La narración es una de las formas de anticipar el futuro que se encuentran en el mismo origen del lenguaje. Funciona como un escudo ante lo adverso. La pareja miró el vuelo de las palomas desde una de las mesas del Bar Jardín, en el zócalo de Oaxaca:
___ ¿Qué tiempo crees que tarden en llegar las protestas a palacio de gobierno?
___ Mes y medio –dijo ella.
___ Veinte días –dijo el hombre.
___ ¿Cuánto apuestas? –preguntó la mujer.
Primero había susto y vacío, emergencia. Una realidad nueva que nace y no alcanza a ser nombrada. Un cerebro que lucha por ordenar el caos, identificar el nuevo entorno y nombrarlo.
Una bandera, el hombre se acercó a montón de escombros de lo que antes era el palacio municipal, el polvo de la destrucción aún no se disipaba. Entre las piedras encontró una bandera, seda barata de tres colores y el escudo nacional, águila devorando a la serpiente; y una tira de madera. Alguien tenía una forma de capturar la imagen, siempre existe un testigo, aún en la noche más negra y la desgracia más honda o quizá con esas dos condiciones son las que resaltan la naturaleza del relato, el peligro. El hombre en pantalones cortos clavó honda la madera entre los escombros. Lo demás fue la historia.
Primero salió la noticia, sismo de 8.2 grados Richter, luego las palabras del gobernador, su rostro sereno. Con el sismo llegaron las cifras, en estas historias las cifras suceden con frialdad al hecho. El número de muertos, damnificados; los números enmarcan la realidad o parecen hacerlo. Con las cifras, el volumen de la desgracia llegó con el gobierno: el gobernador se trasladó al lugar de los hechos, ponga usted un nombre, aquí quisiera poner San Francisco Ixhuatán que no es donde ocurrieron los hechos pero la ficción tiene la virtud de obedecer a leyes extrañas: con el gobernador llegó el presidente de la república, con el presidente llegaron los enviados de los medios de comunicación, con los medios llegó el ejército y sus aviones y helicópteros, con las imágenes de la tragedia llegaron los secretarios de estado, con ellos los titulares de los noticieros.
El terremoto trajo el caos y la gente del gobierno sostiene que las instituciones fundan el orden. A la cuarta noche de ocurridos los hechos que derrumbaron el pueblo, aquí quiero poner el nombre de San Francisco Ixhuatán, el pueblo de Andrés Henestrosa, algo en la narración busca su par, su igual, su contexto literario. Ixhuatán de Andrés Henestrosa, entonces.
Luego del arribo del gobierno, su inoperancia entre la raja política.¨Para todo esto el candidato opositor al momento del derrumbe se encontraba en Europa, en Inglaterra, promocionando ante los lores lo que sería su próximo gobierno. Con la ausencia del principal contendiente el presidente de la nación decidió dar toda la difusión de la ayuda del gobierno a los damnificados, para ser el bueno de la película en la narrativa de la tragedia. Las imágenes de la pobreza y el abandono se sucedieron, la desgracia cobró color con los rostros morenos, aindiados que clamaban por ayuda en un español golpeado. Aquí puede usted poner el nombre del cualquier pueblo indígena del sureste del país, todos enfrentan atraso.
Con apenas cinco días de ocurrido el sismo la gente de las ciudades reaccionó y envió víveres para combatir la emergencia. De la gente, el pueblo y el gobierno, lo puede esperar todo. Primero no hubo palabras para expresar el temor, luego extendieron la mano y pidieron ayuda. El gobierno enfrentó mudo en un principio la situación, no hay palabras para expresar la solidaridad y la emergencia. Todos parecían mansos corderitos ante el lobo feroz. La gente se adapta a todo, a dormir en el patio, a perder intimidad, a ser expuesto a los ojos del mundo. Del nuevo lenguaje que sucedió al miedo salieron garras, uñas afiladas y colmillos.
En la tercera noche del desastre se escucharon detonaciones de arma de fuego, cundió el pánico. En la mañana del cuarto día el ejército decomiso las despensas y los víveres que el país había enviado por distintos canales civiles. Hubo protestas por la medida. Aquí pongo el nombre de San Francisco Ixhuatán, de don Andrés Henestrosa. En el Ixhuatán de Henestrosa nada de esto ocurrió, porque son gente tan humilde que les resulta de gran esfuerzo tomar una imagen a sus casas en ruinas, a sus cuerpos desesperados. Un pueblo mudo, como muchos del sureste de esta nación.