Es común reconocer que el modelo cinematográfico de Hollywood es el de una fábrica de ilusiones, incluyendo a las películas más realistas. La declinación del periodismo de análisis y de profundidad ha contribuido a la idealización de películas llenas de inconsistencias.
El éxito de The Post –la historia de los Papeles del Pentágono vista por Steven Spielberg– ha dejado satisfechas muchas conciencias liberales, aunque sin provocar posicionamientos actualizados. Por ejemplo, un analista del The New York Times vio la película The Post con los ojos de Afganistán; y nada qué ver: la prensa liberal ha sido una reforzadora de las intenciones imperiales del presidente Obama, aunque la guerra en Afganistán esté tan perdida como lo estuvo la de Vietnam.
Nada más por no dejar aquí se registran tres hechos claros:
1.- El eje real de la publicación de los Papeles del Pentágono fue el The New York Times, no el The Washington Post. La exclusiva mundial por su influencia fue el Times, en tanto que el Post era apenas un periódico local. El Comité Pulitzer en 1972 le dio el premio al Times, no al Post. Con ironía, el nuevo heredero del Times, A.G. Sulzberger, señaló que habría que hacer una película sobre Watergate con el Times como héroe, cuando el eje de esa historia fue el Post.
2.- La señora Katharine Graham sólo le dedicó al asunto de los Papeles del Pentágono algo así como quince minutos, como lo reconoce en entrevista con David Rudenstine. La noche de la decisión interrumpen una recepción en su casa y sólo dijo que apoyaba a Ben Bradlee y los papeles se publicaron el 18 de junio, cuando la exclusiva del Times fue del 15.
3.- El verdadero héroe civil de la historia fue el académico progresista Daniel Ellsberg, quien había participado en la redacción de los 47 volúmenes como investigador de la Rand Corporation, una consultoría contratada por el Departamento de Defensa. Ellsberg se indignó por las mentiras de la Casa Blanca sobre la guerra y buscó a Neil Sheenan, reportero del The New York Times. Cuando un juez prohíbe la publicación, tres días después del primer reportaje, Ellsberg recurre al The Washington Post y le entrega una copia.
Como ocurrió después con el soldado Bradley Manning –hoy Chelsea Manning por decisión transgénero– y Edward Snowden, Ellsberg fue consciente de que estaba violando las leyes. Su conflicto personal lo llevó a consultar un psiquiatra, cuyo consultorio fue asaltado por parte del equipo de Los Plomeros de la Casa Blanca –dicen que por órdenes de Nixon vía Kissinger–, el mismo grupo que después también penetró clandestinamente en oficinas del Partido Demócrata en el complejo de oficinas de Watergate.
Por lo demás, la versión de los Papeles era conocida antes de su publicación. Un año antes Ellsberg asistió a conferencias para manejar información contenida en esos documentos. El propio Robert McNamara, quien como secretario de Defensa de los gobiernos de Kennedy y Johnson había ordenado esa investigación, los comentó con algunos periodistas, entre ellos el columnista James Reston, del The New York Times. La parte de la película de Spielberg donde Bradlee comisiona a un periodista novato ir a espiar al Times y enterarse en el elevador –esas escenas a veces demasiado obvias de Spielberg cuando se le termina la creatividad– nunca existió porque una semana antes de la publicación en el Times Bradlee andaba en busca de una copia.
Lo malo de las versiones heroicas que ensalzan la cinematografía hollywoodense radica en el hecho de que demeritan sucesos importantes. Alan J. Pakula, en cambio, logró construir una historia verídica con ritmo de tensión cinematográfica en Todos los hombres del presidente, una novela de no ficción escrita por Bob Woodward y Carl Bernstein sobre el escándalo Watergate. A lo largo de su obra, Spielberg suele repetir gags de Tiburón –basado en una novela escrita en 1974 por el periodista Peter Benchley, del The Washington Post— y Parque Jurásico –basado en una relevante investigación del médico y escritor Michael Crichton–.
La historia de Ellsberg tiene un buen acercamiento cinematográfico en la película Pentagon Papers del 2003, dirigida por Rod Holcomb, sin obra de tipo político. Pero logra acercar al espectador al lado humano de Ellsberg, sus contradicciones cuando cumplió su servicio militar obligatorio justamente en Vietnam y vio en vivo y en directo el verdadero tono de la guerra. En esta película pasa una parte del juicio contra Ellsberg, quien en agosto de 1971, semanas después de reventado el conflicto con la publicación de los Papeles en el Times y el Post y ya con el permiso de la Corte Suprema, se entregó a la justicia en Nueva York. Tres años después fue exonerado, pero no por el efecto político de los documentos filtrados sino porque su abogado presentó en el tribunal las pruebas sobre la persecución ilegal en su contra, incluyendo testimonios de los policías que asaltaron el consultorio de su psiquiatra.
Y en esta línea, los otros héroes civiles del incidente en torno a los Papeles del Pentágono fueron los reporteros que consiguieron los documentos y que amenazaron a los editores y dueños de los periódicos con renunciar si no se publicaban. Un incidente similar ha sido revelado en enero. El periodista James Risen presionó al The New York Times en el 2005 con la publicación en enero del 2006 de su libro State of war con la exclusiva de casos de espionaje de la CIA y la Agencia Nacional de Seguridad que el Times se negó durante un año a publicar pero que y se vio obligado a imprimir en diciembre de 2005 para evitar que el libro revelara un caso de censura por la alianza de los medios con el sistema de seguridad nacional.
Así que la historia detrás de The Post es más emocionante, política y reveladora que la versión hollywoodense de Spielberg.
@carlosramirezh