En pasadas sucesiones presidenciales, la intención de analistas y periodistas por adivinar el nombre del siguiente ungido apareció sin una metodología formal y todo quedó en tratar de adivinar los signos y señales a los gestos del presidente en turno, sobre todo después de su primer trienio de gobierno.
Muchos libros se han escrito desde que José López Portillo comenzó a abrir la caja de Pandora de su propia sucesión. El problema de fondo radica en el hecho de que la política mexicana es imprevisible, carece de bases científicas y desde luego no tiene una metodología. Por ello es que todo gira en torno a las claves políticas del poder por encima de las finalidades que contextualizan la decisión.
El presidente López Obrador ya dejo muy en claro que su sexenio, en los hechos, terminó el pasado 6 de junio y que las posibilidades de su legado dependerán de la forma, circunstancia y efectos de la decisión que tomará para designar al candidato de Morena o a su propio candidato. La sola mención de una lista oficial puso a girar como trompos chilladores a analistas y columnistas tratando de adivinar el nombre del sucesor.
En el pasado solamente hubo un método racional para analizar la sucesión y fue del politólogo de Alfonso Zárate en la candidatura de 1993 para suceder al presidente Carlos Salinas de Gortari. A partir de un modelo cuantitativo de puntaje, Zárate identificó once variables de presidente, contexto y precandidatos, las calificó con puntos y la sumatoria daría el nombre del potencial ganador. Días antes de la nominación oficial, Zárate concluyó que el candidato que mejor cumplía con los requisitos metodológicos para suceder a Salinas era Manuel Camacho Solís, pero al final se impuso la voluntad presidencial para decidir por Luis Donaldo Colosio.
No hay, pues, reglas ni métodos cuantitativos para analizar el proceso de selección del candidato presidencial por parte del presidente en turno. Una revisión de las sucesiones presidenciales desde la de Carranza en 1920 aportaría datos para confirmar la argumentación de que el único voto que vale es el del presidente en turno, llegando a casos absurdos como el de Zedillo en 1999 cuando sus opciones eran limitadas porque sus preferidos carecían de reglas vistas y optó por el mal menor: Francisco Labastida Ochoa, el propio secretario de Gobernación, pero abandonado en la carrera presidencial para prefigurar una alternancia pacífica.
A lo largo de muchas columnas posteriores aquí se seguirá analizando todo el proceso de sucesión presidencial, pero a partir de un hecho probado científicamente en sus sesiones anteriores: será el que el presidente decida, en función de criterios del presidente en turno y a partir de un legado para después de su periodo sexenal. Como adelanto, un análisis de toda la información existente podría señalar que el único candidato ideal para suceder al presidente López Obrador sería nada menos que Manuel Bartlett Díaz, quien reproduce de manera puntual todos los indicios que pudiera contar el presidente saliente para decir. Como no será posible, entonces analistas y columnistas tienen una verdadera fiesta de interpretaciones sobre la sucesión del 2024.
Para comenzar, habría que entender el juego de las listas. Hasta 1975 funcionaba el juego del tapado, con el presidente barajando nombres informales, dando pistas equivocadas sobre el presunto ungido y al final sacar el conejo de la chistera. En 1963, presidente Ruiz Cortines llamó al secretario de Agricultura, Gilberto Flores Muñoz, y le dijo “prepara tus cosas” y la primera dama algo mismo le insinuó a la esposa del funcionario. Al final, el ungido fue Adolfo López Mateos; cuando el Flores Muñoz llegó al despacho presidencial a reclamar el engaño, el presidente lo recibió con los brazos abiertos y le dijo: “ni modo, pollo, nos chingaron”.
Así que en los juegos de la sucesión presidencial no hay reglas ni nada escrito ni destapes adelantados, serán dos años de juegos de serpientes y escaleras (saludos amigo Salvador García Soto), mezclado con juegos de la Oca y desde luego en un carrito de montaña rusa de desafío extremo.
Por eso puede decirse en la lista del presidente ni están todos los que son ni son todos los que están.
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Política para dummies: La política, en el asunto de la sucesión presidencial, es una cábala.
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