Fotografía: JUAN CORTÁZAR
Devuélvanme mi lengua.
Quiero tomar la palabra
José Emilio Pacheco / LAS VOCALES
Poco a poco las bancas vacías del Templo se fueron llenando –sombras sobre cuerpos lastimados. En la banca de principal, al frente, a la izquierda, estaba sentada la hermana Cata, los pliegues de su bata blanca caían a sus pies como duros arroyos de agua de agosto, miré abajo, mosaicos azules con figuras blancas, pero el piso permanecía seco; sobre el silencio mantenía los ojos cerrados, las blancas palmas de sus manos hacia arriba como solicitando amparo, perdón. La hermana Cata era una mujer morena, pequeña y regordeta. En la oscuridad, sentada, parecía dormida frente al muro azul, de niño sólo miramos los muros; tres escalones de concreto, pintados de blanco, ocupaban el espacio al centro presidían el Templo de Oración. Altas copas redondas sobre los escalones, rellenas de agua y aceite, donde flotaba la mariposa de corcho y hojalata, el diminuto pabilo encendido proyectaba su luz roja con resplandor amarillo, color del oro de los pobres. La luz de la mariposa de triángulo iluminaba mañana, tarde y noche el Templo que permanecía a oscuras, con olor del aceite rancio –luz sobre las sombras, oración sobre el cuerpo ruin, cuerpo cobarde. En barrio Lieza sonaban de tarde en tarde los cohetes de la fiesta, pero dentro del Templo todo era quietud y silencio, sombras que se movían como peces ciegos que en la tarde penetraban el mar de los milagros. Mi madre me llevó de su mano, frente a la mujer sentada pedía que me contemplara. La hermana Cata sentada en la banca con los ojos cerrados, largas tiras de madera unidas por clavos, dijo con las manos extendidas, las palmas vueltas, sin tocar la yema de mis dedos, apenas rozando mi espacio, “en esta hora de Gracia, te saludo, hermanito”. Sentí la grandeza de mis pocos años con aquel saludo, ¿cuántos años tenía la anciana? ¿Cien? Yo la miraba como un muerto recién muerto, temeroso. La hermana Cata dijo: “Luz y progreso espiritual para tu alma, hermanito”. Hablaba frente a mí, pero se dirigía a otra persona. Hablaban con alguien que no era yo pero que estaba ahí, junto nuestros rostros, lo pude sentir; la hermana Cata humedeció la yema de sus dedos, a su lado estaba una palangana con bálsamo, agitó sus palmas frente a mi rostro, en círculos que iban de abajo hacia arriba como revolotear de palomas en el parque. Pude escuchar el borbotón de aceite en la copa del pabilo, se agitó la luz, pero no corría viento. En lo alto de la escala, al centro, había un cuadro de cristal con marco de plata, contenía la pintura de un ojo dentro de un triángulo, a una tinta, sobre cartulina blanca. Por efecto de la luz el ojo cobró tamaño, lo pude ver.
___ Que así sea, hermanita Cata –respondí.
II
Y hablar de un árbol y hablar de un ángel, el ojo que todo lo mira.
III
La hermana Cata me sacó un Demonio de la espalda, un ser malo, “Déjame, aquí vivo”, dijo, cuando la hermana en el Templo lo invitó a salir de mi cuerpo. “Progreso y luz, luz y progreso para tu alma”, corearon voces de mujeres a mi espalda.
IV
Quería hablar de mi barrio –trasferir asombro. Te envié el poema de otro, que hablaba de la tarde, “acero, filo naranja” (el principio de toda poesía es la apropiación, el plagio). Yo quería que vieras los tostones de luz que se cuelan hasta la tierra reseca –lo esforzado de la luz-, el viento que levanta polvo (león de la tarde), la buganvilia encendida –magenta, solferino sobre las olas del mar. El poema fijaba la tarde bermeja, si, “filo naranja”-. Yo quería ofrecerte el ramo de buganvilia –banderita de la fiesta de Asunción de María-, hay un perro mesho* echado a la puerta, bien lo sé.
V
La primera vez que miré bailar a mi madre fue en las fiestas de Asunción de María, a mediados de agosto, cuando el barrio parece arder por la canícula. Mi padre había muerto hacía tiempo, yo tendría diez años. En el barrio celebramos la subida al cielo de la Virgen, la patrona. Con fiesta pedimos que interceda ante su hijo para que descienda la lluvia. En más de una ocasión, en la noche de fiesta, catorce de agosto, a medio baile, se dejó caer el aguacero. Con alegría grande bailamos entre la lluvia. Habitamos el barrio que se extiende desde la carretera, junto a la loma toja, hasta la playa del río. En agosto mi madre salía a la fiesta. La fiesta se hace en el atrio de la parroquia; los que se fueron a buscar fortuna, progreso, regresaban en los días de agosto. Los que salieron a la ciudad a realizar estudios, volvían en las vacaciones de verano. El atrio de la parroquia se llena de gente que volvía y gente que nunca salió de estas calles.
VI
Las banderitas en lo alto de la enramada de la fiesta me dejan el sentimiento de tristeza y orfandad, quizá sea esa condición de papel estrujado que suena al paso de viento, que se agita enloquecido como si nadie pudiera llegar a verlo; el frágil papel de china, sus colores apagados, verde, rojo y amarillo, azul agua marina, los tantos agujeros que carga en el cuerpo. Me recuerdan a mi madre, la fiesta donde la viuda trataba de esconder su tristeza.
VII
Ella me dijo que un vecino suyo fue a la escuela, a su salón de clases, ella tendría siete, ocho años, que el hombre gritó desde la ventana:
___Tu padre ha muerto, tienes que volver a casa.
* Mesho, colorado, en zapoteco.