JOSUÉ SALVADOR VÁSQUEZ ARELLANES
Título original: La camarista
Año: 2018
Duración: 102 min.
País: México
Dirección: Lila Avilés
Ir al cine de entrada ya es un acto voyerista, y quien hace un cine intimista como el Lila Avilés en La Camarista, entiende que gran parte del sentido de las cosas radica en saber observar los detalles; y que el cine como el teatro, es una ventana para experimentar otros orbes, otras vidas, o en este caso, una vida encerrada en un mundo lleno de detalles, que a simple vista parecen nada, pero que con la mirada precisa, se entiende que lo son todo.
Ese mundo es un hotel de lujo en la periferia de la Ciudad de México en el que observaremos el día a día de Evelia (orgánica Gabriela Cartol), una camarista quien nos llevará por todo el ‘sistema sanguíneo’ que mueve a esta mole de 44 pisos, donde los huéspedes son esos ‘glóbulos rojos’ que inyectan oxígeno ($), y el personal de servicio ‘glóbulos blancos’ encargados de atender todas las nimiedades y anomalías de una manera discreta, fluida y eficaz.
Aunque tímida, Eve cumple no sólo con las aptitudes de toda buena camarista: disciplinada, puntual y con un gusto por la limpieza; sino también con todas sus funciones de una manera meticulosa y vigorosa si es necesario. Sin embrago la vida de Eve se reduce a un constate tocar de puertas esperando que al menos una de ellas se abra: la de querer ser promovida a un mejor piso, o conseguir ese vestido rojo que alguien olvidó y no reclamó, la de querer estar con su hijo al que no ve por días y al que sólo oye por teléfono, la de querer estudiar y culminar la escuela abierta, o incluso, uno nunca sabe, la del amor.
Pero éste mundo funciona de una manera vertical bien dividida y delimitada, a tal grado que las interacciones humanas se ven enmarcadas bajo un halo ya sea de servicio, amabilidad y sólo unas cuantas veces de camaradería; pero al final de cuentas relaciones personales que bajo un sentido social se tornan desde una fría indiferencia o un tibio desdén, a una cálida complicidad.
Avilés emplea toda su formación actoral al proponer una narrativa visual basada en los planos fijos y prolongados, con tomas sumamente cerradas para mostrarnos acciones completas incluso con cuerpos que desbordan el encuadre, y que suceden en espacios interiores que nos sumergen en el accionar diario, repetitivo e interminable de la camarista. Aunado esto a un uso de profundidad de campo para que el espacio y la otredad se desdibujen, adquiriendo nitidez sólo en momentos en los que Eve se permite o tiene que romper su burbuja y abrir su soledad.
Es así que veremos de primera mano cómo la interacción con algunos clientes, sus compañeros de trabajo y el espacio mismo la van transformando, pasando de ser una camarista más a una mujer que descubre la amistad en la solidaridad de Minitoy, el interés por la lectura en sus clases extramuros, o la oportunidad de ilusionarse con viajar lejos y ser tratada con dignidad por alguien más. Una transfiguración con la que parece sentirse cómoda y que refleja al exterior usando un poco de maquillaje, al grado de llegar a practicar su sensualidad femenina cuando decide ‘abrir las ventanas’ de su intimidad para ella y alguien más.
A estas alturas de la historia ya nada nos es indiferente y todo parece tan cercano, que donde creíamos que una puerta se cerraba para dar apertura a otra, resulta que junto con Eve nos percatamos que en este sitio, donde el día y la noche parecen interminables y siempre el mismo, las puertas como las ventanas no sólo conectan espacios y personas, sino que también las dividen, incomunican, encierran.
Aunque quizá lo interesante radique en eso, en nunca dejar de tocar puertas.
*Cinefágo: El que tiene el hábito de comer y devorar cine.