Me acerco al libro como un gato, para olfatear su misteriosa forma.
Este 12 de noviembre es el Día del Libro en honor de la Décima Musa, Sor Juana Inés de la Cruz (1848-1695).
Encuentro sentido al relacionar el festejo del libro con el nombre de una mujer, Juana Inés, la enorme rebeldía que habita en sus poemas.
Dice el poeta Rafael Cadenas (1930, Venezuela): “Una ausencia te funde/una ausencia te recoge”.
El libro está ahí, ocupa una geografía, un territorio. Cuando me acero al libro voy incompleto, roto, quebrado por las malas horas, infortunios. El libro me recompone como la vieja canción que escuchaban los padres, nadie la siente suya hasta que un día -por azar- ella te topa y la reconoces.
Si, el libro es la vieja presencia que nos recuerda los días de la infancia, la juventud.
Del libro y la carencia, materias hermanas, saben mucho las horas.
De sus páginas llama mi atención su dinamismo, su velocidad de proyección. Sabe lo que necesito escuchar y, a veces, me lo aporta. Otras, debo cansar páginas y páginas yn salir de la aventura con las manos vacías.
No, nunca sale el que lee con las manos vacías. Se gana tiempo, recorridos, historias y eso no es precisamente salir con la derrota -con las manos vacías-, todo lo contrario: cuando leo crezco.
Soy gente de pueblo, lo que indica que me atrae la expresión urbana.
¿Qué podremos entender por lo urbano?
Las calles pavimentadas, alumbradas con luz mercurial, los bares abiertos a las altas horas de la noche, la gente que ríe y baila, el descaro de las parejas que en cada esquina se besan. Los autos, la radio, la música al alcance de un botón.
El periódico, sus páginas que cargan todas las letras, toda la música del mundo.
Los libros.
Me agrada el desplazamiento, la voluntad de la traslación que me llevan las páginas. Y claro, estar sentado frente a una taza de café, llenarme de voces, historias sin despegar la vista de la calle de siempre, la calle de las carencias y los sueños, los anhelos perdidos, el mal carácter de las piolas que levantan el tendedero.
Cuando leo espero.
Al sumar una palabra con otra palabra forjo mi empatía, soy otro. Me pingo en los pies del que está ausente., del que aguarda a que las cosas mejoren.
Leer me lleva a ocupar secciones de mi cerebro que en la vida cotidiana no ocupo. Cuando leo soy sabio y miserable ignorante, palurdo. Cuando leo las páginas del libro regreso al pueblo de mi infancia, Tehuantepec, barrio Santa María, donde se hizo mi lenguaje.
Cada vez que vuelvo al pueblo recupero la capacidad de asombro, la imaginación, me reconozco con futuro, valeroso.
Cuando leo relaciono descubro la forma infinita de las cosas.
En mi infancia Tehuantepec carecía de bibliotecas y librerías, era un sitio donde el mundo terminaba a las ocho de la noche, hora en la que dejaba de transmitir la XEKZ.
Pero más allá de esa hora, me esperaba el libro con sus grandes avenidas iluminadas, el largo viaje por sitios inusitados.
Para mí que la forma del libro nunca concluirá, porque en cada uno de nosotros permanece un insaciable viajero.