El día de trabajo de Ana comienza el día anterior.
BRIGITTE HOLZER, La tortillera
De la nada lo pude ver, pasó frente a los autos tomado de la mano de su madre, atravesó la Calzada Niños Héroes; traía la cabeza cubierta con un gorro de Navidad, corrían los primeros días de abril, hacía calor, pasaditas de las tres de la tarde.
– Vámonos en taxi- dijo.
Enfrente de la parada de camiones se levantaban los cerros El Fortín, San Felipe, se podía ver cómo las nubes eran arreadas por el viento caliente que, luego de lamer la línea de asfalto, trepó a las alturas; llegué al paradero del camión porque en ese punto pasarían por mí para ir al trabajo, a mi lado una señora no dejaba de mirar su reloj, en el McDonald’s atendían los primeros pedidos de comida; el niño se sentó a mi lado, pasaron los alumnos de la escuela primaria que, a esa hora, entre gritos y empujones, volvían a casa, ya de cerca pude ver el gorro de hilos rojo y azul, su rostro de ojos abiertos, fijos.
– Acá te sientas -dijo la madre.
En las manos tenía una vara larga de ocote, que le servía como bordón. Enfrente corrían los autos, detenían y avanzaban la marcha, que gobernaban baches y semáforos. El aire caliente bajaba los ánimos de los que se atrevían a caminar por la ciudad; sobrepuse mi ánimo, saqué la libreta en la mochila: “Tienes que escribir lo que no es para saber lo que están buscando”. El niño tenía las manos juntas sobre la vara, su respiración era tranquila. Tenía el cuerpo cubierto por dos abrigos.
Pasaron los minutos. Una señora se acercó a la madre y preguntó si iban a Tlacolula; atrás de nosotros se escucharon batazos, los gritos que animan el juego de pelota. En ese momento el niño soltó una de sus manos y, sin girar el cuerpo, buscó la barra caliente de aluminio que sostenía el paradero; pude ver cómo pasó los dedos una y otra vez sobre el metal, sin expresar mucha emoción en su rostro. El motor de los camiones rugía, el ruido de las máquinas también trepaba a los cielos para apurar la lluvia; todavía puedo ver sus pestañas que protegían los ojos sin brío; no recuerdo en qué momento se levantó, la camioneta pasó por mí, ya en la noche al regreso de Matatlán me dijeron que el granizo y la lluvia, que cayeron por la tarde, derribaron árboles y cables, causaron grandes destrozos en la ciudad.