice comercio con el cuerpo de su hija? ¿Las autoridades perseguirán a los clientes? De seguro están sus números telefónicos en la memoria del celular de la señora detenida.
Imagino. La calle sola.
Los infelices que buscan a la mujer para concretar el comercio. Imagino la cama, el chirriar de la cabecera. El calor que aprieta antes de la lluvia.
El silencio que crece sobre la cabecera de esa cama.
Sería como el canto del escuchado en el infierno. Sería como la canción de Satanás. ¿Qué celebran las almas que se encuentran en el dolor?
En su territorio. Bien, la vida es dura, la mujer detenida es joven. ¿Hay protocolos judiciales para beneficiar a las consignadas? La sociedad, el gobierno, también es culpable. ¿Quién se ocupará de la menor? ¿Qué ayuda recibirá esta mujer?
Tras la muda puerta oscura crece el silencio de la rabia.
Junto al presidio prospera el nido imaginario, las aves cantan cada mañana.
Imagino el canto se escucha tras los barrotes.
Que busca los oídos, los ojos ocultos de la mujer. Imagino sus labios apretados por el dolor que se volcará al salir de la cárcel sobre otras mujeres.
El delito ocupa el territorio de la ficción, lo imaginado.
¿Qué pena tan grande? ¿Qué tiempo de dolor y pena vendrá para esta mujer en la ciudad que la abandona?
¿Por qué no hacen nada?, nuestras autoridades.
Nada más que sentenciar, perseguir, castigar.
No ayudan.
Vuelvo a la imagen de la entrada del presidio. La mujer es joven. Tendrá todavía tiempo para rehacer su vida.
La memoria es selectiva. Existe el perdón del olvido. Quizá vuelva a rehacer su vida, la señora. Y están los signos inamovibles de la esperanza. El canto de las aves. El canto de las aves que anticipan una vida apacible. Pero también que anticipan los tambores que anuncian la desgracia.
Y que la herida se vuelva flor que renace cada mañana.
Juzgar y castigar para anidar más rencor y volver a ofender. Para qué castigar. Qué hace la Ley. Sólo castiga. Encuentro en el trabajo de nuestras autoridades judiciales cierto desprecio de malgobierno.
Como el trabajo de un sicario.
Puntual y certero, sin rostro humano,
en este territorio donde la rehabilitación es una ficción.