PORFIRIO FLORES
OAXACA, Oax. (sucedióenoaxaca.com).- Es una pena que este árbol llamado Higo, ubicado en la calzada de la República de la ciudad, se haya caído con los fuertes vientos y lluvias del domingo 8 de agosto del 2021.
Fue mi amigo con una lealtad a toda prueba. Les platico:
En 1982 vendía periódicos. Tenía doce años. Salía de la colonia Reforma a las cinco de la mañana para llegar al periódico Noticias por mis ejemplares. Los despachaba don Javier Luna. A las seis de la mañana luego de empalmar las cuatro secciones del periódico en aquel entonces, la principal, deportes, policiaca y sociales comenzaba a venderlos hasta llegar a uno de los cruceros de la zona norte de la ciudad. Hace cuarenta años los periódicos eran después de la radio y la televisión los medios con mayor penetración para informar.
Uno de esos días, mientras caminaba justamente por calzada de la República, se me emparejó un carro y de inmediato saqué uno de los periódicos porque pensé que la persona quería uno de ellos, pero no fue así.
Al contrario, bajó de su coche y de inmediato abrió la cajuela del vehículo y sacó un costal lleno de juguetes que dejó a mis pies y me dijo que eran para mí. La verdad es que eran bastantes, había pelotas, carros, canicas, luchadores, soldados y toda clase de bártulos.
Y sin más, se fue, dejándome a mí con ese costal. Intenté cargarlo, pero entre el peso de los periódicos y la carga de ese tesoro infantil mis fuerzas eran insuficientes. No pude. Luego pensé que primero tenía que vender mis periódicos y después resolver el asunto de los juguetes.
Entonces apareció mi amigo el Higo de calzada de la República. Me acerqué a él y me di cuenta que atrás de su raíz tenía un pequeña hendidura en la que cabía exactamente mi costal y lo deposité allí y me fui a vender mis diarios. Voltee por todos lados para ver que nadie supiera dónde estaba mi tesoro. El amanecer fue mi cómplice porque no había gente y la luz de la mañana era tenue.
En mi infantil mente elevé mis plegarias para que a nadie se le ocurriera asomarse allí y salí disparado a cumplir con mi obligación de comercializar mis periódicos. Tres o cuatro horas después regresé. El corazón me palpitaba fuertemente y la duda agitaba mi ser. ¿Se habrán llevado mis juguetes?
Pero no. Allí estaban. Me sentí como el Conde de Montecristo cuando llegó ante los tesoros que el abad le había dicho que estaban ocultos. Salté de alegría y me fui a mi casa.
Ese día fue uno de los más dichosos. Tenía muchos juguetes. Mi madre, me preguntó de dónde los había sacado y le conté todo. Se alegró conmigo y me sentí Santa Claus porque regalé algunos de ellos a mis primos.
Gracias, amigo Higo, gracias por tu lealtad y perdón por no haber hecho algo por ti. Te veía tan fuerte que pensé que siempre estarías allí, pero hoy que te has ido, lloro porque esa calle sin ti ya no será igual.
No podré contarle a mis nietos lo que hiciste por un niño que de pronto del cielo le cayeron tantos juguetes.